ALEJANDRO LUQUE | Uno, que de ajedrez sabe poco más que mover las piezas y alguna apertura para principiantes, disfruta en cambio con toda la literatura que ha dado este singular deporte. Desde Nabokov o Stefan Zweig a Juan Mayorga, he disfrutado más leyendo sobre ajedrez que practicándolo, lo cual no es nada extraño, pues también me gusta leer sobre fútbol, aunque sea incapaz de ver un partido y mucho menos de jugarlo, y no digamos gozar con unas memorias como Open de Agassi/Moeringer aunque no sepa ni cómo agarrar una raqueta.
Hecho este exordio, tenía muchas papeletas para abandonarme gozosamente a la lectura de la nueva y muy ajedrecística novela de la escritora cubano-puertorriqueña Mayra Montero, y así ha sido en efecto. La tarde que Bobby no bajó a jugar empieza con una veintena de páginas impecables, me atrevería a decir perfectas, o como mínimo de lo mejor que he leído en mucho tiempo, que meten al lector de lleno en situación y recrean un tiempo y una ciudad, La Habana, alrededor de una anécdota real.
Dicha anécdota refiere el insólito encuentro de la autora, criada en la mayor de las Antillas, con el mundialmente famoso campeón de ajedrez Bobby Fischer, cuando aquélla contaba 14 años y éste 23. Encuentro, podemos decirlo de antemano, algo más que platónico, lo que podría suscitar el espanto general si no fuera porque la propia escritora se encarga de aliviar al relato de cualquier escabrosidad o sombra delictiva, derrochando en cambio naturalidad y ternura.
La novela se articula sobre dos tramas paralelas: la que refiere la visita de Fischer a Cuba en los años 50, y el enamoramiento que se produce entre la madre del joven campeón y cierto relojero de origen polaco que vive en la isla; y un nuevo viaje del estadounidense a La Habana diez años después, cuando un grupo de niñas estudia el modo de acercarse a él para que les firme un tablero de ajedrez y conseguir, así, un preciado disco que les han prometido.
Ello permite a la escritora trabajar con el antes y el después de la Revolución cubana para llevar a buen puerto una recreación de ambos tiempos, la Cuba de los casinos y los prostíbulos, el consabido patio trasero de los Estados Unidos, y la que muy pronto iba a convertirse en un peón de ese tablero de ajedrez conocido como la Guerra Fría. Ahí nos encontramos con la versión más inspirada de la autora de títulos como El capitán de los dormidos, Son de almendra, El caballero de San Petersburgo o La mitad de la noche, dueña de una prosa siempre intachable y a la vez efectiva, despojada de retórica y a la vez dotada de una música envolvente, y sobre todo capaz de insuflar vida propia a sus personajes.
No obstante, a medida que el relato avanza se percibe cierta sensación de parálisis: las dos tramas se engarzan de maravilla, pero quizá no permiten demasiado desarrollo, de modo que volvemos sobre lo ya sabido, la difícil situación de Miriam en casa, el reto de sus amigas, la dificultad del viejo relojero para culminar su romance con la mamá de Fischer… No sé si habría hecho falta abrir algunas subtramas o buscar fórmulas para tensar las ya existentes, pero cunde la sensación de que a la novela le sobran páginas o le faltan ingredientes. Pero como lo que bien empieza, bien acaba, Montero logra al final llevar a buen puerto la novela y cerrarla como se merece, aunque para ello tenga que sacrificar alguna pieza por el camino. Para disfrutar con La tarde que Bobby no bajó a jugar, por cierto, no hace falta ser bueno en ajedrez, ni siquiera distinguir una torre de un alfil; pero quienes sean aficionados a esta disciplina disfrutarán mucho más.
La tarde que Bobby no bajó a jugar (Tusquets, 2024) | Mayra Montero | 288 páginas | 19.90 euros