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Escribir desde el cuerpo

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 CAROLINA EXTREMERA | A veces me pregunto si de verdad siento deseo o si es el deseo ajeno proyectado en mí lo que me excita, el deseo neurotizado, la mirada del otro. Pienso que podría acostumbrarme al sexo con mujeres como me acostumbré al sexo con hombres o a los hombres en general.

Hay lectores jóvenes que leen a muchos autores jóvenes. Lo sé porque los sigo en Instagram y veo sus fotos de cafés junto a un libro de Cristina Morales, sus copas de vino blanco mientras esperan a que haga efecto una mascarilla a la vez que leen una novela de Luna Miguel, el poemario de María Sánchez en una mesa rústica, fotos de un río al fondo con las memorias de Aixa De la Cruz,  pies descalzos sobre el césped y un ejemplar de relatos de Almudena Sánchez y ahora, desde hace menos de un mes,  un gato enroscado en las piernas de una lectora que apoya Cuerpos malditos de Lucía Baskaran en sus rodillas. Antes de continuar, por si algún señor mayor está esperando que esto sea una sátira en la que al final le doy la razón, aclararé que yo misma, que no soy tan joven, he leído todas las obras que menciono más arriba y todas me han gustado. No solo eso: al contrario que la mayoría de mis contemporáneos, creo firmemente que posar haciendo algo que te gusta no hace que lo disfrutes menos, sino todo lo contrario y que hacer una foto bonita con un libro no lo banaliza, sino que lo homenajea.  También tendría que especificar que en lugar de “lectores” debería haber dicho “lectoras” y, en lugar de “autores”, “autoras”. Porque, en mis investigaciones en redes sociales sobre esta generación joven, hay un lector por cada diez lectoras, un autor por cada diez autoras.

Mi ejemplar de Cuerpos malditos también ha sido paseado debidamente y fotografiado y, como he avisado antes, lo he disfrutado. La novela comienza con la muerte de Martín, el novio de Alicia, protagonista y narradora que ni siquiera tiene treinta años y ha perdido al que ha sido su pareja desde los dieciocho. Con este punto de partida, Alicia tiene que pasar su duelo y decide hacerlo en compañía de Ane, su amiga de la infancia y adolescencia, a la que invita a vivir a su casa. Es una historia absorbente en la que se avanza desde el pasado y hacia el futuro en la que se desmontan muchos mitos como el de la infancia feliz, el de la pareja como única forma posible de vida, el de la inocencia sexual de los niños o el de la forma que toma el deseo femenino. La novela, reflexiva y dinámica a partes iguales, tiene mucha fuerza. Tanta, que los posibles defectos de forma como un exceso de explicaciones por parte de algunos personajes sobre sus sentimientos o las aclaraciones al texto a veces incluso en forma de notas a pie de página, se diluyen en el total de la obra. Yo me la leí de un tirón en un tren de Sevilla a Madrid y la disfruté por sus aciertos, como los diálogos, que están construidos con maestría, o las escenas de sexo, narradas de forma que, a pesar de ser muchas y variadas, resultan absolutamente naturales y sin excesos porque cada una encaja en el lugar que le corresponde.

Hay ciertos momentos en los que aparecen frases muy lúcidas. Por ejemplo, esta sobre la farsa a la que nos prestamos cuando se supone que somos adultos: “Durante un tiempo casi me lo tragué: tenía casparejatrabajo y dinero para comprar ropamueblesvinovacacioneseinclusouncoche. A día de hoy  creo que la adultez es un engaño que tiene más que ver con la acumulación de relaciones, objetos y experiencias, todas ellas metidas en un mismo saco en el que el aire no entra con la frecuencia suficiente”. Las palabras unidas aparecen así en el libro. Reflexiona también sobre el papel de la familia como fuente de violencia para todos sus miembros, como institución que ya no tiene las respuestas que necesitamos o sobre comportamientos que la constante mirada masculina ha hecho totalmente normales para las mujeres, pero que en realidad no lo son. Hay partes de la novela que se dirigen al cuerpo y se cuentan desde el cuerpo, algo que se está volviendo más frecuente en las autoras jóvenes y que yo aplaudo. Como contrapunto al exceso de explicaciones de ciertos instantes puntuales, en otros momentos hay frases muy cortas que sintetizan muchísimo, como: “En el baño de al lado, una mujer entre tres y noventa y nueve años se provoca el vómito”.

Me contó una amiga librera que en su librería, no se sabe bien si por error, Cuerpos malditos estaba catalogado como literatura policíaca. No es una novela negra, obviamente, pero sí tiene cierto misterio y alguna sorpresa.

Hay lectores viejos que solo leen autores viejos o muertos. Se están perdiendo algo importante.

Cuerpos Malditos (Temas de hoy, 2019) |Lucía Baskaran| 222 páginas | 17.90€

admin

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