Miguel Ángel Contreras
Bartleby Ediciones, 2012
ISBN: 978-84-92799-48-0
54 páginas
9 €
Juan Carlos Sierra
Los lectores de poesía y la crítica del ramo -no todos, por suerte- suelen ser bastante benévolos con los jóvenes poetas, sobre todo si además el libro publicado se encuentra bajo la sombra protectora de algún premio. Como mucho se le ponen algunas pegas menores que, piensan, se curarán con el tiempo -luego el tiempo acostumbra a quitarles la razón-. Esta actitud condescendiente se transforma habitualmente en máxima exigencia, si el poeta se estrena en las mesas o estanterías de novedades habiendo superado cierta edad.
Miguel Ángel Contreras (Guadix, 1968) publica su primer poemario Libro de precisiones rebasados ampliamente los cuarenta. A pesar de esta anécdota temporal, creemos que podrá salvar con solvencia las dentelladas de cierta crítica nostálgica de la «frescura» juvenil, porque cuando uno se ha pasado media vida leyendo y trabajando en silencio sin atender a los cantos de sirena de una publicación prematura, suele acabar colocando en las librerías un producto maduro, serio, reflexivo,… como es el caso de este Libro de precisiones.
Lo primero que llama la atención de este poemario es su estructura medida, equilibrada, simétrica: dos partes de veinte poemas cada una de ellas, precedidas por un «Proemio», único poema en prosa del conjunto. Esta arquitectura resultaría, sin embargo, hueca -como esos pisos y urbanizaciones a medio hacer que pueblan el paisaje en crisis de nuestro país-, si no fuera porque se halla sustentada por un discurso sorprendentemente coherente fabricado a base de los ladrillos, las tuberías, los cables y los muebles de un hilo metafórico que ensarta las piezas de este libro.
Desde el «Proemio» el autor pone las cartas boca arriba y lanza al lector al desierto, auténtico ‘leitmotiv’ metafórico -convertido en alegoría- de Libro de precisiones. En un contexto urbano, el personaje poético se adentra en el subsuelo, es decir, en el metro, en una suerte de bajada a los infiernos de Dante, para comprobar que “El silencio era continuo”, que se encontraba “de pronto en un desierto donde éramos nosotros la arena granulada…”. Pero la situación no resulta muy distinta en el exterior, donde también habita el silencio, la soledad, en “…un desierto invertido donde todo lo que estaba lleno era en verdad muestra inequívoca de lo vacío”.
A partir de aquí se abren los veinte poemas de la sección titulada “En el desierto”, donde el poeta indaga en las posibilidades expresivas de la metáfora inicial del libro, cumpliendo una de las labores fundamentales del discurso poético: cuestionar la realidad y el lenguaje que la nombra, para, si no descubrir, al menos reflexionar profundamente sobre la posible esencia que se esconde tras las capas que la recubren. En este sentido, Miguel Ángel Contreras indaga hábilmente en los perfiles que le ofrece la imagen del desierto -escisión, soledad, destierro, irreversibilidad,…-, pero a la vez se instala en él en una suerte de estado de resignación casi feliz, porque este desierto nos libra de la condición de esclavos, según explica en el poema «Yo también fui como vosotros».
En «Variaciones en la piedra», la segunda parte del Libro de precisiones, llega el momento de dialogar con la materia. Aunque no tan lograda como la primera sección en cuanto a la coherencia de la imaginería que se pone en juego -quizá uno de los pocos reproches que se pueden hacer al conjunto del libro-, se mantiene una línea argumental sólida a lo largo de los veinte poemas que componen esta sección.
El tono general de Libro de precisiones roza lo existencial en su vertiente más desolada. Sin embargo, el poemario concluye con un texto -«Declaración de principios»- que abre la puerta al optimismo, porque “De la piedra he podido aprender/ que el corazón manda”. Contra el determinismo de la materia, vencido con el desprecio, el personaje poético concluye este recorrido de indagación existencial ofreciendo un contrapunto a todo lo dicho anteriormente, afirmando “que lo mejor siempre está por llegar”.
En versos limpios y claros, y visitando tradiciones que van desde la Biblia -«Preludio» o «He creído comprender»- a García Lorca -«Epitafio del piano»-, Miguel Ángel Contreras compone un primer poemario que, salvo los pequeños peros que hemos destacado en la segunda sección del Libro de precisiones, saca a la luz a un poeta que conoce su oficio y del que se puede esperar lo mejor en el futuro, a pesar de o, precisamente, debido a su madurez personal y lírica.
Los lectores de poesía y la crítica del ramo -no todos, por suerte- suelen ser bastante benévolos con los jóvenes poetas, sobre todo si además el libro publicado se encuentra bajo la sombra protectora de algún premio. Como mucho se le ponen algunas pegas menores que, piensan, se curarán con el tiempo -luego el tiempo acostumbra a quitarles la razón-. Esta actitud condescendiente se transforma habitualmente en máxima exigencia, si el poeta se estrena en las mesas o estanterías de novedades habiendo superado cierta edad.
Miguel Ángel Contreras (Guadix, 1968) publica su primer poemario Libro de precisiones rebasados ampliamente los cuarenta. A pesar de esta anécdota temporal, creemos que podrá salvar con solvencia las dentelladas de cierta crítica nostálgica de la «frescura» juvenil, porque cuando uno se ha pasado media vida leyendo y trabajando en silencio sin atender a los cantos de sirena de una publicación prematura, suele acabar colocando en las librerías un producto maduro, serio, reflexivo,… como es el caso de este Libro de precisiones.
Lo primero que llama la atención de este poemario es su estructura medida, equilibrada, simétrica: dos partes de veinte poemas cada una de ellas, precedidas por un «Proemio», único poema en prosa del conjunto. Esta arquitectura resultaría, sin embargo, hueca -como esos pisos y urbanizaciones a medio hacer que pueblan el paisaje en crisis de nuestro país-, si no fuera porque se halla sustentada por un discurso sorprendentemente coherente fabricado a base de los ladrillos, las tuberías, los cables y los muebles de un hilo metafórico que ensarta las piezas de este libro.
Desde el «Proemio» el autor pone las cartas boca arriba y lanza al lector al desierto, auténtico ‘leitmotiv’ metafórico -convertido en alegoría- de Libro de precisiones. En un contexto urbano, el personaje poético se adentra en el subsuelo, es decir, en el metro, en una suerte de bajada a los infiernos de Dante, para comprobar que “El silencio era continuo”, que se encontraba “de pronto en un desierto donde éramos nosotros la arena granulada…”. Pero la situación no resulta muy distinta en el exterior, donde también habita el silencio, la soledad, en “…un desierto invertido donde todo lo que estaba lleno era en verdad muestra inequívoca de lo vacío”.
A partir de aquí se abren los veinte poemas de la sección titulada “En el desierto”, donde el poeta indaga en las posibilidades expresivas de la metáfora inicial del libro, cumpliendo una de las labores fundamentales del discurso poético: cuestionar la realidad y el lenguaje que la nombra, para, si no descubrir, al menos reflexionar profundamente sobre la posible esencia que se esconde tras las capas que la recubren. En este sentido, Miguel Ángel Contreras indaga hábilmente en los perfiles que le ofrece la imagen del desierto -escisión, soledad, destierro, irreversibilidad,…-, pero a la vez se instala en él en una suerte de estado de resignación casi feliz, porque este desierto nos libra de la condición de esclavos, según explica en el poema «Yo también fui como vosotros».
En «Variaciones en la piedra», la segunda parte del Libro de precisiones, llega el momento de dialogar con la materia. Aunque no tan lograda como la primera sección en cuanto a la coherencia de la imaginería que se pone en juego -quizá uno de los pocos reproches que se pueden hacer al conjunto del libro-, se mantiene una línea argumental sólida a lo largo de los veinte poemas que componen esta sección.
El tono general de Libro de precisiones roza lo existencial en su vertiente más desolada. Sin embargo, el poemario concluye con un texto -«Declaración de principios»- que abre la puerta al optimismo, porque “De la piedra he podido aprender/ que el corazón manda”. Contra el determinismo de la materia, vencido con el desprecio, el personaje poético concluye este recorrido de indagación existencial ofreciendo un contrapunto a todo lo dicho anteriormente, afirmando “que lo mejor siempre está por llegar”.
En versos limpios y claros, y visitando tradiciones que van desde la Biblia -«Preludio» o «He creído comprender»- a García Lorca -«Epitafio del piano»-, Miguel Ángel Contreras compone un primer poemario que, salvo los pequeños peros que hemos destacado en la segunda sección del Libro de precisiones, saca a la luz a un poeta que conoce su oficio y del que se puede esperar lo mejor en el futuro, a pesar de o, precisamente, debido a su madurez personal y lírica.