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Entre los sueños de grandeza y la realidad

REYES GARCÍA DONCEL | El confinamiento nos obligó a encerrarnos con nuestras familias, pero sobre todo con nosotros mismos. A Penélope, protagonista de esta historia y recién llegada de Nicaragua a Madrid, el destino le hizo tener que encerrarse con los libros, la ropa, los enseres y recuerdos, en definitiva con la vida al completo de su madre recién fallecida en la casa que había ido a desmantelar. Lo que iban a ser unos días se convierten en meses durante los que el pasado de su madre, de ella misma y de su país «toma la palabra en forma de susurros que invaden la casa».

Podríamos afirmar sin equivocarnos que esta novela trata sobre la muerte, muy presente en el exterior, envolviendo a la protagonista en forma de pandemia; también dentro de la casa: la de su madre y su último amante; y a lo largo de la narración vamos descubriendo que también tiene instalada la muerte en su memoria, en la figura del padre, asesinado por las fuerzas somocistas: «La presencia de la muerte me abrumaba», dice. Sin embargo, siendo un importante eje narrativo y emocional, no creo que sea el tema principal del libro, sino la relación madre-hija, una relación que, a consecuencia de la muerte, Penélope va recordando, doliéndole, asumiendo, cambiando su percepción y sobre todo conociendo a la mujer que fue: «No imaginé viajar al vientre de mi madre y descubrir cuanto más había allí que yo desconocía».

Día tras día, en soledad tiene todo el tiempo para indagar —pues hay muchos pasajes que le son desconocidos— en la vida de su madre, o deberíamos decir Valeria, ya que en su juventud, tras uno de los múltiples abandonos por exigencias de la lucha revolucionaria —«Ella vestida de verde olivo, con su traje de Comandante Guerrillera»— Penélope toma una decisión: «Dejé de llamarla mamá. Pasé a llamarla Valeria». La infancia de Penélope también estuvo inmersa en la revolución. Idealizó como los héroes de sus cómics a los guerrilleros que se reunían en su propia casa para derrocar la dictadura de Somoza, y admiraba a la madre valiente, pero extrañaba a la madre cercana y cuidadora, creándosele al cabo de los años un resentimiento con el que ahora, frente a esos cuadernos que parecen escritos para que ella los lea algún día, tiene que lidiar. Son dos mujeres fuertes, independientes, defensoras de sus convicciones políticas que una vez se perdieron y ahora, sin más opción porque el encierro es implacable, a través de unos «papeles náufragos del tiempo», vuelven a encontrarse. La hija descubre que su madre siempre sintió culpa por no atenderla: «Pienso en Penélope pero temo sus ojos (…) El temor de su juicio me pesa a ratos más que el amor que le tengo» (En cursiva la voz de Valeria) Pero sobre todo descubre a la mujer enamorada y amante que le cuesta aceptar: «Leer sobre la sexualidad de la propia madre (…) era intimar con la mujer que me contaba cuentos y me cubría de cariños y besos y consejos cuando estaba conmigo»

A partir de un determinado momento hay 2 voces de Penélope en la narración — «Desdoblarme fue un efecto de la soledad»—, la que decide y actúa, frente a la que critica, aconseja, duda, contradice, avisa… Esto le permite a la autora mostrar las aristas de su personalidad, las influencias del pasado, los miedos —otro de los temas abordados en la obra, no solo el miedo a la muerte sino también el enquistado por experiencias pasadas traumáticas—, los valores fijados, las expectativas… La protagonista va cambiando su mirada al mundo, su posicionamiento ante este: «Quería que respetaran mi leyenda de iconoclasta, mordaz y brillante mujer de esas a las que hay que acercarse con cuidado», la relación con su pareja que continúa en Nicaragua sufriendo la represión de la dictadura de Daniel Ortega, y sobre todo va transformando ese resentimiento profundo gestado en la infancia a una comprensión y aceptación «…y la compadecí como si en vez de mi madre hubiese sido mi hija», en un arco de personaje bien desarrollado.

A través de la voz de Valeria conocemos también la historia reciente de Nicaragua, la lucha contra la dictadura somocista, el destructor terremoto de 1972, la alegría de la revolución sandinista y el desengaño posterior, en definitiva la historia de un país al que Gioconda Belli ama: «agrietado, malherido, cojo, un eterno damnificado». Y en esos papeles mensajeros del pasado, como no podía ser de otra manera cuando se está vaciando un viejo desván lleno de cajas con cuadernos y fotos, surge un secreto familiar, que le sirve a la autora para sostener la narración y crear una intriga —en la casa se producen hechos inexplicables— a mi juicio algo forzada, pero que de nuevo nos plantea la cuestión de la maternidad, elegida o no, del aborto, de la orfandad… «Sentía punzadas en el ombligo (un engaño creer que desaparece el cordón umbilical)».

Gioconda Belli, premiada con el Reina Sofía de Poesía y el Sor Juana Inés de la Cruz entre otros, está exiliada en Madrid desde 2022. Luchó por el sueño revolucionario y reconoce que pensó en sus hijas al escribir esta novela donde nos ha mostrado parte de su autobiografía y de la historia reciente de su país.

Un silencio lleno de murmullos (Seix Barral 2024)| Gioconda Belli | 342 páginas | 20 € 

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