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Eternos retornos

Las cosas como fueronVICTORIA LEÓN | Diez libros y cuarenta y tres años de trabajo recoge esta cuarta edición de la poesía completa de Eloy Sánchez Rosillo (Murcia, 1948), uno de los poetas españoles contemporáneos más unánimemente reconocidos por la crítica y admirados por los lectores de paladar más exigente. Encontramos así cinco libros más que en la última edición de 2004 que nos demuestran lo prolífico de un autor que ha escrito su poesía con un sentido de vocación total, casi de cumplimiento de un destino.

En las páginas de introducción, Sánchez Rosillo divide didácticamente su obra en dos ciclos diferenciados: una primera etapa fundamentalmente elegíaca y melancólica, de percepción conflictiva del tiempo, y una segunda etapa celebrativa y de exaltación vital, entre las que habría existido un momento de transición en su libro La certeza (2005). No es nunca tan fácil, sin embargo, medir el peso específico de la elegía o la celebración en un poeta que no ha dejado de entremezclar ambos ingredientes (más como estados de ánimo que como formas diferenciables de expresión) en cada uno de sus libros.

Pero, incluso si concedemos que existen ambas etapas en su trayectoria, esta no implicaría más que un cambio de tono y de perspectiva en su visión del mundo, puesto que, estéticamente, su poesía ha seguido siendo fiel a las mismas señas de identidad que la definían desde un principio. La misma retórica atemporal, que emplea en su tono menor una lengua marcadamente poética y conjuga coloquialidad y artificio; el mismo repertorio léxico y temático; incluso el mismo poema sobre un hombre que se sienta a escribir un poema en los mismos escenarios trazados por el pincel de acuarela de la melancolía.

“He hablado con frecuencia / de la luna, del alba y de la lluvia, / de las tardes de agosto o de febrero, de las muchachas / y de tantas cosas” arrancaba un poema de su último libro, Quién lo diría (2015), titulado significativamente “Insistencias”. Y así lo ha hecho desde Maneras de estar solo, su primer libro (premio Adonais de 1977), donde ya sentaba un intimismo experiencial basado en su manera de concebir al poeta como ese viajero frente al mar de niebla de la página en blanco. Pues la llamada reflexión metapoética será continua y recurrente hasta lo obsesivo en su poesía. Como si hacer honor a la alta misión de escribir versos diera sentido a la existencia misma para él. “Habitarás la tierra de tu culpa, / la casa amarga de la soledad, / pero en tu pecho brillará una herida / y en tu dolor palpitarán los astros” leemos al final del primer poema del libro, titulado “El poeta”, oyendo emocionados ecos de Leopardi.

En Páginas de un diario (1981), se constata aún más claramente que Sánchez Rosillo es uno de esos poetas de los 80 que buscaron magisterio en nombres del 50 como Brines y Gil de Biedma o en el tono discursivo del Cernuda posterior a 1936. Sus poemas siguen buscando la narratividad en la evocación introspectiva e íntima de escenas de infancia o recuerdos de juventud, y en ellos conviven el apunte más explícitamente autobiográfico con el poema histórico del que ha sido uno de sus más destacados cultivadores. Predomina ya el poema extenso, de ritmo demorado y andadura muchas veces circular, donde endecasílabos, alejandrinos y heptasílabos forman a menudo viejas silvas sin rima sobrias y limpias de oropel alguno. Y esa tendencia prosigue en los libros Elegías (1984) y Autorretratos (1989), que ahondan en ese camino de sobriedad que asume el riesgo de volverse monótono y repetitivo, pero donde se introduce también con acierto un tipo de poema epigramático que nos parece el más llamado a perdurar de su obra, como ese maravilloso “Aviso de caminantes” digno de figurar en cualquier antología.

A medida que avanzamos en su trayectoria, vemos sobre estas líneas constantes que la madurez vital aporta nuevas modulaciones temáticas. La infancia se aleja. Comienzan las pérdidas y despedidas reales. Y la vida gana terreno a la literatura aunque la poesía, invocada de mil formas, siga siendo la auténtica protagonista de los poemas. Pero estos libros de madurez son ante todo la despedida de la juventud y una autocontemplación a la vez presente y retrospectiva en una confluencia de planos temporales, como a modo de recurrente in ictu oculi.

Una tendencia autocontemplativa sobre la que el propio autor ironizaba en la cita de Montaigne con la que se abría Autorretratos: “Por lo tanto, lector, yo soy el tema de mi libro, y no hay razón para que emplees tus ocios en materia tan frívola y tan vana”. O que afirmaba a modo de poética en sus versos: “Que otros canten las armas y a los héroes, / los átomos del ser / o la complejidad del universo. / Dejadme a mí que diga la gracia irrepetible / de esta tarde de abril”.

En La vida (1996) encontramos al Sánchez Rosillo probablemente más desengañado, el que descubre que la experiencia no basta, no desvela misterios ni hace más sabio, y poca cosa entrega a cambio de la juventud perdida. Y algunas de sus elegías más hermosas, como “La luz no te recuerda”, comparecen en este poemario melancólico que contiene piezas tan memorables como “Recanati, agosto de 1829”.

Pero, en medio de esa plenitud de la madurez poética y la consolidación de un estilo inconfundible, es en su libro La certeza donde al poeta parece acontecerle el gran cambio de perspectiva vital ante la constatación de una especie de eterno retorno de la felicidad vivida: “No, la luz no se acaba si de verdad fue tuya. / Jamás se extingue. Está ocurriendo siempre”, le leemos. O “todo otra vez y muchas veces ha de pertenecerte”. Renovando una especie de viejo horacianismo, el poeta busca desde esas nuevas premisas de su cosmovisión la justificación del dolor y una forma de asumir la pérdida y el paso del tiempo. Y en sus últimos libros parece encontrarlas en la celebración de lo mínimo y lo instantáneo, en esa epifanía que la poesía transforma para él en éxtasis de un presente eterno, casi siempre al contacto con la naturaleza.

No faltan coqueteos casi metafísicos en esta etapa que busca una profundidad acaso diferente, y tampoco está ausente de ella lo elegíaco en este nuevo ciclo de variaciones sobre un paisaje interior que da sus mejores frutos cuando la tendencia al ensimismamiento del poeta se equilibra con su capacidad para convertirse en espejo del alma de cada lector, pues en esa poderosa potencialidad catártica es donde alcanzan mayor altura sus versos. Cuando nos habla, hoy y siempre, a cada uno de nosotros, Eloy Sánchez Rosillo es uno de los poetas más brillantes de su generación y un clásico con impronta de último romántico de elegancia inimitable.

Las cosas como fueron (Tusquets, 2018), de Eloy Sánchez Rosillo | 768 páginas | 24 euros

 

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