ILYA U. TOPPER | Encontrar una novela en la que pasen cosas – inmortal definición de Alejandro Luque – es un privilegio casi inaudito en estos tiempos de la autoficción, en la que agencias literarias y editoriales parecen tener por hábito entregarles a sus autores un palo de selfie en lugar de un bolígrafo. Que para gozar de este privilegio haya que acercarse al anaquel rotulado como “Novela negra” no me parece, de entrada, un detalle a lamentar: en esta categoría hay unas cuantas obras imperecederas, incluidas las de admirables autores que luego fracasaron a la hora de acometer lo que pensaban que era literatura seria.
En el vientre de la Roca, del gaditano Jerónimo Andreu (1981) –es su primera novela – se presenta desde la portada como novela negra: un par de balas sobre un mapa del Estrecho de Gibraltar. Ay Gibraltar, la Roca, como dicen los llanitos, o el Peñón como decíamos en el otro lado, en ese triángulo de la mala vida que va desde La Línea a Algeciras y Los Barrios. Viendo el mapa, lo que sorprende es que no todos los escritores de España y parte de los del extranjero hayan escogido Gibraltar para ubicar sus novelas negras. O, simplemente, sus novelas. Un guionista de cine mataría por un escenario así. Ahora que lo pienso, esto – lo del guionista que mata– podría ser un argumento de mi futura novela negra.
En la novela de Jerónimo Andreu se mata por motivos más prosaicos. Droga en primer lugar. Y aunque se pegan unos cuantos tiros de pistola, en realidad – exceptuando ese breve flash-back por la reciente historia de la Irish Mafia en Marbella, con las tintas y las metralletas muy cargadas– se mata muy poco en el libro. Casi no se mata, diría yo. A Andreu no le hace falta matar para mantener la tensión, ir aumentándola, forzarla todavía un poco más.
Puede, porque tiene con quien: el buscador, Joseph, un policía gibraltareño prematuramente retirado y venido a menos, y la buscada, una misteriosa chica rubia con pasaporte diplomático británico y acento de un barrio cualquiera de Málaga o por ahí.
Venido a menos en La Línea quiere decir dedicarse al contrabando de tabaco a través de la Verja. Mucho más bajo no puede caer Joseph, exjefe de seguridad del Chief Minister, la máxima autoridad de Gibraltar. Atrás han quedado alcohol, los amores y hasta el tabaco, pero la mala vida sigue siendo la mala vida. Esta es la primera baza de Andreu: un perfil de protagonista sólido, dibujado a lápiz duro, apenas difuminado por el humo de cigarrillos pasados, humano y demasiadohumano en su justa medida. La segunda es la rubia, que hace de perfecto contrapeso en la otra punta del brazo de la romana. Obviamente no voy a contar más. Por quién me toman.
Y entre estos dos anda la fauna diversa del Campo de Gibraltar, trazado con una maestría a menudo rayana en la caricatura, pero siempre a este lado de la línea que separa el realismo sucio de la coña. El funcionario maricón aficionado a la coca. La traficante gitana con los pies en la palangana y un ejército de hombres a sus órdenes. El chaval moro que vendería a cualquiera para salir de la cuneta y su hermana que solo conoceremos en foto. El alcohólico espía viejo del MI6. La alemana viuda de un traficante de altos vuelos. El joyero judío que pasa antigüedades robadas. Policías y yonquis. Una zoología completa. Un puñado de hilos que nadie maneja pero que tarde o temprano tienen que pasar todos por ese ojo de aguja que es la Verja. Para poder expandir luego sus tentáculos por las callejas descascarilladas de La Línea, a un lado, o los elegantes yates en el puerto deportivo de Gibraltar, al otro. Todo se toca.
No me extrañaría que con tantos personajes, algunos con subtramas que parecen acabar en cabo suelto, Jerónimo Andreu pensara ya en aprovechar el ambiente para una segunda o tercera entrega. El material lo merece. Si no lo hace, solo cabe quitarse el sombrero ante un autor capaz de disparar tantas ráfagas de creatividad para una única novela.
Eso sí, la creatividad también puede desbocarse y hay que tener cuidado con el retroceso. Me pregunto si Andreu no ha subido un poco demasiado alto el blanco al que apunta, con sus implicaciones internacionales. Y si no raya un poco en lo inverosímil el acceso físico al vientre de la Roca, a sus intestinos digamos. Solo un poco, porque visto lo que ya conocemos del interior del Peñón –lo que sale en las guías turísticas, digamos– no se le puede reprochar a nadie ir un poco más allá. Igual me equivoco con lo de inverosímil y esta parte sea totalmente realista. No me sorprendería. En todo caso, no frustra el placer de leer la novela. Ni impide un final muy conseguido, de barrio bajo, acorde a la mala vida y sin grandes redenciones, solo las pequeñas, humanas, demasiadohumanas.
Artistas del Campo de Gibraltar ya le han puesto algún monumento literario al contrabandista y espía de generaciones anteriores; ahí está Javier Ruibal (Te traigo la seda fina / el tabaco y el café… Te traigo la luz del rayo / aviso de puñaladas…), ahí está Juan José Téllez, autoridad en todo lo que toque el Peñón (y en más cosas) con estudios históricos y frescos relatos. Pero Andreu fusiona con notable acierto la proyección internacional de la plaza, servicios secretos británicos incluidos, con la trastienda de quienes han acabado abajo del todo. Una fusión como la del llanito (o yanito, como escribe Téllez), aquel idioma gibraltareño que solo entienden quienes hablan andaluz e inglés. Y que a mi juicio -sin ser hablante- se engarza perfectamente en la narración, sin complejos y sin alardes.
O esto me parece a mí. No sé cómo leerá esta novela alguien que nunca se haya bañado en La Caleta gibraltareña, que nunca se haya tomado un café en la Focona, nunca se haya tirado rodando por la duna de Valdevaqueros. Yo solo puedo leerla de una manera: como quien aspira el humo de un cigarro negro tras demasiadas horas sin fumar. El paisaje es droga dura. Y no, este traficante de ilusiones que es el autor, no nos la cuela. La mercancía está fetén.
En el vientre de la Roca (Salamandra, 2018) | Jerónimo Andreu | 284 páginas | 17 euros