Caminos anfibios
Ernesto Calabuig
Menoscuarto, 2014
ISBN: 978-84-15740-16-2
168 páginas
16 €
Alejandro Luque
Uno de los relatos de Caminos anfibios viene encabezado por esta cita de Rodrigo Fresán: “El pasado nunca deja de moverse aunque parezca inmóvil”. Una vez terminado este tercer libro de relatos del escritor madrileño, queda la sensación de que esas palabras reúnen mejor que ninguna otra el espíritu de las trece piezas breves que componen el volumen, un esfuerzo por atrapar recuerdos resbaladizos como peces, de fijar momentos y emociones que a veces salen inevitablemente “movidos”: algo que, como sucede en fotografía, está más que aceptado desde el punto de vista artístico, siempre que el autor sepa lo que quiere y mantenga el control sobre el resultado final.
Calabuig sabe lo que quiere y domina la técnica. La suya es una escritura de la memoria, pero nunca monolítica. Grabar en mármol, erigir pedestales, no es lo suyo. Por el contrario, prefiere jugar con la naturaleza caprichosa, divagatoria y fragmentaria de los recuerdos, a partir de hechos anecdóticos. Siendo un prosista de corte clásico, a menudo se permite ponerse pop, ambientando sus historias con elementos de época –series de televisión, marcas comerciales, vehículos de antaño– y otras veces posmoderno, cuando desliza en el ‘collage’ evocativo citas de libros, convenientemente atribuidas. De hecho, las referencias culturales, desde Herzog a Kinski pasando por Edgardo Cozarinsky, César Aira, Franz Kafka, Henry James y tantos otros, actúan igualmente como asideros de la memoria, como fijadores del laboratorio fotográfico, tan efectivos o más que los objetos de uso cotidiano.
No conozco personalmente al autor y confieso que no he leído sus anteriores entregas, pero me atrevería a decir que sus relatos desprenden una fuerte carga de autobiografismo, aunque sepa machadianamente que “también la verdad se inventa”. El lector imagina una vinculación real de Calabuig con Alemania, escenario recurrente de estos cuentos, lugar de acogida de padres emigrantes tal vez o destino turístico habitual, puede que ambas cosas. Lo importante es descubrir qué reflexiones se desprenden de la experiencia vital, qué metáfora indeleble extraer de ésta. Qué certezas, también, en este tiempo de estímulos ilusorios y prefabricados.
El relato que da título al libro describe las migraciones de sapos y el modo en que éstos, obedeciendo las órdenes del instinto, hacen su camino ignorando los peligros que les acechan en la carretera. Puede que los seres humanos seamos así, que estemos condenados a tomar un solo camino, cada uno el suyo, sin que sirvan de nada las señales de peligro. Pero tenemos la literatura, que nos permite detenernos un instante, volver sobre nuestros pasos. Y saber que también son nuestros los senderos que no escogemos, que en cierto modo también somos nosotros aquellos que rechazamos o no nos atrevimos a ser.
[Publicado en Mercurio]