Patrick Modiano
Seix Barral, 2014. Colección «Biblioteca Formentor»
ISBN: 978-84-322-2842-1
128 páginas
16 €
Traducción de Marina Pino
Prólogo de Adolfo García Ortega
Coradino Vega
Cuando un escritor quiere narrar lo que no conoce de primera mano, porque sucedió en un tiempo que no vivió o en un espacio remoto, más allá del despliegue relativo de sus investigaciones e imaginación, cuenta más o menos con dos puntos de partida: o introduce un narrador que, a la par de explicarnos la urgencia de lo que quiere contar, desgrana las limitaciones a las que se ve sometido e incluso cuestiona su legitimidad; o decide confiar de lleno en el pacto de la ficción y permanece no menos calculadamente oculto. De esta segunda manera narró por ejemplo Munro la vida de Sofia Kowalewski, o Carver las últimas horas de Chéjov, con una fuerza literaria y una capacidad de penetración que sustraen al lector cualquier tipo de sospecha. La primera en cambio flirtea a menudo con la crónica o el ensayo narrativo apoyada casi siempre en lo que los expertos han llamado con pedantería “autoficción”. Pero si una corre el riesgo de resultar inverosímil a los ojos del lector resabiado (o sólo considerado a sí mismo “inteligente”), la otra colinda con la irrelevancia de detenerse demasiado en la visibilización del andamio, los excesos explicativos o el narcisismo del yo. Por mucho que cada una busque a su manera la naturalidad, una impresión más fiable de vida o una aproximación más certera al conocimiento, ninguna de las dos deja de ser un artificio lícito y su grado de convicción dependerá menos de la elección que de lo conseguido.
Leída hoy, tras el reciente Premio Nobel otorgado a Patrick Modiano y su consiguiente reedición, Dora Bruder, calificada de manera unánime como la obra maestra de su autor, hace pensar, en un principio, en esa clase de libros en el que importa menos lo que cuenta que su proceso de construcción. Pero Dora Bruder fue publicada originariamente en 1997, y Modiano siempre ha escrito de espaldas a cualquier moda —no en vano ha conseguido crear un universo propio reconocible como pocos—, y cuando uno avanza algunas páginas, y supera el prurito de las indicaciones toponímicas, o del minucioso detallismo con el que el autor relaciona los datos que va encontrando en el proceso de su averiguación, puede comprender que si el libro está contado de esa forma es porque la suya es la única en la que se podía contar. El callejero de París es la presencia más constante en la obra de Modiano. El plano de la ciudad fundiéndose en espacios diferentes o simultáneos de tiempo. Una ciudad cartografiada con itinerarios fragmentarios sin rumbo, zonas de inseguridad y ausencias, que abarca todo un mundo en sí y a la vez es el reflejo del estado interior de quien la percibe.
En Dora Bruder, Modiano parte de un anuncio encontrado casualmente a finales de los ochenta en un viejo ejemplar del Paris-Soir: la búsqueda de una joven de quince años en diciembre de 1941 por unos padres que, como seña, dan una dirección en el bulevar Ornano, cerca de la puerta de Clignancourt. En ese barrio el narrador identificado plenamente con el autor pasó parte de su infancia y primera juventud. Y a partir de esa pista las asociaciones se desatan: cuáles serían los pasos exactos de la joven Dora Bruder por el distrito que, años después, recorrería el autor palmo a palmo; cómo sucedería la vida de una familia judía sin recursos en el París grisáceo, en el naufragio moral colectivo de la Ocupación; cuántos días separaron el traslado de Dora Bruder a la cárcel en un furgón policial idéntico al utilizado para arrestar por aquella misma fecha al padre de quien ahora rastrea su nombre, tan parecido quizás a aquel al que el propio Modiano subió veintitantos años después acusado de alboroto por el hombre que viajó frente a él en el mismo coche celular hasta la comisaría, sin dirigirle la mirada: el mismo padre que ya había hecho ese trayecto en un tiempo menos inocuo y paródico y en el que no se regresaba tan fácilmente a casa.
Lo que no puede saber, Modiano lo supone, especula sobre su posibilidad, lo trata de imaginar, pero no se lo inventa. Los límites de su tentativa coinciden exactamente con la frontera del desconocimiento real, con el hueco dejado por la ausencia de datos y el olvido. Y sin embargo cuando la novela vibra más, cuando más cerca podemos sentir su emoción, desde su estilo austero que bordea el desapego con un tono casi de atestado forense, es cuando la reconstrucción se pega más a la que pudo ser la vivencia de Dora; o con el espeluznante paralelismo entre el París de la Ocupación, con su burocracia connivente y mezquindad, y el presente desde el que narra el autor con su demolición de edificios, rastros escondidos, falta de huellas y solares construidos con el hormigón de la amnesia. O con la experiencia del padre, vista con los ojos del mismo hijo de Un pedigrí. O con el ritmo que recorre el cautiverio de los Bruder por las cárceles y campos de concentración de la Francia colaboracionista hasta acabar en Auschwitz. Estremece el espejo que Modiano enfrenta al pasado, la impotencia ante la desaparición de la memoria tras la destrucción de los detalles, el alegato moral que va mucho más allá del pretexto literario y que sólo puede ser una tentativa frustrada, inacabada, sin fin: la restitución de una biografía anónima como la de otros miles de franceses deportados, el reconocimiento de quienes murieron como si de su ejecución dependiera que otros siguieran vivos.
“Si yo no diera fe de ello, no quedaría huella de la presencia de esa desconocida y de la de mi padre en un coche celular en febrero de 1942, en los Campos Elíseos. Sólo serían personas —vivas o muertas— a las que se clasifica en la categoría de ‘individuos no identificados’.”
Ésa, y no la forma particular que se le acaba imponiendo de manera inevitable, sola, como quizás no podría ser de otro modo, es la lección de esta novela de Modiano. Porque la novela es el reino de la libertad absoluta, el sitio donde cabe todo, incluso la no ficción. Modiano la cultiva con admirable capacidad de síntesis y versatilidad, con un sentido musical adictivo. Por medio de ella conecta íntimamente con los sucesos de la historia que parece que nos resultan ajenos. Vincula el pasado con lo que somos.
¡Bien! Por fin me has dado una pista para entender por qué le han dado el Nobel. lo que hay que hacer es leer esta novela. Hasta ahora solo he leído En el café de la juventud perdida, hace ya un par de años, y, bueno, me pareció correcta pero no le encontré la chispa.