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Igualdad por abajo

A propósito de las mujeresALEJANDRO LUQUE | No deja de resultar llamativo que la figura de Natalia Ginzburg haya sido rescatada en los últimos años bajo la bandera del moderno feminismo. Por mi parte, no tengo ninguna objeción al respecto, porque lo importante es precisamente el rescate, y tengo fe en que los lectores serán capaces de llegar a conclusiones que van más allá de las etiquetas al uso. Tampoco tengo nada en contra de que se explote esa veta comercial con un título como A propósito de las mujeres: estoy convencido de que en nuestros tiempos no hay causa que pueda prosperar sin entrar activamente en el juego de la economía de mercado, del márketing y la publicidad.

Me temo, sin embargo, que quienes acudan a estas páginas buscando reforzar sus convicciones en materia de género pueden salir confusos o decepcionados. Valga decir, de entrada, que los relatos aquí reunidos constan en el sumario del libro póstumo Un’assenza, que recogía textos dispersos de la autora bajo el subtítulo Cuentos, memorias, crónicas. Por qué no se ha publicado dicho libro tal cual, con su título original, es algo que no se explica ni en la contracubierta ni en el prólogo de Elena Medel, pero en todo caso da cierta sensación de tacañería por parte de la editorial, pues al final el conjunto suma apenas 110 páginas, incluyendo las (no menos inexplicables) ilustraciones de Óscar Tusquets Blanca.

Pero vayamos al contenido. Abre el volumen el discurso A propósito de las mujeres, que tiene más de poético que de teórico, o al menos así lo queremos entender. De lo contrario, si tomáramos cuanto dice al pie de la letra, acabaríamos creyendo que la Ginzburg no solo no es feminista –algo que ella misma, desde la madeja de sus no pocas contradicciones, también habría cuestionado–, sino que allana el terreno al patriarcado al subrayar características femeninas como “la tendencia a caer en el pozo y encontrarse con una posibilidad de sufrimiento infinito que los hombres no conocen tal vez porque gozan de mejor salud o son más capaces de olvidarse de sí mismos y de identificarse con su trabajo”; o que “piensan mucho en ellas mismas y piensan de una forma amarga y febril que los hombres desconocen”, lo que no deja de resultar chocante viniendo de una amiga de Cesare Pavese. O que “hay mujeres que no tienen hijos, y esta es una gran desgracia, es la peor desgracia que puede sucederle a una mujer, porque en un momento dado todo se convierte en desierto y aburrimiento…”.

Evidentemente, todo hay que leerlo en su contexto: aunque en esta edición no se especifique, el Discorso fue publicado en 1948, en plena posguerra, en unas claves personales e históricas muy concretas que sería largo analizar. Y todo hay que leerlo, también, hasta el final: la autora concluye haciendo un llamamiento a las mujeres a “defenderse con uñas y dientes de su malsana costumbre de caer en el pozo”, y hasta reconoce que “la primera que debe aprender a actuar así soy yo”.

Sin embargo, el gran error que a mi parecer comete la Ginzburg es no entender que el pozo de las mujeres es también el de los hombres, y que el camino de la igualdad pasa por reconocer que no somos tan distintos en pensamientos y sentimientos cuando somos capaces de saltar sobre las convenciones, las inercias históricas y los estereotipos.
O tal vez sí lo entendió. Porque cuando nos internamos a continuación en los relatos del libro, comprobamos que la Ginzburg refleja muy bien el modo en que ellos y ellas se encuentran atrapados en la misma trampa. Y la trampa se llama pareja, se llama familia. Entiéndase que no hablamos de relaciones amorosas o afectivas, sino de estructuras sociales que, bajo la promesa de la felicidad y la respetabilidad, a menudo abocan a quienes participan de ellas a situaciones indeseables o frustraciones aniquiladoras.

Si digo que Ginzburg entiende esa afinidad de ideas y sentimientos entre hombres y mujeres es porque en sus relatos unos y otras padecen casi por igual. En «Una ausencia», la vida de Anna y de Maurizio tras años de matrimonio concertado no difiere en lo que a tristeza se refiere, salvo detalles; en «Los niños», una madre no menos gris encuentra un respiradero manteniendo en un romance prohibido; muy emparentado con éste, «Giulietta» es otro relato sobre los secretos íntimos y la necesidad de guardar las apariencias; en «La casa junto al mar», de nuevo un triángulo amoroso pone de manifiesto la precariedad de los lazos familiares. «Mi marido» también incide en las infidelidades e infelicidades de una pareja…

Quiero decir que Natalia Ginzburg, en contra de lo que el título de este libro podría indicar, no se ocupa específicamente de las mujeres, ni siquiera les da un especial protagonismo en todos los relatos. Es cierto que, en un mundo monopolizado por los hombres, solo dar voz y relieve a personajes femeninos ya podría parecer revolucionario, pero en todo caso si la autora iguala a sus personajes con independencia de su sexo, lo hace por abajo: los homologa en su desgracia, en la tristeza de sus destinos.

Esta sensación se refuerza con cierta sequedad de la prosa, por no hablar de esos finales fulminantes, sin coda alguna, que a veces permiten pensar en textos inacabados. En el citado prólogo, Medel relaciona estas historias con otros libros de la Ginzburg. Olvida señalar su evidente parentesco con Y eso fue lo que pasó, que participa de todas estas inquietudes y las resuelve con un balazo fatal.

Los cuentos de este libro tienen, pues, mucho de cruel con las parejas, pero sobre todo con las madres. En el citado «Los niños», dos pequeños se preguntan “si había en el mundo otros niños que no quisieran a su madre”. En el último, «La madre», uno de los hijos piensa cosas como: “Un chico siente asco de su madre cuando ella llora”. No hay espacio apenas para la ternura, nada de contemplaciones.

Porque la familia es la gran obsesión de la italiana, y en el centro de la familia está siempre la madre, para bien y para mal, como dadora de vida y como blanco de la diana. No estoy seguro de que su enfoque sea el de la denuncia o la reivindicación, no veo clara la consigna. Sí veo a Natalia Ginzburg lanzando un mensaje claro en plena posguerra: tenemos un problema, se llama pareja, se llama familia. Y diciéndonos hoy: han pasado 60 años y todavía no lo hemos resuelto.

A propósito de las mujeres (Lumen, 2017), de Natalia Ginzburg | 112 páginas | 19,90 euros | Traducción de Maria Pons Irazazábal

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