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Escribir con un serrucho

JOSE TORRES | La primera impresión al comenzar a leer Geografía de la oscuridad es que sus frases cortas, punzantes, afiladas, van cortando la piel del lector, a medida que este digiere sus letras. Da la impresión, como reza el título de esta reseña, de que la escritora peruana Katya Adaui, ha escrito esta Geografía de la oscuridad con una serrucho, con un cuchillo de carnicero oxidado, mal afilado, de que al imprimir este conjunto de relatos sobre el papel desprenden aristas ortográficas que, sin remedio, se clavan en las pupilas, gargantas, de los lectores incautos. Hay mucho que digerir en estos relatos que reflexionan sobre la paternidad, su carga o fortuna, y en el duro trabajo de los hijos para sobrevivir a estas crianzas, a menudo catastróficas. Katya Adaui ha logrado construir unos relatos porosos, por los que el lector puede encontrar las vías para reconocerse con incomodidad en las reflexiones que propone y sacar sus propias conclusiones.

Las reseñas, a veces, son prospectos que contienen instrucciones de uso, como diría Perec, para que el lector afronte el texto prescrito por el librero de turno. Y a veces también, hay libros, unos más que otros, que necesitan de estas advertencias para que los efectos secundarios no nos obliguen a apartar los ojos del libro. Este humilde reseñista se disfraza ahora de facultativo, para proponer que el lector que ingenuamente compre en su librería de barrio (fuck amazon!) Geografía de la oscuridad tenga, a ser posible, una relación sana e idílica con sus progenitores, alimentada con recuerdos maravillosos (insertar aquí la música de Cuéntame cómo pasó) de tantos y tan buenos momentos pasados en compañía de padres amantísimos, atentos, solícitos con sus retoños, y no agotados, cansados, pervertida su paternidad por motivos personales, legítimos, pero ruines, egoístas quizás a ojos de sus hijos. También recomendamos obviar todos aquellos momentos en que los hijos fuimos conscientes de que devorábamos un trozo de vida de madres y padres, un momento irremplazable e insustituible, y que quizá más adelante pudiera ser recriminado o reprochado por ellos. Y es que en los relatos que conforman Geografía de la oscuridad, aparecen padres cansados de ser padres, o que nunca quisieron serlo, madres atentas hasta la asfixia, madres vampiro que necesitan de los fluidos y la congoja de sus hijas para seguir viviendo, hijos que intentan seguir ligados a sus padres por razones que ni ellos mismos comprenden y siguen encontrando en ellos que, a pesar de los esfuerzos, las piezas no encajan, se hicieron con propósitos distintos, dos vidas que nunca pudieron ser un bloque conjuntado, sino dos piezas de lego mal fabricadas. Porque los relatos de Geografía de la oscuridad (escritos con un serrucho, no lo olvidemos) dejan entrever esas grietas familiares que todos, con mayor o menor fortuna, escondemos debajo de la alfombra, esperando que ninguna visita inoportuna tropiece con ellas, o que un día las necesitemos para herir al otro, para tratar de construir el puzle y descubrir que nunca pudimos armarlo, porque las partes se rozaban, encajaban mal, y debemos vivir nuestros días con este jugo amargo en la garganta.

Última recomendación facultativa. En la medida de lo posible, lean Geografía de la oscuridad de un tirón. Aunque a veces una palabra se les atragante, o tras la lectura de un relato piensen que mejor poner la tele, dar un paseo, un beso a la persona que aman, o en un ataque de paternidad pretendan visitar a su hijo en la habitación donde juega ¿inocentemente?, perseveren en la lectura, sigan pasando páginas aunque noten cómo la sangre resbala gota a gota por el codo. La conmoción necesita continuidad, y nada hay más sano, y a la vez más perturbador, que enfrentarnos a nosotros mismos a través de la lectura. Geografía de la oscuridad logra esto y mucho más. Ya me dirán.

Geografía de la oscuridad (Páginas de Espuma, 2021) | Katya Adaui | 118 páginas | 15€

admin

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