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Gioconda nuestra que estás en la Tierra (Oración Anamnésica)

JABO H. PIZARROSO |Es el año noventa. Violeta Chamorro acaba de ganar las elecciones en Nicaragua desde dónde siempre mana agua libre dónde manó mano con mano.

Los sandinistas son derrotados en un plebiscito desde el que arranca la corta raíz de una democracia liberal que trepa por América como una sierpe perpetrada por los gringos y que no será capaz de levantar un país al que Neruda en su Canto General nombró la cintura de América, un país bajo la piel de poetas como Cardenal o Gioconda, aquellas y aquellos que soportan y cargan el pesado fardo de años de guerra, decepción, revoluciones que no se agotan, contras y violencia, impedimenta para los hombros cansados, las mujeres libres, los humildes, las humildes.

        Ernesto Cardenal labora en Solentiname y ayuda a poetas nuevos, pinos sembrados, con el despegue de poemas recónditos del corazón insospechados antes de su ayuda. Lo hace como partera atenta, como una pantera de la poética que besa sin hacer daño y abre a la memoria de cada cicatriz humana su herida.

Juan Pablo baja de la escalerilla del Boeing que le ha llevado hasta Managua. Besa el asfalto caliente de la tierra de Ruben Darío mientras Cardenal le espera rodilla en tierra, con la cabeza alicaída, en un gesto de sumisión-respeto-desconcierto.

Cardenal no sabía ni cómo ni de qué forma se produciría el encuentro. No se parece a Marilyn Monroe. No es una empleadita de tienda. Pero sí se parece a Marylin Monroe porque agachado es más que nunca un empleadito del prócer romano al que este castigará y reprenderá por lo que ha hecho.

Se ha juntado con los que no se tiene que juntar, con los sandinistas, con los revolucionarios que echaron del país a Somoza. El obrero polaco resentido, el anticomunista visceral que oculta un lobo bajo sus mantos blancos de cordero anticristiano.

Juan Pablo le cachetea las mejillas.

No es esto, tú no tienes que estar dónde estás, parece decirle. Puede que algo similar, aunque desconocemos del todo la exactitud de sus palabras, pero por los gestos se intuye lo que sale de la boca del pontífice.

Si su labor era construir puentes, con esta escena rompe los acueductos que la Teología de la Liberación esparce cristiana y humana por el continente latinoamericano.

Hace poco asesinaron al monseñor Romero en El Salvador. Oliver Stone está a punto de conseguir financiación para SALVADOR, la peli sobre un periodista gringo perdido en la guerra que libra el Pulgarcito de Centroamérica, el paisito de Roque Dalton sin Roque Dalton ya porque lo desaparecieron y todavía continúa su crimen impune. No sabemos dónde tiraron su cadáver los asesinos. Mataron a Roque mientras dormía, recuerda Bolaño. Lo mataron sus compañeros mientras los niños desesperados vagan todavía por la calle suplicando todavía ternura a los gatos. Aunque el amor nos caiga más mal que la primavera sabemos dónde se encuentran las esquinas rotas de los renaceres.

Oliver Stone explica en sus memorias tituladas En Busca de la Luz que aprendió a filmar en las selvas de Vietnam del Sur. El fusil M16 fue su escuela de cine, su visor sin sensibilidad ISO, sin diafragma, con la apertura desde la que su vista busca el miedo, la súbita aparición de un amarillo, un gook en medio de los helechos y las palmeras.

José Nieto todavía no me ha enseñado que los tiros que se representan en Nacido el cuatro de julio, los disparos de los kalasnikov de los vietnamitas se hacen con una pista y suenan como rotos mientras los tiros de los M16 de los marines se posproducen mediante seis pistas y suenan a sinfonía de liberación. Lo real y su mentira. Así son los trucos inaprensibles de la industria hegemónica que parte del cine norteamericano. 

Es tarde en Trocadero y Crespo. Hoy no tenemos luz. La Habana entera es un sarcófago que bulle vitalidad oscura y ceremonias carnales de supervivencia.

Leo a Gioconda Belli como si llevara leyéndola años. Es de noche en la calle Povedilla y leo a Gioconda Belli como si llevara leyéndola toda la vida. Es mediodía en el colegio de la Avenida del Séneca y leo a Belli y me lleno de guerra a favor de las palabras que son esenciales para cada tiempo nuevo y rezo por los poemas de Gioconda.

Detrás de La Rampa, dentro del Vedado Habanero, en uno de sus confines, el que desciende hasta el mar, compro Línea de Fuego en una librería, la edición del premio Casa de las Américas de 1979 junto a otro libro de Claribel Alegría.

Leo este libro mucho durante el periodo especial en mi tiempo especial. No me doy cuanta de que guarda una huella paralelepípeda de su anterior dueño entre sus tripas blandas, una tarjeta de visita donde está impreso este nombre: Eladio Reyes Arias, dramaturgo, pintor, poeta y ciego.

La recojo del suelo sin darle la importancia que tiene una vez que se acaba de caer desde las páginas del libro. Estaba ahí hace, no lo sabía, no sé por qué ha tardado en revelarse.

Guardo la tarjetica con tesón y delicadeza entre las cuartillas de este libro mítico de Gioconda y me quedo absorto, miro los agujeritos milimétricos en cada hoja, bajo cada poema, por dónde las termitas hicieron su cueva de Ariguanabo para poder comer celulosa, para permanecer.

Investigué poco en ese momento acerca de la tarjeta. Pasa el tiempo y me llena de curiosidad.  Ahora descubro quién era el dueño del ejemplar de Línea de Fuego antes de que fuera mío.

Un libro viejo guarda memoria de sus lectores en los subrayados, en las notas que manchan los contragrafismos, en la portadilla con nombres de caligrafía limpia o indescifrable, en las marcas blandas y triangulares de los bordes de la página que fueron doblados alguna vez y todavía retienen casi marcada la línea invisible.

Eladio, al que he leído y escuchado desde entonces dijo esto una vez:

En fin, olvida si veo o no veo. Recuerda qué hago, y que minusválidos somos todos.

No falta la tilde en el segundo que. Aunque lo parezca. Es una explicación y no una imprecación llorosa. Sería esto último con la tilde.

Recuerda que somos todos minusválidos.

Sólo la poesía nos hace válidos. El arte en general es el que nos valida como sapiens.

Lo que acabo de escribir me vale, sí, me sirve para conversar acá sobre nuestra minusvalía humana de la que nos percata este poeta, pintor, guionista y dramaturgo ciego.

Porque no vemos lo que se ve. Los poetas ven por nosotras, por nosotros. Como Gioconda. Vieron lo que no vimos cuando veíamos o vimos, lo que nuestra minusvalía óptica y sensitiva nos impidió ver hasta que llegaron las gentes que vieron a través de los bellos ángeles lanzallamas, de los poetas que no comen ángeles en mal estado, de los poetas ciegos que ven más que los videntes, los que no vemos lo que ellos y ellas ven.

Hay días que están hechos para morirse o para llorar, escribe Gioconda cuando no puede más en su primer exilio, cuando no puede más. Leo estos versos durante toda mi vida y aún en los sueños oigo cómo los personajes de mis pesadillas me rozarrecitan desde estos versos. Una y otra vez los escucho. Ya no es que La vida fuera un juego casi siempre mortal, ahora lo es a cada rato perdido.

Ismael Filgueira encuentra uno a uno a los que le conocen y saben de su vida. Les dice que se ha cambiado el nombre, que ahora quiere que le llamen Nacho. Desconoce que en breve será uno de los enfermos del psiquiátrico de Mazorra en Rancho Boyeros muy cerca del aeropuerto internacional José Martí.

Porque si Ganado está el pan, hágase el verso.  

Entonces, sin más demora, en este mismitico ahora, por último, chupo la pluma y escribo:

Gioconda nuestra que estás en la Tierra

sumérgenos en las libertades de tu palabra,

encadénanos a la servidumbre de tus metáforas,

conmína a los que no lo hacen todavía,

a los sedientos de tu poesía,

a desplazarse sin demora a su conocido

templo del pueblo,

a la librería más próxima,

para que adquieran Toda la Poesía

visoriana y volcánica de tu creación total

metida en un libro.

Diles sin decirles que te lean desde su hambruna

y que se encuentren contigo

fuera de los cielos, en los sembradíos

de cada surco tuyo.

Gioconda nuestra que estás en la Tierra,

líbranos de la muerte.

AMÉN

Toda la poesía (1974-2020) (Visor, 2023) | Gioconda Belli |Prólogo de Raquel Lanseros |926 páginas | 32,30€

admin

Un comentario

  1. Hace tiempo que no leía una crítica de un libro escrito con tanto arrojo y arte. ¡Gracias!

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