ANTONIO RIVERO TARAVILLO | La librería La Isla de Siltolá, en Sevilla, tiene entre otras virtudes la de prestar una cariñosa atención a la poesía y tener muy buena representación de sellos que no son tan fáciles de hallar en otros establecimientos del ramo. Así, cuenta con los últimos títulos de Adonáis, que en otros tiempos fue casi única y ahora ha de convivir con numerosas colecciones. La otra mañana entré para dar una vuelta y ver novedades. Salí con dos, una de las cuales es (o era, pues salió en el verano) el libro más reciente de Julio Martínez Mesanza. Para regresar a casa, fui por la Puerta de la Carne hasta Santa María la Blanca y luego por la calle Mateos Gago. Pasé pues por donde estuvo, ay, la librería Renacimiento, y decidí, vencido menos por la sed que por la nostalgia, comenzar la lectura de Gloria a unos metros de donde se editó y yo compré la edición de Europa, el primer libro de Martínez Mesanza que sacó Abelardo Linares en 1986 (hubo otra anterior en El Crotalón, de 1983, y luego ha habido ediciones ampliadas y nuevas composiciones del ciclo hasta 1998). Creo que he leído todo lo que ha ido publicando el poeta madrileño. Ante un vino de naranja en la venerable taberna, lo que iba a ser una primera inmersión se convirtió en todo un largo, en una travesía completa. Leí el poemario de una tacada (decir sentada sería traición, porque fue en una barra, de pie), y con ello acabé el pequeño y fino volumen a la par que también llegaba hasta el final de lo publicado hasta la fecha por Martínez Mesanza.
Europa tenía unos tintes épicos, con conflictos internos, que se mantuvieron en Las trincheras (1996) y Entre el muro y el foso (2007). Ahora, Gloria, donde el poeta recoge su no muy extensa producción de 2005 a 2016, atiende a llamados religiosos, aunque sigue habiendo muy buenos versos en los que la cruz se alía con la espada, como estos de “Jan Sobieski” (el rey polaco que venció al Turco en la batalla de Kahlenberg), cuyo tercero verso parece glosar una página en prosa de los noticiarios: “Aunque a la muchedumbre no le importe / que Europa valga poco y crea en nada, / o se hiele eclipsada por la luna.” Hay poemas marianos (“Madonna de Bellini”) y otros dedicados a la literatura caballeresca, incluso a la superación cervantina de las novelas de caballerías como en esta unión de lo artúrico con el Quijote: “Desde el puente que hiere a Lanzarote / a la playa final de Barcelona, / solo el vacío del honor hiriente, / solo la landa indiferente y sola.” Sí, estupendos endecasílabos blancos, como es desde el principio uno de los rasgos distintivos de esta poesía. Glosa Mesanza el Antiguo Testamento y glosa Mesanza a la griega Safo.
Es esta una poesía extraordinariamente fiel a sí misma, aunque haya un cambio en el énfasis. Es cierto que la fe ayudará a disfrutar del libro, aunque para el no creyente sus alusiones, que pueden resultar crípticas, oscuras, tienen el valor añadido de lo sugerido, de la imaginación. Con JMM y su poesía religiosa sucede lo que decía un personaje de uno de los cuentos borgeanos, que uno desea, apurando su copita de vino de naranja (“Y esas naranjas que la merecían / solo por esperar hasta el invierno / como merecen todos los que esperan”): “Que haya un cielo aunque mi lugar sea el infierno.”
Gloria (Rialp, 2016) de Julio Martínez Mesanza | 64 páginas | 9 €