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¿Es ahí la guerra?

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Nosotros caminamos en sueños

Patricio Pron

Literatura Random House, 2014

ISBN: 978-84-397-2811-1

122 páginas

16,90 €

 

 

 

Sara Mesa

Un soldado camina perdido entre la niebla y el humo. Avanza a tientas, con miedo, chistando a un lado y otro para comprobar si alrededor hay compañeros de filas, adversarios, o está completamente solo. Sin pretenderlo, se interna en las líneas enemigas. Qué desastre: es incapaz de distinguir entre su bando y el contrario. Reconocemos la escena, ¿verdad? Es el comienzo de El gran dictador, uno más de los muchos ejemplos que existen de la recreación satírica de la guerra. Mostrar el horror a través del humor: hay una larga tradición de esto tanto en el cine (la mencionada de Chaplin, pero también -se me ocurren sobre la marcha- To be or not to be, Teléfono rojo o las más recientes La vida es un milagro, de Kusturica, o En tierra de nadie de Danis Tanovic) como en la literatura (desde Las aventuras del buen soldado Schwejk, esa sátira mordaz cumbre de la literatura checa, a El arco iris de gravedad, con ese Slothrop que se empalma cada vez que cae una V2 nazi, o Matadero 5, en la que Vonnegut juega con las posibilidades irónicas de la ciencia ficción, pasando por Los pichiciegos, de Fogwill, a quien tanto debe esta última entrega del argentino afincado en España Patricio Pron). 

Nosotros caminamos en sueños, la edición corregida y ampliada de Una puta mierda (que ahora cuenta con un título mucho mejor, y además más «proniano», si se me permite el término), es una novela satírica ambientada en la guerra de Malvinas, ese trauma argentino del que aún se demandan explicaciones y que ha sido fuente de inspiración para otros muchos escritores del país. En este caso, la vinculación con Fogwill ha sido reconocida por el mismo autor, aunque la propuesta estética sea, en realidad, sustancialmente diferente. Si Fogwill ponía el foco en el plano detalle -esos desertores escondidos bajo tierra que alcanzan una apabullante y cautivadora entidad simbólica-, Pron abarca el conflicto en su conjunto -hay bombardeos, y trincheras, y algo parecido a la estrategia militar, y hasta hospital de campaña-. Este contexto, con la aparición de personajes de diferentes rangos en la escala de poder, posibilita que, más allá del absurdo de las situaciones recreadas, se ponga el dedo en la llaga de la cuestión clave del conflicto: la mentira. Como es sabido, durante meses los medios de comunicación argentinos difundieron la falsa noticia de la victoria argentina en Malvinas, una falsedad más entre tantas, que, como expresa el mismo Pron, se extendió por doquier: “las maestras nacionalistas que nos mentían, los padres asustados que nos mentían, la prensa imbécil que nos mentía”. El caso es que en esta novela no se nombra a las Malvinas (solo se habla de “unas islas” cuya ubicación los soldados -y sus mandos- desconocen) ni a la nacionalidad de los contendientes (salvo en las últimas páginas, en las que ya se menciona a los argentinos), y de hecho los personajes tienen apellidos de lo más variopintos que apuntan a diversas procedencias (O’Brien, Moreira, Sorgenfrei, Snowden, Mirabeaux, Wolkowiski, Afrikakorps…), aparte de denominaciones o apodos que nos recuerdan a los de La chaqueta metálica (El Nuevo Periodista, Soldado Desconocido, Teniente Perdido, Soldado Cornudo…).

La elección de la primera persona me parece un acierto en tanto que quien nos habla es un atolondrado soldado -uno más- que confiesa haber perdido la memoria y el sentido del tiempo, “por lo que la guerra era ahora, pensé, todo lo que tenía, todo el pasado que recordaba y el presente; y pensé que, siendo eso lo único que podía traer a la memoria, escribir mi autobiografía (…) iba a ser más sencillo para mí que para el resto de las personas, puesto que esa autobiografía iba a limitarse a un puñado de días, tres o una semana o setenta y dos días, ya no sabía”. Nos dice también que se prometió a sí mismo que no escribiría “una historia clásica de la guerra y, por consiguiente, exenta de interpretaciones personales y llena de datos estadísticos y de mapas”, sino más bien “la historia de la guerra tal como yo la había vivido, y también pensé que esa historia iba a incluir, naturalmente, las historias de los otros, las que ellos me habían contado poco antes de morir”.

10590029_668255756598239_630486969_nCon tal declaración de principios, Patricio Pron construye este relato carente de verosimilitud y lógica -al fin y al cabo, ¿se puede representar la lógica de lo ilógico?-, presidido por la imagen de una bomba que permanece sin caer, suspendida en el aire. Nuestro narrador, tan falto de experiencia como el resto de la tropa, acepta el sinsentido porque, al fin y al cabo, qué sabe él de las guerras. La cadena de mando es absurda, las órdenes contradictorias, el terror se burocratiza, la ignorancia no tiene límites (¿contra quién luchan? ¿dónde están? ¿por qué?), el caos es absoluto, la arbitrariedad de las decisiones se convierte en la norma. Diálogos hilarantes, chistes y juegos de palabras, un humor desenfadado muy a lo Monty Python, pero también sentencias demoledoras (“Es tan imbécil que podría pasar por un héroe”) y reflexiones de personajes que no nos dejan fríos, sino más bien al contrario (“A ellos y a nosotros nos conviene dejar de arrojar bombas, por supuesto, pero actuaríamos irresponsablemente si firmásemos un tratado de paz, ya que, para ser responsable, deberíamos partir de la premisa de que el otro no cumplirá su parte y seguirá arrojando bombas, o acumulándolas o lo que sea, y así ganará la guerra; de modo que lo mejor es seguir arrojando bombas”). Junto a todo esto, el dolor de las mutilaciones, la opresión y la muerte, que no se nos ahorra, ni mucho menos.

La indagación de Pron en la parodia supone, solo hasta cierto punto, una diferencia en la estilística habitual del autor de El mundo sin las personas que lo afean y lo arruinan, y digo hasta cierto punto porque sus lectores, entre los que me cuento, encontrarán aquí el lenguaje trabajado, de periodo amplio y gran fluidez, que lo caracteriza. Sin embargo, este estilo está puesto aquí al servicio de un tono diferente, con una intencionalidad, obviamente, muy diferente. No es este su mejor libro, y sin embargo es un libro muy recomendable y, diría más, bastante necesario. Aquellos que sean afines al amargo humor de Gila -ay, esos memorables números telefónicos sobre la guerra- son sin duda los lectores ideales que demanda este libro, pero también, por qué no, aquellos que piensan que no, que no se puede parodiar todo, precisamente porque sí, porque sí se puede, y porque eso -la parodia, la mordacidad, el colmillo retorcido- nos permite ver las cosas desde otros ángulos y nos hace más críticos y más sabios.

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admin

2 comentarios

  1. Hay otra referencia muy buena, Sara, que seguro que conoces: «Dr. Insólito»…

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