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Escuchar a la noche

instrucciones_portada_sombraANTONIO RIVERO TARAVILLOMaría Dolores Almeyda ha publicado la novela Veintidós estaciones (2015) y el libro de relatos Algunos van a morir (2012). Pero es sobre todo poeta, una poeta que en los últimos años ha ofrecido Versos clandestinos (2011) y La casa como un árbol (2013). Pese a ello, su nombre no suena apenas y está ausente incluso de las antologías de poesía escrita por mujeres que abundan en los últimos tiempos. La razón de esto habrá que verla en el hecho de que ha empezado a publicar tardíamente, porque en su obra hay elementos de calidad suficiente como para ser más leída.

Con Instrucciones para cuando anochezca, Almeyda entrega algunos poemas poderosos en los que se reconoce una voz insobornable que se alza contra vicios, abusos, pero también el íntimo murmullo de mujer que habla de su corazón (al que no es ajeno el latir del mundo). Es una suerte de brújula personal que atiende a lo expresado en el epígrafe con dedicatoria a un hijo: “Las madres siempre damos instrucciones, consejos, recomendaciones, hacemos advertencias, sugerimos. Pero a veces las madres necesitamos tener un hijo para darnos instrucciones a nosotras mismas.”

No faltan los momentos que se podrían calificar de poesía “débil”, no suficientemente trabajada o pasada por el tamiz de una tensión que evite las caídas en lo sentimental e incluso blandengue, potenciado (si lo blando puede fortalecerse en su blandura) por la rima, quizá no deliberada. En “Lecciones para volar”, léxico, ideas, rima, se conjuran para amarrar el poema a lo prescindible, que es siempre aquello que le resulta más difícil de soltar al principiante: “Devolverle a la mañana sus olores / y sonrojar las mejillas de las flores / con los piropos que le escriben los poetas”. O, unos versos más abajo, “Seré cual mariposa aprendiendo a volar / después de ser oruga, seré quien te amará”. Claro que puede ser eximente, incluso principio acatado, la cita de Gloria Fuertes que abre el libro: “Escribo como escribo, / a veces deliberadamente mal / para que os llegue bien.”

Pero Almeyda sabe extraer el jugo del lenguaje, y escribir “en mi piel aviejada / de futura difunta” o “las ventanas abiertas de par en paz”. “Multiplicación, semilla, mestizaje” incluye versos muy sugerentes, como esta primera estrofa: “Vivo de muchas vidas, de otras vidas, / de otros surcos y vientos y manantiales, / de sangre de otras venas, / de ecos de otras voces, de éxodos y siembras, / de pisar otros miedos y otras confusiones.” Y mejor aún: “No vivimos para tener historia / sino para tener memoria del momento / en que fuimos la visión de un semejante.” En “Para una desconocida”, con una visita a Varsovia y el recuerdo de Szymborska, deslumbran estos dos versos finales: “Lo recuerdo como si fuese ayer / y puede ser que no haya sucedido todavía”.

“En dónde olvidados” se habla también de lo temporal, del transcurso: “la peregrina ambición de reunir los días / en torno al mausoleo en que se veneran / las deudas contraídas contra el tiempo.” Destacable es también el poema de amor “Para tomar aliento”. Dos buenos poemas cierran el volumen: “Espejos” y Últimas instrucciones”. El cierre del primero de ellos sale airoso del encuentro con el tópico: “Y admiro mi extraordinario parecido con lo que no quisiera, / la inverosímil y exótica mueca de un personaje intruso / y pasajero que me habitó desde la cuna y morirá conmigo / mirándose la cara en el espejo.” En el segundo, tras dibujar una escena de introspección nocturna, de brasero y fantasmas y recuento de cosas perdidas, la poeta enuncia la lección de la que se nutre el arte poético y la sabiduría, que parten de la observación y, como aquí, del silencio receptivo: “Y yo me siento dispuesta a escuchar / lo que la noche tenga que decirme.”

Instrucciones para cuando anochezca (Anantes, 2016) de María Dolores Almeyda | 64 páginas | 12 €

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