ILYA U. TOPPER | A un ave se le pone un anillo en la pata, con un número inscrito, para controlar su trayectoria de vuelos. Da igual en cuál de las dos patas. En el caso de las mujeres hay que ser más preciso: tiene que ser el anular izquierdo.
A las aves hay que atraparlas en redes para anillarlas, mientras que las mujeres en edad de merecer, al menos las de Argelia, dedican gran parte de su día a buscar a alguien que pueda atraparlas y anillarlas. Porque sin ese anillo, creen, no son completas. No tienen destino ni vida, no pueden cumplir su misión de anidar y cuidar la puesta. ¿Volar? Quién quiere volar pudiendo hacer un nido.
Hija mía, puede que tengas estudios, pero no sabes arreglártelas. A tu edad, yo ya tenía a tu padre entre mis redes y lo había atrapado bien. Es tu última oportunidad, no la dejes escapar delante de tus narices.
Lo de las aves lo he añadido yo, porque soy ornitólogo. Lo de las mujeres argelinas lo dice Kaouther Adimi (Argel, 1986), escritora de mirada aguda y verbo afilado. Muy afilado. Los recuerdos del Argel de su juventud, el hammam, las bodas de sus primas, todo eso que llama nostalgia desde su despacho de París, no son un paraíso perdido: son de donde se huye. Pero se huye —cambiemos de clase biológica— cual pez en el anzuelo, con la caña firmemente asida por todo lo que has dejado atrás: tu madre, tus primas, tus vecinas, tus leyes, tus policías, tu gobierno, tu presidente. Todos se han puesto de acuerdo en una cosa: tú te tienes que casar.
Y como pez en el anzuelo, la protagonista de la historia —narradora en primera persona— brinca, aletea, jadea, boquea, patalea, se resiste… o en realidad, quizás solo monte un show de resistencia frente a sí misma, porque no puede evitar mirar de reojo los anulares de todos los demás, mujeres y hombres, y de sentirse desgraciada porque ella aún no. Pasa la mitad de su tiempo en despreciar a todas esas estúpidas que han pasado por el aro y el altar y ya se han convertido en unas gordas y sumisas esposas, y la otra mitad en fantasear con asesinatos para vengarse de todas esas zorras que le han tomado la delantera y han conseguido pasar por el aro antes que ella.
¡Dime que acabarás por encontrar a alguien que te quiera! Hija mía, pareces un espárrago, tan pálida y verduzca, arréglate, sonríe, ponte recta y cásate con cualquiera.
Porque la protagonista es mala, eso no lo esconde. Más mala que Muriel. Cuando lee una noticia sobre una mujer que estranguló a su mejor amiga porque esta se había casado antes que ella, concluye: “Yo habría hecho lo mismo”. En la vida real, por supuesto, es una chica amable y respetuosa que en el banco del parque comparte su bocadillo y su tabaco con Clothilde, una señora sin techo de cincuenta años que nunca en la vida se ha casado.
Y esta es la novela: no esperen una trama, ni una acción que conduzca hacia algún desenlace. El único marco temporal es el del viaje a Argel que se va acercando, inexorable, para que la protagonista asista —es obligatorio— a la boda de su hermana. Sí, su hermana chica, a la que quiere tanto: resulta que se ha casado antes que ella. La muy zorra.
Has estudiado demasiado, eso asusta a todo el mundo. Deja de hablar, hablas demasiado. No le digas a todo el mundo que vives sola, ¿qué van a pensar?
Es una foto fija de lo que nos rodea, bajo la luz inclemente de un flash demasiado potente que deja ver todas las arrugas del patriarcado, especialmente las de las mujeres. Es hiperrealista. Le he leído los breves diálogos de mamá a mis amigas magrebíes y se han desternillado de la risa. Son literales. Son frases, sílaba por sílaba, que toda chica marroquí ha escuchado un millón de veces de los labios de su madre.
No es casualidad que el elenco de la novela lo formen tres mujeres: la narradora, mamá, Clotilde. El padre no está ni se le espera: ha muerto (en la novela: la autora ha tenido que aclarar más de una vez que su padre de verdad está vivo) y en conjunto, los hombres no importan en esta lucha, total, para anillarte vale casi cualquiera. Y si mamá está sentada en la punta de la pirámide que aplasta a toda chica para convertirla en momia nupcial, no es casualidad que su contrapunto sea Clotilde: o pasas por el aro y serás como mamá un día… o acabarás tirada en un banco del parque. Es el futuro que te espera.
Si no lo haces por ti, hazlo por mí, tu madre querida que lo ha sacrificado todo para que sus dos hijas puedan tener una bonita boda…
No, usted probablemente no lo haya escuchado, estimada lectora: no basta con tener una madre andaluza para eso. Eso es otro nivel, chantaje nupciomaternopatriarcal clase superior, nivel oro olímpico maratón. Deporte nacional en el Magreb. Y en Egipto. En todo los países al este del Mediterráneo. Con matices en Italia, Grecia, Turquía. Me temo que en todas partes. Hasta en las antípodas juzgan el dedo anular izquierdo como órgano más importante del cuerpo humano y consideran que llevarlo desnudo, desanillado, es una señal grave de indigencia, casi indecencia. Es triste robar, pero más triste es no casarse. O eso dicen los que han visto La boda de Muriel.
Piedras en el bolsillo (Libros del Asteroide, 2021) | Kaouther Adimi | Traducción del francés: Aloma Rodríguez | 176 páginas | 17,95 euros