EDUARDO CRUZ ACILLONA | “Un día se levantó a escribir. Aunque eso no se parecía a escribir”.
Sucedió tres meses después de ver cómo fallecía su pareja. Tres meses de silencio contenido tras los cuales quiso escribir, aunque lo que hacía era otra cosa.
“Tú has muerto. La agonía soy yo”.
Estrenó una libreta y en ella, a modo de lo que debería de llegar a ser un diario, comenzó a plasmar textos en prosa que querían ser poemas. Comenzó a plantearse por escrito preguntas que quisieran ser respuestas.
“La vida, alguna vez, ¿me amará de nuevo?”
La autora, página a página, fecha a fecha, va dibujando el mapa de una ciudad íntima devastada por el dolor y donde todo son las afueras. Se busca y no se encuentra. Reflexiona con las entrañas, mira con el corazón, respira con unos pulmones que parecen no pertenecerle.
“Mi sueño se ha vuelto oscuro y pesado”.
Transcurren los días, las semanas, los meses. El relato cobra en hondura y la literatura aflora a borbotones. La belleza de lo trágico. El silencio compungido y los cristales en la garganta mientras se avanza en la lectura, mientras se ahonda en el dolor.
“Ando a cuestas con tu vida en la mía”.
El ser amado omnipresente, interiorizado, inseparable. La autora no quiere saber nada del destino, ese traidor que se disfraza de azar para los incrédulos. Quiere volver, regresar, rebobinar. Necesita asideros firmes y sólo encuentra efímeras excusas para seguir viviendo.
“Cuánto ha perdido quien pierde un regazo”.
Llega un momento en que los días se desdibujan, no importan, siempre es el mismo día y, por tanto, dejan de ser consignados como tales en el diario. Pero el tiempo avanza alrededor, la vida en sociedad, como una marea, regresa e invade los recovecos más íntimos. Algún escarceo amoroso se asoma, pero sin más camino que el perdón y el olvido. Y los familiares, los amigos más cercanos, tratan de remodelar una identidad que no les pertenece.
“En el mundo, afuera, soy una bestia cautiva”.
Seguramente no nos equivocamos al emparejar este Ceniza roja de Socorro Venegas con el Mortal y rosa de Francisco Umbral. Por muchos motivos: la confesión en carne viva, el desgarro sin filtros, el dolor de la ausencia como un miembro amputado, el lirismo iluminado de gris oscuro, el rechazo consciente a la contención, la palabra que no sana pero que sirve de muleta para dar forma a lo inexplicable. Y esa cicatriz ya imborrable, el tatuaje de la vida que nunca nos quisimos hacer.
Ceniza roja es un relato tan oscuro como brillante, tan empático como descorazonador, tan sincero como deslumbrante. Un cúmulo de emociones que, marca de la casa Páginas de Espuma en esta colección de cuentos, viene acompañado por un conjunto de ilustraciones a cargo de Gabriel Pacheco que, parafraseando aquel poemario de Ferlinghetti (Un Coney Island en la mente), bien podríamos decir que suponen “un Edgar Allan Poe en el corazón”. Oscuras, sobrecogedoras, inciertas. Una sucesión de figurados retratos del estado de ánimo de la autora. El cuervo no es negro, como en Poe, sino blanco, como el negativo de la sombra que acecha amenazante, una depresión de largos ropajes encarnados en una figura femenina, vestido negro, pelo blanco, atormentada. En la última ilustración, la mujer aparece suspendida en el aire, con unas tijeras en las manos y algunos mechones de su melena cayendo. ¿Es su liberación?, nos preguntamos. Alrededor, sin embargo, todo sigue siendo de color gris oscuro…
Reseña publicada con anterioridad en la web de Tres Pies al Gato.
Ceniza roja (Páginas de Espuma, 2022) | Socorro Venegas | 107 págs. | 17€