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En un lugar extraño pero familiar

Un lugar paganoJUAN CARLOS SIERRA | En la página 16 de Un lugar pagano, la narradora y protagonista escribe que su pueblo “era un lugar pagano y circular”. Esto último, la condición de «circular», creo que se debe interpretar según el concepto medieval-rural del paso del tiempo, un transcurrir pegado a las tareas del campo, con sus épocas de preparación de la tierra, sus siembras, sus recolecciones…, repartidas de forma idéntica año tras año y que dan lugar así a una serie de costumbres, rituales y tradiciones que pueden rastrearse muy atrás en la historia de cualquier lugar. En un sentido similar debemos entender la palabra «pagano» –aquí y en el título de la novela de Edna O’Brien-. Como si de una arqueóloga de la lengua se tratara, siguiendo quizá involuntariamente el rastro de Rubén Darío en sus Prosas profanas –paciente lector de esta reseña, si tienes un rato, busca en el diccionario el origen litúrgico de la palabra «prosa»–, la autora irlandesa tira de etimología y se remonta al término latino pagus para hacer referencia otra vez al mundo rural, al mundo del campo y a su idiosincrasia, y no a la primera acepción que a la mayoría nos asalta cuando leemos la palabra «pagano», aquella que designa a todo lo que queda fuera de las enseñanzas del Libro y sus religiones monoteístas.

Es esta una manera, como otra cualquiera, de jugar a la perplejidad con los lectores que se adentren en esta novela escrita hace casi medio siglo y ambientada en la Irlanda rural de la Segunda Guerra Mundial, un territorio ultracatólico y, por ende, hipócrita en los usos sociales, donde, por ejemplo, el atractivo cura del pueblo abusa de la joven protagonista y sale indemne, mientras que ella ha de soportar la culpa propia y la que los demás le cuelgan como un sambenito; un lugar violento, enfermizo, empapado en alcohol, machista, tiránico… Nada que ver con un locus amoenus, sino más bien con un lugar terrible en el que, a pesar de todo, queda espacio para cierto lirismo paisajístico en las descripciones y para lo poco que pueda caber de compasión en la mirada de la protagonista que cuenta su infancia y primera juventud.

En esta narración, resulta especialmente interesante el rastreo que el lector puede realizar del papel de la mujer en aquella Irlanda de los años cuarenta del siglo pasado a través fundamentalmente de los tres personajes femeninos principales: la narradora, su madre y su hermana; una madre que soporta sin capacidad real de rebelarse los desvaríos y caprichos de un marido borrachuzo, una hermana –Emma– que en su intento de liberación lejos del mundo rural y familiar no va a lograr escapar del papel de mujer objeto, y una protagonista cuya única salida reafirma un rol subalterno y sumiso para la mujer.

La novela, como ya se ha apuntado, se desarrolla desde la voz de la protagonista en una suerte de autobiografía algo particular, ya que en vez de la primera persona se echa mano de un «tú» que proporciona atinadamente a la narración una distancia que mantiene al lector en ese espacio de la extrañeza en que parece que la autora quiere instalarlo. Asimismo, esta estrategia narrativa puede contribuir en cierto sentido a despojar al relato de la identificación directa y especular con la vida de la autora, a adentrar al lector en la verdad de la mentira de la ficción, sin importar demasiado la fidelidad respecto a los hechos vividos por Edna O’Brien. Si alguien quiere, no obstante, comprobar lo estrictamente real y lo ficcionado en Un lugar pagano, le aconsejo acudir a Country girl, las memorias de la autora irlandesa publicadas en 2012.

Independientemente de esta condición –o de la contraria–, otro aspecto llamativo del libro que nos ocupa proviene de la elección que hace Edna O’Brien en cuanto a la estructura de la novela. Si bien opta por el orden cronológico lineal para contar la historia –un reparto trimembre que se ocupa en la primera parte de la infancia de la protagonista, en la segunda de su pubertad y en la tercera de su adolescencia–, el desarrollo interno de cada una de las secciones del libro adquiere una agilidad que de alguna manera cuestiona la rigidez tradicional de esta arquitectura. Esto se consigue principalmente a través una escritura que trata de reproducir sin intermediarios ni artimañas retóricas la libre asociación de la línea de pensamiento o, más bien, de la sinuosa y a veces contradictoria ruta que la memoria traza cuando trata de exponer sus recuerdos. Además de la agilidad en la narración, esta estrategia dota a la novela de una plasticidad argumental que en cierto modo puede convertirse en trasunto de la maleabilidad de la propia memoria. Sea como fuere, en el conjunto de la lectura de Un lugar pagano esto resulta un acierto, puesto que además dota a la obra de otro elemento más que sumar a esa sensación de extrañeza que ya se ha apuntado antes.

No sé si se podrá calificar a Un lugar pagano como la novela más importante de Edna O’Brien –no he leído toda su obra–, pero sí me atrevería a afirmar que, por lo dicho hasta aquí y por lo que cada lector pueda descubrir y disfrutar en ella, esta novela contiene por sí misma suficientes argumentos y calidad para invitar al lector español a acercarse a una realidad, la irlandesa, que tantas similitudes guarda con nuestra historia reciente. Una manera de explicarnos y entendernos desde un lugar extraño, que puede resultar la más útil y productiva por la distancia que mantiene respecto al lector.

Un lugar pagano (Errata Naturae, 2017), de Edna O’Brien | 256 páginas | 17,50 euros | Traducción de Regina López Muñoz

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