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Fugitivo del miedo

JABO H. PIZARROSO | Es difícil escribir, ¡qué difícil es contarse! Cuán complicado es crear una trama que hable de uno mismo desde la voz de los personajes creados, esas criaturas vicarias que desde la ficción nos interpelan y nos ayudan, nos delatan, nos reconcilian con lo más abyecto y pusilánime del ser humano que somos, con lo más hermoso y bello, hacen terapia con nosotras, con nosotros.

Hay que valer, hay que ser valiente, audaz, hay que quitar todas esas capas que nos impiden crecer, porque eso mismo, crecer, como dejó hablado y escrito hace unos días Sara Mesa en una entrevista que le hizo Laura Fernández sobre su nueva novela, La Familia, es quitarse esas capas que nos ponen la edad y los miedos, para conseguir, sí, crecer es eso, que aparezca libre la persona que hay dentro, la que nació contigo y mediante su crecer, tu crecer, se hace más y más visible y en ese hacerse, con ese crecer, se hace más auténtica, más y más libre.

Miguel Ángel Oeste nos arrima cerca de sus precipicios personales con esta nueva novela. Nos lleva con él a un lugar del que muchas y muchos no sabemos cómo, pero queremos salir y Miguel Ángel lo hace con primor, con precisión, retrata esta cruda trata de la que venimos, cuenta lo terrible que hay dentro de ese algo que permanece en silencio en las cenas familiares de nochebuena o de cualquier evento al que asistamos y en el que padres, madres, hermanos y cuñados nos vemos inmersos, obligados, nos vemos en silencio bebiendo un champán agrio.

En esta nueva novela Miguel Ángel Oeste se convierte mediante su narrador en una voz débil, maltratada pero que desde su debilidad construye una fortaleza que colectiviza los miedos de muchos hombres de su generación, de la nuestra.

Muchos hombres hoy, niños ayer, que han vivido con ese padre patriarcal, terrorífico, al que se le mira con temor. El protagonista de esta historia quiere quitarse esa capa de tortura que impregna su piel, su alma, su espíritu, y quiere matar a su padre, no en sentido freudiano, sino literal y este ritornello nos acompaña durante toda la novela. Lo que ha escrito acá Miguel Ángel Oeste es un relato ficticio sobre algo tan real como lo que la mayor parte de los hombres que nunca nos parieron y sí nos jodieron hicieron con nosotros.

Y le agradezco que lo haya hecho por aquellos como yo que no nos hemos atrevido a hacerlo jamás, aunque nunca se sabe, algún día puede que lo hagamos. Por aquellos como tantos que se muerden las entrañas cuando leen lo que en esta novela nos cuenta Oeste. Entiendo que esta lectura de una novela que dará mucho que hablar, esta lectura mía sea tan personal como la sensación de hablar con alguien que ha padecido lo mismo que yo; esto me ha otorgado el personaje de este libro. Y reconozco que no soy, o no era o dejé de ser aquel lector que se identificaba de manera aristotélica con los personajes: sarampión de las primeras lecturas, algo que el tiempo y las tonterías nos quitan.

Pero verse otra vez identificado en este narrador, inscribirse en este personaje que, con la historia clásica y nueva de verse frente a un padre verdugo de maltratos, víctima y protagonista de este patriarcado feroz que se sigue enseñoreando en nuestras sociedades y marcando políticas, asesinando mujeres, subrayando pautas, normas y tradiciones, verse, digo, identificado como nunca antes me ocurrió con un personaje, con este personaje, con el narrador de esta novela, es algo que apunta a diversos renacimientos.

Porque Miguel Ángel nos renace desde el odio fértil, desde la ingenuidad blanda de los niños a los que nuestros padres les dijeron que éramos unos inútiles por tanto leer, ¿para qué?, por dedicar esfuerzos muchos para escribir, para contarnos, para narrarnos lo que nos pasaba y nos pasa, para no callarnos, por enfrentarnos a ellos cuando podíamos, cuando las fuerzas nos acompañaban y cortaban el terror un poco, pero el terror siguió, sigue todavía y este libro habla de todo esto de una manera tan prodigiosa que, aunque duela leerlo, y de hecho duele muchísimo, es necesaria esta terapia.

A veces pasa, y es maravilloso que suceda, que cuando a la literatura le ponemos el sambenito de terapéutica, los académicos de toda esta cosa letraherida se rasgan las vestiduras, ¿Por qué no leer identificándose? La literatura, esa cosa que no sirve para nada, que es inútil, la ocupación humana más inútil del mundo, del ser humano y de su historia en el mundo, a veces, cuando cae la noche, cuando aparece una lanceta que nos abre las carnes desde la oscuridad, sirve para muchas cosas, vale para curarse, sirve para cuidarnos, para ayudarnos en historias compartidas que alguien nos cuenta, como en este caso.

Coge un libro y tendrás el alma de un ser humano en tus manos. No sé quién escribió esta cita. Ahora no me acuerdo, pero alguien de esta tribu de letrasangrados lo hizo.

Pasa pocas veces, pero cuando pasa, dolor y furia, alegría de plexo solar encogido y salmuera de experiencias coagulan dentro del lector toda una vorágine de percepciones y sentimientos.

Sospecho que Miguel Ángel Oeste ha devuelto a su esencia humana a la cucaracha de Kafka, al personaje de La Metamorfosis, otra víctima canónica del maltrato patriarcal, pero aquí, en este punto y con este libro, se están abriendo muchos telones.

No está de más o más bien apuntar que son varias y son varios los que desde historias y ámbitos diferentes, pero hijos de la misma rama troncal emotiva, están en esta trinchera humana, carnal, literaria, terapéutica, en esta pelea de los que no quieren olvidar lo que les hicieron los patriarcas de sus vidas: Itziar Ziga con su La Feliz y violenta vida de Maribel Ziga, publicado en la maravillosa editorial Melusina capitaneada por José Pons, o Abel Azcona con Volver al padre, publicado entre otras por Pepitas de Calabaza, por decir algunos, o incluso Edurne Portela, con trozos de esta escocedura vital en varios de sus libros, escritoras todas y escritores todos de una generación, como la de Miguel Ángel Oeste que se niegan a ocultar lo que nos han enseñado a tapar. Ya era hora.

Por esto y por ese vínculo tan fraternal en el que se amamantan tanto Miguel como el resto de los citados con sus novelas según, para, por, tras, ante, contra el padre, puede que abramos por fin la grieta poderosa y cementaria de estos hijos de perra que sin parirnos nos jodieron la vida.

Lo que no sabían ellos, nuestros padres, era que la literatura nos salvaría una vez fuéramos vencidos y desconocían que el dolor se convertiría en un encuentro hasta con ellos mismos, crudeza, carne muerta dentro que vivificada en buena literatura hizo y hace mucho por nosotros y por un mundo mejor.

Gracias, Miguel Ángel Oeste, por esta novela. Desde este teclado te escribo a la vez que te mando un beso grande, un sonoro beso, un hermanado beso. Joseph Brodsky escribió entre tantas y muchísimas cosas lo siguiente: La familia es uno de los campos de concentración de Dios. Pues eso, ¡Huyan de ese campo, del puto dios y de los putos padres patriarcales, por favor, y lean este libro!

Vengo de ese miedo (Tusquets, 2022) | Miguel Ángel Oeste | 304 páginas | 19 euros

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