JUAN CARLOS SIERRA | Partamos del hecho de que la función de un editor, quizá la más arriesgada, aparte de mantener a flote su empresa, es la de saber separar el grano de la paja. En esta tarea a veces el viento deja caer, quizá intencionadamente, briznas estériles literariamente hablando –para comprobarlo solo haría falta echar un ojo, por ejemplo, a los prescriptores de libros de youtubers o de poesía cargada de likes y de followers en las redes-. Sin embargo, cualquier editor que haga honor a su oficio, que como el del escritor se fundamenta en la carrera de fondo del buen lector, se encargará de aventar las veces que sean necesarias la era para extraer los granos de calidad, para procurar a sus lectores alguna que otra agradable sorpresa en forma de descubrimiento indispensable.
Es precisamente esto último lo que sucede con La viña de uvas negras de Livia De Stefani (Palermo, 1913- Roma, 1991), gracias a la labor de la recién creada editorial Altamarea, que desde mi postura como lector abierto siempre a las sorpresas no ha podido tener mejor estreno en el siempre complicado y sobredimensionado mundillo editorial y literario español.
Este libro de 1953, si no estoy mal informado, aparece por primera vez traducido al español ahora, en 2018, hecho inexplicable, si atendemos a la altísima calidad literaria que atesora, así como a la multiplicidad de perspectivas de lectura que ofrece.
La viña de uvas negras es, ante todo, un novelón. Y no me refiero precisamente a su extensión, sino a esa condición que no muchas obras consiguen, eso tan complicado que consiste en dejar al lector paradójicamente colmado y ávido al mismo tiempo. El trazo con que la autora dibuja a los personajes, el tratamiento del paisaje siciliano, el juego simbólico que se establece a partir de este, la mezcla de brutalidad y lirismo, la densidad bien calculada de los elementos que se desarrollan en la trama narrativa, el ritmo y muchos detalles más de la obra de Livia De Stefani confieren a la novela un empaque y una solvencia que la hacen respirar por ella misma. Frente a tanta novela ligera que una vez finalizada alza el vuelo para quedar en el limbo del olvido, La viña de uvas negras deja un poso indeleble que acompaña al lector mucho más allá de su última página.
Sobre todo se queda fijada en la memoria la figura del personaje principal, Casimiro Badalamenti, un hombre de mafia siciliano muy alejado, por cierto, del glamour y del prestigio espurio con que el cine y ciertas novelas nutricias del celuloide han pintado la figura del mafioso. En Badalamenti hay muy poco que admirar, ya que nos enfrentamos a un ser de una crueldad seca y despiadada –como el paisaje interior de Sicilia-, con un concepto sádico e hipócrita del honor que impone a todo y a todos los que lo rodean, especialmente a su propia familia, gracias además al poder omnímodo que ejerce y despliega discrecionalmente. De la mano de este personaje Livia De Stefani pasea al lector, con sigilo pero con una gran maestría, por algunas de las claves de la sociedad siciliana de prácticamente la primera mitad del siglo pasado, ante la cual la autora se posiciona desde una mirada abiertamente crítica y sin mucho espacio para la compasión.
Pero quizá lo más inquietante de Casimiro Badalamenti, y de paso de la novela, sea precisamente lo que no se conoce de este personaje, el hecho no explicado del que parte la obra. En este sentido, lo no dicho ni escrito por Livia De Stefani se convierte de hecho en el motor o, más bien, en la gasolina que pone en funcionamiento todo el aparataje narrativo, lo que paradójicamente explica, junto con el entorno social –el patriarcado, la mafia, el conservadurismo, el honor, la ignorancia…-, el desarrollo de La viña de uvas negras.
Con estas breves notas de lectura personales, más las que proporciona Marta Sanz en el epílogo de esta edición -tan completo, por cierto, que me ha complicado bastante la escritura de esta reseña para no resultar redundante-, cualquier lector ávido de buena literatura puede disponer de razones suficientes para adentrarse en La viña de uvas negras y agradecer la labor de Altamarea, una de esas pequeñas editoriales imprescindibles con criterio propio que saben distinguir, como decía Antonio Machado, las voces de los ecos o, como apuntábamos antes, el grano de la paja.
La viña de uvas negras (Altamarea Ediciones, 2018), de Livia De Stefani | 224 páginas | 18,90 euros | Traducción de Raquel Olcoz | Epílogo de Marta Sanz