JOSE TORRES | La literatura de Esther García Llovet siempre nos ha llevado de la mano a esa otra España que comienza cuando los españolitos de bien dormimos y pensamos que, al fin y al cabo, somos buenas personas. El país que habita en sus novelas es un territorio plagado de pícaros, buscavidas, perdedores, perdonavidas, frikis y estraperlistas de la realidad. Y la escritora malagueña no abandona este paisaje, en el que se siente tan cómoda, en su último libro, Los guapos, publicado por Anagrama.
García Llovet nos sitúa en esta ocasión en el levante valenciano, ese territorio asediado por los guiris y el pelotazo urbanístico, que tan bien supo retratar Rafael Chirbes, entre otros. Esa Albufera levantina, que Chirbes narra como metáfora de la codicia personal y colectiva, en García Llovet se convierte en escenario berlanguiano, territorio de canis y motos con el escape trucado y gasolineras atrapadas en carreteras poco transitadas. El leitmotiv de la novela es un suceso aparentemente paranormal. Los más viejos del lugar recordarán aquellos círculos que aparecieron de la nada en campos de cultivo para gozo de Ikers Jiménez y demás fauna dedicada al comercio de lo paranormal. La aparición de estos círculos en los campos de arroz valencianos es la excusa que la escritora encuentra para narrarnos las peripecias de Adrián, protagonista de Los guapos, y prototipo de los protagonistas de los anteriores libros de García Llovet. Un arribista con pocos escrúpulos, dotado con una sensibilidad olfativa para oler dinero y beneficio en asuntos que a la mayoría de nosotros nos parecerían insustanciales. Aunque, y esta también es una característica de los personajes de Esther García Llovet, su supuesta habilidad deriva, a medida que avanza la novela, en una quiero y no puedo, en esa personalidad del perdedor, del antihéroe, que nos hace empatizar con el personaje.
Alrededor de Adrián, pulula una serie de personajes extravagantes; Willy, segurata del camping donde transcurre la novela, adicta a las pipas y a hablar como una metralleta; Mornell, una niña de once años, as de la mecánica, que García Llovet caracteriza con los atributos de una adulta; Broseta, anciano vigilante del camping y paseador de perros; el Carabinero, siciliano apasionado por la música de Nino Bravo y dueño de un maltrecho quiosco, que malvive en mitad de la nada; y Vicente y su Montesa, enigmático dueño del camping, de modales lentos.
La prosa de Esther García Llovet, es seca, cortante, frases cortas que dotan de ritmo a la narración y que ayudan al lector a devorar la novela. Destaca en la escritora malagueña su habilidad para el diálogo y para definir a sus personajes en apenas dos trazos. Y queda claro, a medida que la lectura avanza, que lo que menos le interesa a la escritora es la resolución del misterio sobrenatural. Es en el retrato de personajes y en el dibujo de esa realidad subterránea en la que habitan sus protagonistas, donde pone todo su empeño. Quizá por eso el desenlace de la novela está trazado como con desgana y resulta algo decepcionante. También quizás, a estas alturas del libro, la explicación al supuesto fenómeno paranormal sea lo que menos interese al lector de Los guapos. Esther García Llovet ha conseguido, una vez más, que nos encariñemos con este puñado de fracasados y que tratemos con indulgencia la debilidad de la historia que protagonizan.
Los guapos (Anagrama, 2024) | Esther García Llovet | 124 páginas |16,90 euros