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Gringo adulto


Ambrose Bierce y la Reina de Picas

Oakley Hall

Valdemar, 2010. Colección «Intempestivas»

ISBN: 978-84-7702-684-6

336 páginas

20 €

Traducción de Marta Lila Murillo

Fran G. Matute

Gracias a la publicación de Warlock (1958) en 2009, muchos oímos hablar por primera vez de Oakley Hall. Y gracias a la lectura de esa imponente novela de casi setecientas páginas (auspiciada por -sí, otra vez, Dani- Thomas Pynchon), nos enamoramos instantáneamente del autor y su prosa. Quizás un poco tarde, ya que Hall había fallecido el año anterior. Pero el esfuerzo editorial de Galaxia de Gutenberg por rescatar del olvido a una figura tan interesante, no cayó en saco roto, ya que muchos de sus lectores, impactados tras la lectura de aquélla alambicada historia sobre la construcción de una ciudad sin estatuto en pleno salvaje Oeste, se quedaron con ganas de más. Recuerdo que, compelido por la necesidad, indagué en la bibliografía de Oakley Hall en busca de más referencias y descubrí, con apasionado asombro, que el autor dedicó sus últimos años editoriales a la novela de misterio con una serie de aventuras protagonizadas, ni más ni menos, que por el legendario y fantasmagórico Ambrose Bierce.

Hete aquí que cuando Valdemar anunció la publicación de la primera de dichas aventuras, servidor no pudo parar de dar saltos de alegría hasta que cayó en sus manos un ejemplar. Ambrose Bierce y la Reina de Picas (1998) se hizo llamar la criatura y ha resultado ser un claro homenaje a las novelas de Sherlock Holmes pero ambientada en el San Francisco de finales del siglo XIX, donde ‘Bitter’ Bierce se gana la vida como periodista y cuya única obsesión es criticar el Ferrocarril (históricamente reconocida es su aversión al lucrativo negocio que rodeó en aquéllos años a este medio de transporte). Su rutina se verá distorsionada por culpa de una serie de asesinatos de prostitutas, todos aparentemente relacionados con un elitista club minero (la Jota de Picas) y sus envidiosos miembros y «miembras». Acompañando a Bierce tenemos a su Dr. Watson particular, el también periodista Tom Redmond, verdadero protagonista de la novela y narrador omnisciente, que ayudará a Bierce a desenredar la madeja de traiciones y dobles identidades que pueblan esta entretenida historia.

Desde el punto de vista estrictamente literario, si algo hay que destacar de esta primera incursión en las aventuras de Ambrose Bierce es la magnífica recreación que Oakley Hall hace de su San Francisco natal. Al igual que ocurría con Warlock, Hall se transforma en un maestro de la ambientación y su enciclopédico conocimiento de la época le convierte en el mejor narrador posible para imaginar cómo transcurría el día a día en aquélla ciudad tan boyante, que entraba con pasos de gigante en la modernidad. No obstante, debemos admitir que el desarrollo de los misterios que engarzan esta novela no goza de los mismos momentos de brillantez que los pasajes descriptivos de la misma. No es que Hall se muestre torpe a la hora de verter en el texto la información relevante para la resolución del arabesco, pero sí que hemos echado en falta cierto ritmo, cierta acción y, por qué no decirlo, mala leche, a la hora de desenmascarar la trama.

Asimismo, Hall desaprovecha la aventura para indagar más en la personalidad de su personaje estrella, dejando al lector un poco huérfano en este sentido, que ansioso por conocer más (aunque fuera en sentido imaginado) sobre una figura tan sombría como Ambrose Bierce, se ha de conformar con un par de brochazos gruesos sobre su poblado bigote y su misántropa actitud. En este sentido, baste recordar la exitosa novela de Carlos Fuentes, Gringo viejo (1985), que fantaseaba con el paradero del desaparecido escritor allá por 1914. Hubiera podido aprovechar el bueno de Oakley Hall en convertir esta primera aventura de Ambrose Bierce en su particular «gringo adulto», pero habrá que esperar a que se publiquen las restantes cuatro novelas de la serie para comprobarlo. Eso sí, Hall aprovecha todos los eventos biográficos conocidos de Bierce (incluida su relación con William Randolph Hearst) para adornar la trama de esta novela, sirviendo el escritor-personaje más como contextualizador de la época que como verdadero motivador de la acción, hasta el punto de que cada capítulo de esta narración viene encabezado por una de las caústicas definiciones ideadas por Bierce en El diccionario del Diablo (1906), en un sentido homenaje a su protagonista.

En cualquier caso, toca disfrutar ahora de este divertimento, que cabalga a medio camino entre el ‘thriller’ y la novela histórica, y que ayuda a poner de nuevo en el mapa la figura de Ambrose Bierce, autor de reconocida influencia literaria en contemporáneos como Edgar Allan Poe o Nathaniel Hawthorne y responsable de obras clásicas como su mórbida colección de Cuentos de soldados y civiles (que incluye la afamada historia «Lo que pasó sobre el puente de Owl Creek») (1891). Parafraseando al propio Bierce en la novela, recomendamos su lectura, no porque sea «importante«, sino porque es «simplemente interesante«. Que no es poca cosa en los tiempos que corren…

admin

2 comentarios

  1. Me han entrado ganas de leerla…

    Según Borges (y él entendía de lirbos, ¿no?), «la literatura actual no sería lo que es sin Poe, Whitman, Melville y Henry James» y sabemos que el argentino fácilmente metería en el mismo saco a Hawthorne, Thoreau y Emerson. Lo malo es que cuando Borges decía «literatura actual» nosotros debemos leer «literatura de hace 100 años». Así y todo, está claro que conviene seguir el rastro de la tradición americana, aun en sus heterodoxos, como Ambrose Bierce o este Oakley, al que, francamente, conocí gracias a ti.

  2. La verdad es que esperaba más de esta novela, pero el resultado es realmente meritorio. Es como una historia de Sherlock Holmes ambientada en el tardío Oeste. Muy entretenida, muy bien escrita y ambientada. What else?

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