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Haciéndose el muerto con las botas puestas


Un general confederado de Big Sur

Richard Brautigan

Blackie Books, 2010. Biblioteca Brautigan

ISBN: 978-84-938272-2-9

168 páginas

19 €

Traducción de Damià Alou

Fran G. Matute

Ya avisamos por aquí que Blackie Books amenazaba con crear una «Biblioteca Brautigan». Y parece que van en serio. Tras la marcianada que supuso La pesca de la trucha en América (1967), la editorial de la perrita Blackie se nos descuelga ahora con la que fue la primera obra publicada (que no escrita) por el inclasificable Richard Brautigan, que atiende al título de Un general confederado de Big Sur (1964).

Si en La pesca de la trucha… nos enfrentábamos a un texto de fuerte arraigo neotrascendentalista (por decirlo de alguna forma), con Un general confederado… Brautigan pretende ofrecer su particular visión del pasado histórico de los Estados Unidos (por decirlo también de alguna forma). Tomando como excusa el encuentro fortuito entre Jesse -un personaje inventado por el autor para entrometerse en su propia historia- y Lee Mellon, renegado (y desdentado) descendiente de uno de los generales confederados que supuestamente participó en la batalla de la Espesura durante la Guerra Civil norteamericana, Brautigan construye con su particularísimo estilo ¿naïf, lisérgico? una narración sobre la amistad de dos chalados en plena California de los años 60 en busca de un pasado inexistente.

Y es que entralazando las psicotrópicas aventuras de Jesse y Lee (a modo de ejemplo, baste decir que ambos terminan viviendo de forma naturista en una cabaña -al más puro estilo Thoreau en Walden- situada al lado de un estanque infectado de ranas que no cesan de croar por la noche, problema que se verá resuelto gracias a dos caimanes que terminan convirtiéndose en sus mascotas), Brautigan es capaz de integrar destellos de conciencia cultural (referenciando a gente tan dispersa como Mark Twain, Walt Whitman, Horatio Alger o Humphrey Bogart) e histórica (mencionando a los indios paiutes de Big Sur, la leyenda de Paul Bunyan o la batalla de Agincourt).

Así que Un general confederado de Big Sur termina siendo una reflexión más profunda de lo que aparenta y seguramente su estilo «convencional» (sobre todo si la comparamos con La pesca de la trucha en América) ayuda a digerir los excesos (por qué no decirlo, infantiles) que viven sus protagonistas. Se recuerda una California llena de vida, poblada por personajes insólitos (la groupie Elaine, el agregado incendiario de Roy Earle…) que ciertamente retratan los clichés de la época (drogas, playas, chicas fáciles) pero que, a su vez, ayudan a enlazar aquélla filosofía con un pasado que honra el presente aunque su búsqueda se represente como una sucesión de gags y diálogos pueriles.

Como ya hemos apuntado antes, no todo en Un general confederado… es jijí y jajá. Servidor ha podido entrever en más de un pasaje cierto vínculo con la tradición americana. Mellon buscando cigarrillos a lo largo de la costa de Big Sur bien podría ser una metáfora de la Ruta del Tabaco. Jesse rememorando Gettysburg, es un directo homenaje al general Lee y al teniente general Grant. Y por último tenemos al propio Brautigan introduciendo al final del libro, como si fuera una nota al pie de página de la historia, la «verdad» sobre el bisabuelo de Lee Mellon cuya participación en la Guerra Civil estadounidense fue parecida a la de Céline en la Gran Guerra.

Resulta, pues, que aquélla sutil clarividencia que intuíamos en La pesca de la trucha… no era fruto de la casualidad. Brautigan es un escritor muy capaz, con un mensaje-reflexión (¿mantra?) que si bien, en ocasiones, es difícil de apreciar al encontrarse oculto en su caleidoscópica prosa, en ningún caso surge del azar. Dicen que si te acuerdas de lo que sucedió en los años 60 es que no estuviste allí. Pero Brautigan no necesitó nunca tirar de archivo ya que sus escritos forman parte integral de una cultura rica pero denostada por los ‘hipsters’ de hoy día, que únicamente reconocen la estética y no la «ética» de aquélla línea de pensamiento. Resulta, por tanto, reconfortante poder leer ahora este tipo de textos, a salvo del peso de la historia que ya los juzgó, y encontrar su valía escondida bajos las botas de los caídos en el fragor de la batalla. Aunque éstos estén haciéndose el muerto y cuando apartemos la mirada, los veremos correr desnudos colina abajo gritando a la luna «¡Sopa Campbell!».

admin

2 comentarios

  1. Bien! Sin haber leído la prosa de Brautigan (solo un poco de poesía), me atrevo a decir que este es el tipo de artefactos sesenteros que debemos leer, a saber: los escritos durante los años 60 (GRACIAS!). Lo digo por tocar un poco los huevos con el tema de Jim Dodge…

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