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Falcó, el relevo de Alatriste

EVA

RAFAEL ROBLAS CARIDE | Para bien y para mal, Arturo Pérez Reverte es una persona de extremos, capaz de reunir en su entorno tantas pasiones incondicionales como odios eternos. Lo mismo ocurre con sus novelas. Y del éxito editorial ni hablamos, pues parece que los miles de ejemplares de libros que logra colocar en el mercado son proporcionales al número de los detractores que salen después de debajo de las piedras para acusarlo entonces de mal escritor y para dudar de que el término best seller sea también sinónimo de literatura de calidad.

Por si fuera poco, a la etiqueta de escritor estrella -que tan bien potencia Alfaguara– se le suma el hecho de las abundantes adaptaciones cinematográficas que, con mayor o menor fortuna, se han realizado sobre sus textos. Así, Cachito, La carta esférica o La novena puerta han contribuido notablemente tanto a aumentar el volumen de la cuenta corriente del cartagenero como a levantar aún más recelos entre el respetable, en una situación que reproduce nuevamente una de esas guerras de egos y de envidias que tanto abundan en la historia literaria española. Nada nuevo bajo el sol.

Mas no queda ahí la cosa que, para colmo, hace ya un tiempo -entonces el escritor había conquistado la mayor parte de su gran reputación- y con el pretexto de mostrar a su adolescente hija Carlota las sombras y luces del Siglo de Oro, Pérez Reverte acertó a concebir una saga protagonizada por un mercenario guerrero combatiente en Flandes. Nacía, pues, Diego de Alatriste, el protagonista de una amplia narración de aventuras de capa y espada, pensada en su globalidad como una novela por entregas. Fue un éxito rotundo. Ni que decir tiene que el merchandaising sobre el texto perezrevertiano propicia desde entonces un extenso catálogo que incluye desde otra película -malísima por cierto- hasta juegos de mesa, pasando por cómics que se encuentran en los más variopintos comercios. De reediciones, tanto en rústica como en bolsillo, y de traducciones, mejor ni hablar.

Pues bien, agotada la mina de Alatriste, la factoría Pérez Reverte exploró nuevas variantes y dio a luz el año pasado otro personaje al que se le adivinaba un largo recorrido narrativo. Era Falcó, un mercenario sinvergüenza -esta vez circunstancialmente aliado al bando nacional durante la contienda civil-, que prolonga en su caracterización psicológica el prototipo del héroe perezrevertiano; esto es, un personaje sombrío y seductor a la vez, fiel a su particular código de conducta y dotado de una alta dosis de escepticismo, cinismo y amoralidad: todo un canalla y todo un caballero en una única pieza. Nada original tampoco.

Y si, en su primera entrega, Falcó recibía por parte del SNIO -siglas que corresponden al Servicio Nacional de Información y Operaciones- orden de infiltrarse en el bando enemigo para rescatar al mismísimo José Antonio Primo de Rivera de la prisión de Alicante y librarlo así de su histórica muerte, en Eva-nombre de su alter ego en el bando republicano- se narra la siguiente aventura, esta vez acaecida en Tánger, lugar donde confluyen ambas facciones para tratar de convencer al capitán de un barco que se dirige a Rusia con el oro del Banco de España de que arríe la bandera republicana y se pase al bando nacional, evitando así un seguro bombardeo y su posterior hundimiento con la preciada carga.

El desarrollo de este argumento se convierte en la excusa para que estalle la aventura y para que desfile ante el lector una maraña de personajes que, al igual que Falcó, responden a prototipos casi prefijados de antemano, al menos en el universo perezrevertiano. Igualmente, y como de costumbre, huye el autor del fácil maniqueísmo de buenos y malos tan complicado de esquivar cuando se aborda una etapa histórica tan compleja como la de la novela. Así, Falcó y Eva, lejos de representar con simpleza al protagonista y al antagonista de la historia, son dos personajes llenos de aristas y recovecos que encajan y se contraponen. Bien que se agradece. De este modo, el lector comprende al final del libro que ambos comparten más cosas de las que creen y que, por encima de ideologías y banderas, tanto la lucha por la supervivencia como el deseo físico se imponen.

“Se trataba, decidió Falcó tras pensarlo un momento, de mundos opuestos, maneras diferentes de entender la vida, la muerte y los lazos inevitables que relacionaban ambas […]. Y sin embargo, él sabía –estaba seguro de que también lo sabía ella- que continuaba existiendo entre ambos un vínculo extraño y fuerte, hecho de vieja complicidad, de retorcido respeto por algo que era imposible definir […]. Quizá, concluyó tras un instante, la palabra era lealtad. La insólita lealtad de dos enemigos al filo de matarse entre ellos, apenas uno bajase la guardia”.

Otro tanto puede afirmarse de los capitanes de los barcos que esperan en el puerto las respectivas órdenes de sus superiores. Uno republicano, el otro nacional, pero ambos conocedores de los códigos de la mar que, por encima de los bandos fratricidas, han de ser respetados y que, hasta en dos ocasiones acceden a entrevistarse para intentar de que no ocurra lo inevitable. En último caso, una única concesión a los vencidos que habla por sí sola: que los supervivientes de la masacre sean rescatados del agua y devueltos a Tánger. “¿Por qué?”, pregunta Navia, el capitán nacional. “Porque son gente de mar, como usted y como yo. Porque son hombres valientes que nunca se mancharon las manos de sangre”.

Incluso en los personajes más caricaturescos y en sus intervenciones se advierte el dominio absoluto de la descripción y de la técnica narrativa de Pérez Reverte. Destaca aquí el sicario homosexual que ayuda a Falcó en sus andanzas, personaje secundario que ya había aparecido en la anterior entrega y que responde al curioso nombre de Paquito Araña. Este logra convertirse en un entrañable contrapunto del protagonista, ganando la consideración y las simpatías de los lectores conforme avanza la aventura.

“Araña se miró las uñas, que estaban muy limpias y sonrosadas, recortadas y pulidas. Tenía manos pálidas, delicadas, que cuidaba a diario con Neige des Cévennes y otras marcas de belleza muy exquisitas y caras. Con aquellas manos casi femeninas y con su apenas metro sesenta de estatura, Paquito Araña había empezado once años atrás su carrera de asesino ejerciendo como pistolero de la Patronal en Barcelona”.

O el mismo Almirante, mentor de Falcó, jefe directo y responsable de su reclutamiento ahora para el SNIO franquista – parala República- que, con su peculiar sentido de la jerarquía, respalda la aséptica frialdad del protagonista en sus sucesivas misiones y actúa de dique circunstancial  ante los excesos de cinismo del espía.

“Se había puesto la pipa vacía en la boca y la chupaba pensativo. Falcó lo observó de reojo. Su interlocutor había estado a punto de hacerlo matar sin complejos años atrás, cuando Falcó aún traficaba con armas y sus actividades en el Mediterráneo Oriental lo pusieron en el punto de mira de los servicios de inteligencia. […] el Almirante era un sujeto práctico, admirador ecuánime de la eficacia profesional. Así que después de aquello, tras una entrevista algo tensa […], Falcó había acabado trabajando para la joven República española. Del mismo modo que ahora trabajaba para quienes la combatían”.

En cuanto a la trama, no quiero extenderme en más de lo ya apuntado por no incurrir en la tarjeta amarilla del destripe (vulgo spoiler). Si acaso conviene incidir en el carácter casi cinematográfico de la acción -extensible también a las localizaciones-, que no permite un solo respiro al lector y que el autor sabe dosificar una vez más con gran maestría para mantener la intriga hasta el final. Igualmente, también destacan en la narración los toques épicos que dotan a la novela de una falsa profundidad y que dejan abierto el resquicio del diálogo elevado que algunos considerarán lastres prescindibles cargados de moralina y otros aplaudirán por cuanto constituyen la tramoya sobre la que se construye el alma de los protagonistas. Cuestión de gustos por otro lado.

Sin embargo, lo que no podrá negársele nunca a Pérez Reverte es un magistral domino de su oficio, un oficio que no sólo es innato sino que también se adquiere con el paso de los años y con un ingente trabajo de documentación acumulado en sus espaldas. Cuando Lorca hablaba de la inspiración y de las musas, afirmaba que haberlas haylas,… aunque siempre habían de sorprender al poeta trabajando. Las casualidades no existen, pues, en la Literatura. Y mucho menos en la narrativa. Porque, de igual modo que ocurría con los libros de Alatriste, tras estas dos primeras entregas de la saga protagonizada por Falcó se advierten largas horas de lecturas, de viajes, de películas… de experiencias vividas, en suma, que confluyen en la construcción global de una obra que hunde con solidez sus raíces en la realidad para ir orientándose, siempre con un gran oficio, hacia la ficción. Y este Eva es un buen ejemplo de ello.

Luego vendrán las discusiones adyacentes sobre al infraliteratura, el márketing o la perduración de la obra literaria de tal o cual autor. Envidias o fobias aparte, creo que Arturo Pérez Reverte es un excelente narrador de historias y que este de Eva es un producto bastante aceptable que cumple sobradamente con su principal expectativa: entretener al lector a partir de un texto bien escrito. Más allá de este particular, podríamos extendernos en la eterna pregunta: “¿Le perjudica a las novelas de Pérez Reverte el éxito o el peculiar carácter de su autor?”. Sin embargo hoy vamos a dejar la pregunta en el aire mientras esperamos la siguiente entrega de la saga que, a buen seguro, no tardará mucho tiempo en llegar a las librerías para regocijo de tantos y tantos amantes perezrevertianos. Y a los que no lo sean, les recomiendo que le den una oportunidad al espía Falcó. Que el verano se presta a este tipo de libros.

Eva | Arturo Pérez Reverte (Alfaguara, 2017) | 400 páginas | 20,90 euroS

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