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Fronteras permeables, límites insalvables

ELENA MARQUÉS | Lo reconozco: jamás en la vida entraría en un establecimiento como el que da título a este libro de Rosario Izquierdo. Pasión Nails, donde tus manos pueden convertirse en un despropósito de colores imposibles. Soy perezosa y sobria por naturaleza en eso de la ropa y el adorno; si pudiera hasta evitaría el paso por el peluquero para igualarme las greñas. Sin embargo, atravesar las puertas del libro me ha resultado bastante fácil. Quizás por los puntos en común que tengo con la narradora y protagonista. En lo que se refiere a la edad, la crisis vital que arrastramos, la intolerancia al calor, la afición por la escritura, las dudas que me asaltan cada día sobre el camino recorrido y los errores consumados. También por el tono casi confidencial, de cuaderno de campo, en el que se narra una rutina interrumpida por la aparición de personajes tan llamativos y distintos que solo pueden captar nuestra atención y embelesarnos. Por supuesto por la agradable prosa de Izquierdo, limpia pero con poso, como pude comprobar en su El hijo zurdo, convertida en serie por obra de Rafael Cobos y un elenco de lujo. Y por los elementos de autoficción que nos hablan de una autora comprometida con el entorno y conocedora, por formación y trabajo, de los muchos mundos que existen más allá de una vía del tren o una pasarela sobre una circunvalación urbana.

El argumento del libro es bien sencillo. Pepa, inoportunamente en paro, pasea por un barrio muy distinto a aquel en el que vive. Uno de esos barrios en los que, llenos de prejuicios, entramos rezando para que no nos atraquen, con calles pobladas de gente ociosa que te mira con la misma desconfianza con que nosotros los vigilamos, dedicada al menudeo de droga y al lenguaje fuera de tono.

Venciendo la «normalidad» que la caracteriza, Pepa decide entrar en un establecimiento de estética. En ese momento su propósito no es otro que atreverse con algo que no había hecho nunca: pintarse las uñas con algún color que jamás se le ha pasado por la cabeza lucir. Hacer algo arriesgado. Y, de paso, empaparse de una realidad que, por mucho que creamos conocer, no deja de sorprendernos.

La clientela de ese Pasión Nails no desentona para nada con el entorno. Muchachas jovencísimas ya madres. Abuelas, también jóvenes, a cargo de los nietos. Niñas incluso que vienen a colorearse los dedos y se preparan a seguir el ciclo familiar. Pepa observa esa conjunción de generaciones con algo de entomólogo curioso, calibrando cómo esa población en buena parte gitana, sin estudios y sin dinero, se gasta lo poco que tiene en algo en apariencia superfluo, en un embellecimiento extravagante. Al fin y al cabo, entre las muchas cosas que separan a Pepa de la clientela de aquel local rosa chicle el concepto de estética no es el menor de ellos.

Sin querer intervenir al principio, con la loable actitud de «Nunca mirar desde un lugar más alto, no ir como una turista para observar rarezas» tal como corresponde a una trabajadora social acostumbrada a acompañar a mujeres desafavorecidas, Pepa llega a tener un mayor acercamiento con su esteticista de cabecera, y eso la hace cruzar ciertos límites que a cualquiera nos parecerían insalvables.

Quizás eso sea lo menos creíble del libro. No se me malinterprete. Será que uno espera que ese encuentro no sea un ji, ji, ja, ja, sino un choque de trenes que se augura implacable por la intervención de otros elementos de una peculiar familia que, irónicamente, replica en cani a la real monegasca, con un Alberto que, trabajador de la construcción, se ve arrastrado por la crisis y la desesperanza; una Caro ya casada y una Estefanía, Fani para los amigos, que querría salir del círculo que el destino ha trazado para ella a través de la educación y la cultura. Bonito, sí, pero, desgraciadamente, poco habitual. Porque, aunque todos reconocemos que eso es prácticamente lo único que puede salvarnos, el trabajo es arduo y los resultados, pienso yo, como la erosión de los ríos, solo se ven a largo plazo. De hecho, en el libro surge más de un encontronazo por la desconfianza de una y la falta de formalidad de otro, por cuestiones de vocabulario que trascienden el lenguaje, que es donde pensé que todo se iba al garete, tal como esperaba desde el minuto uno. Sí, además de minimalista y perezosa para el arreglo soy más bien pesimista. Por eso no esperaba que, como los cuentos de hadas, el relato terminara en boda.

Pues nada, que con estos mimbres y poca acción, en una oscilación entre los dos barrios y las dos formas de vivir (¿malvivir?, ¿sobrevivir?) y de entender la vida tan distintas, Izquierdo pone ante nuestros ojos no solo esa humanidad que conversa apenas sobre matrimonios tempranos, pruebas de virginidad y operaciones de estética junto a las preocupaciones de una Pepa representante de la clase media, menopáusica en paro, que reflexiona sobre su propia vida y sus decisiones (el matrimonio, la maternidad), sus rarezas y/o dificultades para aceptar la realidad, los cambios que experimenta por ese contacto con un mundo poblado de Giselas, Christians y pantalones de chándal. «Ahora en casa, otra vez esposa y madre a tiempo completo, estaban ellas conmigo mientras en apariencia yo seguía siendo una sola mujer con su actividad de siempre, sin que mi hija ni mi marido fueran capaces de reparar en todas las mujeres que habían empezado a acompañarme a todas horas», dice en un momento dado.

Creo que ese es el propósito de la autora. No adoctrinarnos, que eso distaría mucho del concepto de literatura, pero sí que, como Pepa, salgamos de Pasión Nails distintos a como entramos. Incluso que nos atrevamos a ser libres, aunque eso sea más difícil.

Pasión Nails (Alianza Editorial, 2024) | Rosario Izquierdo | 200 páginas | 18,50 euros

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