Sherwood Anderson.
Editorial Acantilado, 2009.
ISBN 978-84-92649-16-7
247 páginas.
22 euros.
Javier Mije
Sherwood Anderson describe en sus memorias una singular epifanía. Con 35 años había logrado un relativo éxito mundano, que lo había llevado desde el pueblo del Medio Oeste natal (Camden, Ohio), hasta la presidencia de una compañía de pinturas. El 27 de noviembre de 1912, un día que imaginamos de terca lluvia, Anderson salió de la oficina y abandonó su trabajo y la familia que lo esperaba a la hora del aperitivo. Según sus recuerdos susurró para sí: “durante el resto de mi vida, sólo serviré a las palabras”. Se inauguraba así la carrera de un autor que superaría el viejo naturalismo para conectar la literatura norteamericana con los movimientos de vanguardia. Sus tesis son conocidas: “la vida es difusa, fluida: en la vida las historias no tienen argumento”. Una concepción de la experiencia como flujo –la modernidad es líquida, que diría Zygmunt Bauman- que, en buena lógica, iba a trasladar a su obra de ficción.
Estructurado en forma de libro de relatos, Winesburg, Ohio (un lugar imaginario honrosamente rescatado para la literatura en la última novela de Philip Roth), se aproxima a la estructura novelesca por la unidad que le confiere su protagonista, el aprendiz de escritor y cronista del diario local George Willard, la localización en un espacio único, la rústica Winesburg –“el tren nocturno de Cleveland llegaba con retraso, pero nadie estaba interesado en su llegada”-y la coherencia de la mirada –tan punzante como compasiva- con la que Anderson disecciona a sus criaturas.
Los hombres y mujeres de Winesburg son seres castigados, parapetados hasta la claustrofobia detrás de viejas heridas, con un baul a sus espaldas donde atesoran neuróticamente el atisbo de una gloria pasada de fecha. Figuras grises, aparentemente insignificantes, la mirada de Anderson –su ávido rastreo bajo la superficie de las cosas- eleva a estos personajes a la categoría de héroes trágicos (pero también esperpénticos y pintorescos). ¿Qué nos lleva a ser lo que somos? ¿Hay un momento en nuestras vidas más allá del cual no podemos avanzar? Para los habitantes de Winesburg la experiencia parece haber cristalizado en alguna remota encrucijada que los inhabilita para el deseo. Ningún impulso parece concretarse en estas conmovedoras historias, ningún sueño puede asirse cuando el pasado y la memoria lo sabotean. Con Sherwood Anderson el tópico de la pequeña población apacible da paso a un mito más moderno: el de los oscuros desvanes sobre los que se representa la farsa de la normalidad. Las calles están conectadas, con fibra óptica si quieren, los desorientados ciudadanos no. Sólo George Willard establece contacto con sus vecinos y les ofrece su comprensión. Su marcha a la ciudad conduce al libro hacia su desenlace.
Acantilado anuncia la próxima publicación de las obras completas de este autor. Sin duda una excelente noticia.
Estructurado en forma de libro de relatos, Winesburg, Ohio (un lugar imaginario honrosamente rescatado para la literatura en la última novela de Philip Roth), se aproxima a la estructura novelesca por la unidad que le confiere su protagonista, el aprendiz de escritor y cronista del diario local George Willard, la localización en un espacio único, la rústica Winesburg –“el tren nocturno de Cleveland llegaba con retraso, pero nadie estaba interesado en su llegada”-y la coherencia de la mirada –tan punzante como compasiva- con la que Anderson disecciona a sus criaturas.
Los hombres y mujeres de Winesburg son seres castigados, parapetados hasta la claustrofobia detrás de viejas heridas, con un baul a sus espaldas donde atesoran neuróticamente el atisbo de una gloria pasada de fecha. Figuras grises, aparentemente insignificantes, la mirada de Anderson –su ávido rastreo bajo la superficie de las cosas- eleva a estos personajes a la categoría de héroes trágicos (pero también esperpénticos y pintorescos). ¿Qué nos lleva a ser lo que somos? ¿Hay un momento en nuestras vidas más allá del cual no podemos avanzar? Para los habitantes de Winesburg la experiencia parece haber cristalizado en alguna remota encrucijada que los inhabilita para el deseo. Ningún impulso parece concretarse en estas conmovedoras historias, ningún sueño puede asirse cuando el pasado y la memoria lo sabotean. Con Sherwood Anderson el tópico de la pequeña población apacible da paso a un mito más moderno: el de los oscuros desvanes sobre los que se representa la farsa de la normalidad. Las calles están conectadas, con fibra óptica si quieren, los desorientados ciudadanos no. Sólo George Willard establece contacto con sus vecinos y les ofrece su comprensión. Su marcha a la ciudad conduce al libro hacia su desenlace.
Acantilado anuncia la próxima publicación de las obras completas de este autor. Sin duda una excelente noticia.
Como diría el amigo facebook: me gusta.