REYES GARCÍA-DONCEL | «Me llamo Cristina y he salido a buscar a mis muertos». Con esta impactante frase Cristina Fallarás comienza este relato sobre las mentiras y los secretos de su familia, para lo que utiliza dos líneas narrativas paralelas: la del pasado familiar por un lado, y la del tormentoso viaje físico y emocional en busca de esos secretos y también de su propia identidad. Dos líneas narrativas que se entrecruzan, coexisten y no se anulan, de forma que podríamos considerar que son una novela histórica unida a otra de autoficción, dos novelas en una. Con numerosos saltos hacia atrás para explicar el origen de su familia mientras avanza la trama, la que denominaremos histórica comienza con el fusilamiento del abuelo Fallarás: «El vértice de mi historia se encuentra en aquel 5 de diciembre de 1936, porque allí se cruzaron todos los personajes que construyen mi propio personaje», y continúa con la guerra y la posguerra en Zaragoza durante el franquismo. A este relato se le intercalan escenas del periplo de la autora desde Barcelona (echó a andar sin maleta ni dinero) hasta una urbanización abandonada en la costa de Tarragona (donde pasó parte de su infancia y juventud), en la que se refugia, y donde asistimos a su transformación emocional. Y como compañeros obligados de viaje: sus muertos, ya que al contrario de lo que se pueda esperar, son ellos los que hablan y cuentan el pasado, no los vivos, eso sí, siempre que sepamos escucharlos: «Los muertos entienden algo que nosotros no alcanzamos. Por eso construyo, construimos sobre ellos. Nosotros somos sobre ellos».
Pertenecientes a bandos distintos en la guerra civil: Félix Fallarás, carpintero, fusilado en el cementerio de Torrero; y Pablo Sánchez, bisnieto del presidente mexicano Benito Juárez, coronel en el ejército de Franco, las dos ramas familiares se unen en los padres de la autora. Durante años, esta no sabía nada de su abuelo paterno: «No tenía un abuelo por la simple razón de que mi padre no tenía un padre». En casa de la abuela Presentación, la viuda, no se hablaba de la guerra; en la de los otros abuelos, sí, y haciendo ostentación de victoria. Cuando la autora decide investigar al otro abuelo, el silenciado: «35 años. Causa de la muerte: fractura de cráneo. El eufemismo habitual», encuentra un terrible secreto que a pesar de los esfuerzos familiares por anularlo, o precisamente por eso, se ha podrido y la podredumbre ha impregnado hasta a los nietos: «Los hijos crecidos en espacios cerrados, en grupos pequeños, respiran todo lo que sucede». Y así aborda la autora otro de los temas del libro: la transmisión generacional del trauma de la violencia política, a pesar del silencio, y de la cobardía. «Las heridas las heredamos. El silencio las infecta». Su madre es especialista en medias verdades para maquillar la realidad, con la premisa de que se puede redefinir con educación y si lo bañamos de ternura para paliar el daño. «Los nietos del franquismo “heredan” inconscientemente el sufrimiento de sus padres y de sus abuelos»
La novela se divide en tres partes: «El asesinato», «El coronel» y «La familia», estructurada en capítulos cortos. Los personajes de la familia se nombran muy a menudo con los apellidos, y dos de ellos por su apodo (el coronel y la jefa), quizás para conseguir así cierto distanciamiento, el necesario para hurgar en las miserias y secretos podridos de tu propia familia. Se retrata la Zaragoza franquista: «Curas y militares para una ciudad en medio del desierto». La infancia de la autora se desarrolla entre dos familias, dos clases sociales bien diferenciadas, que ella muestra muy bien en la espléndida y humillante escena de la Jefa (abuela materna) sentada en su sillón mientras regala la ropa que ya no le sirve a su consuegra Presentación (abuela paterna). La autora reconoce que en su niñez prefería a la abuela de las piscinas, chalets, servicio… que además le enseñó a bailar el charlestón, a la callada y humilde abuela que sufrió represalias.
El tratamiento de la parte familiar se hace con aproximación histórica de los hechos, en forma de relato organizado, consiguiendo escenas excelentes y atrapando al lector. Muy interesante resulta el análisis de la personalidad de su abuelo materno en base a los hechos vividos cuando niño y adolescente (muerte de la madre, abandono del padre, expulsión de los jesuitas por el gobierno republicano…), y como si quisiera dar más veracidad a sus investigaciones, la autora aporta fotografías de los personajes y hechos ocurridos.
La otra novela, la de su búsqueda emocional: caminando, huyendo, perdida, refugiándose en las casas abandonadas, investigando el pasado… son un flujo de consciencia y de divagaciones más o menos lúcidas o neuróticas según el momento. Y más o menos conseguidas literariamente también, pues a veces la autora utiliza un lenguaje pretendidamente impactante pero que no llega a transmitir la hondura y fuerza que requieren sentimientos como la soledad, la confusión o angustia existencial, y acaban por desmerecer a la historia familiar que resulta mucho más real e impresionante.
En cualquier caso, con ambas narraciones, historia familiar e historia personal, Cristina Fallarás pretende saldar cuentas con el pasado, liberarse de fantasmas (que por cierto a veces aparecen), «somos relato», dice, y encontrar su lugar en el presente: «Toda historia se narra para pertenecer». Destacar la valentía necesaria para destapar las miserias, escondidas durante años, de tu familia pues reconstruir el pasado es necesario para construir el presente: «Que cercenen una parte de tu memoria, te modifica; recuperarla te modifica dos veces», explica la autora en una entrevista. ¿Reconstruir tu vida con qué herramientas? Pues con la ayuda de la memoria que no siempre es fiable: «puede que este sea uno de tantos recuerdos que inventamos para salvarnos o embellecernos»; y de tus muertos:«Ellos existen en mí y a través de mí. Ahí está mi herida». Empresa que le ha debido resultar satisfactoria pues la novela termina con la desafiante frase: «Ya no tengo miedo. Apártense los vivos».
Honrarás a tu padre y a tu madre (Anagrama, 2023) | Cristina Fallarás | 219 páginas | 11,90 €