JUAN CARLOS SIERRA | Fernando J. López (Barcelona, 1977) es sin lugar a dudas uno de los autores de teatro más reconocidos dentro de la más o menos joven dramaturgia española. Con su última novela, Cuando todo era fácil, se puede afirmar además que se perfila como una de las voces más sólidas de la -también más o menos joven- narrativa patria. En cualquier caso, nos encontramos ante un magnífico contador de historias que conoce los intríngulis del difícil oficio de narrar, independientemente del género por el que se decante.
En el caso que nos ocupa, utilizando una fórmula parecida a su anterior novela El sonido de los cuerpos, es decir, mezclando una trama sobre una muerte violenta con la introspección existencial, el autor nos narra la vida de Óscar, un casi cuarentón, fotógrafo de cierto éxito en Nueva York, que decide volver durante una temporada a su vida madrileña para replantearse, en principio, su relación con su novio Manu. A partir de aquí, de la vuelta a la casa materna y del rencuentro con los amigos de la adolescencia y la primera juventud, en apenas dos meses, que es el tiempo en el que transcurre la historia que propone Fernando J. López, la vida de Óscar se complicará aún más de lo que ya lo estaba por un asesinato inesperado y dramáticamente cercano.
Con estos mimbres, aparte del relato de la resolución de esa muerte, que desde mi modo de entender la novela funciona más bien como anzuelo para el lector, el narrador construirá una crónica entre existencial y generacional, que apunta al auténtico meollo de la novela. Trazar estas dos líneas argumentales sin que chirríen al cruzarse en el discurrir de la narración, mezclarlas en líneas sinuosas que se encuentran y se separan sin estridencias, coherentemente, demuestra algo que ya se ha apuntado antes; a saber, el oficio de buen narrador de Fernando J. López.
Esas maneras de buen narrador también las demuestra el autor en el manejo del ritmo y del tiempo narrativos. La introspección del personaje principal necesita de un ritmo pausado que se ajusta al tempo del pensamiento del personaje-narrador Óscar, una manera inteligente de digerir narrativamente el vértigo de lo que se está moviendo alrededor del protagonista en estos dos meses escasos de su viaje madrileño. Asimismo, Fernando J. López gobierna con buena mano, sin que rechine demasiado con lo anterior, el ritmo más acelerado de la intriga relativa al asesinato, dosificando las expectativas del lector respecto a este asunto truculento y acelerando la sucesión de los acontecimientos en los capítulos finales, sin dar la impresión de urgencia artificiosa por cerrar la novela.
En cuanto a las líneas narrativas a las que antes se ha aludido, se puede afirmar además que el sustrato de Cuando todo era fácil, eso que antes hemos llamado el meollo de la novela, se puede ramificar a su vez en varias direcciones o puntos temáticos –la amistad, la homosexualidad, las inseguridades adolescentes, los sueños rotos por las decepciones de la vida adulta, los peajes íntimos que se pagan por alcanzar el éxito…- que, como los mandamientos, se resumen en dos; en este caso, se conjugan dos diálogos fundamentales, el del yo protagonista consigo mismo y el de ese yo con ellos, que somos nosotros. Me explico. Por un lado, se narra la crisis existencial de Óscar y su periplo durante los dos meses en que transcurre la acción: sus dudas sobre su vida –profesional, de pareja, como hijo y hermano…- y sus determinaciones; por otro, hallamos la clave generacional de la novela, el diálogo que mantiene el protagonista con su pasado y su presente delante de los que han sido -¿y siguen siendo?- sus amigos. En ambos casos, las soluciones no llegarán por la nostalgia, ese recurso fullero al que solemos echar mano cuando el presente se pone feo y al que un novelista menos dotado o más complaciente habría recurrido sin dudarlo, sino que se trata de seguir avanzando, de coger de las solapas al pasado y al presente, zarandearlos y comprobar qué nos va a quedar una vez que se ha optado por la desmitificación necesaria de la realidad, por la aceptación o la toma de conciencia de las reglas del juego de la vida; algo así como madurar, quizás.
De modo que no espere el lector que se acerque a Cuando todo era fácil un final feliz ‘hollywoodiense’, almibarado, de color de rosa, sino más bien un final abierto y, a pesar de todo, esperanzador, optimista, desde la asunción de las contradicciones y las zancadillas de la vida. No se trata, pues, de ofrecer soluciones –ni morales ni de ningún otro tipo-, sino de mostrar el estado de las cosas para que cada uno elija su camino. Además la narración se cierra en una perfecta ringkomposition, pues los capítulos finales sueldan sin dejar resquicios ni cabos sueltos con las grietas abiertas en las primeras líneas de la novela y concluyen el viaje de este moderno Odiseo que es Óscar –las frecuentes referencias a lo largo de la novela a la obra de Homero no son gratuitas-.
Todo este aparataje narrativo, dialéctico, existencial y generacional se desarrolla, como ya se ha apuntado, al hilo de los meandros por los que fluye el pensamiento del protagonista. En este sentido, debemos destacar la densidad que proporciona el autor al personaje-narrador, un individuo que no se conforma con silogismos o razonamientos facilones. En una suerte de stream of consciousness, asistimos al discurrir del pensamiento de Óscar, que suele funcionar más o menos de las siguiente manera: inaugura una línea de pensamiento, se desvía por un camino aparentemente lateral, vuelve a la casilla de salida, pero con la idea principal ya más robustecida, se exprime, desbarra en cierta manera hacia asociaciones inesperadas, aunque no exentas de coherencia con la línea inicial, y se cierra el periplo argumentativo de tal forma que el conjunto contribuye a que la narración avance. Para conseguir que esta estrategia compositiva no se le vaya de las manos al escritor hay que estar muy dotado para el arte del relato, algo que Fernando J. López demuestra con asombrosa frecuencia en la novela.
Cuando todo era fácil es todo esto que se ha explicado en esta reseña y mucho más, que no ponemos por aquí para no cansar. Lo único que queda por añadir es que se trata de una novela que despierta en el lector sensaciones paradójicas: por una parte, te deja exhausto, porque el viaje que propone es de una intensidad y una autenticidad que vacía por dentro y, por otra, no querrás que acabe, porque duele separarse de la lucidez de Óscar; porque hacía mucho tiempo que nadie te hablaba tan claro y tan a las claras sobre ti mismo.
Cuando todo era fácil (Tres Hermanas, 2017), de Fernando J. López | 267 páginas | 18 euros
Lo tengo en le periódico y no sabía si llevármelo a casa. Me has convencido, compañero!