Confesiones a Alá
Saphia Azzeddine
Demipage, 2011
ISBN: 978-84-9271-918-1
134 páginas
18 €
Traducción de Purificación Meseguer
Ilya U. Topper
A la primera pasada, parece realismo sucio. Muy sucio. Un libro que empieza con la escena de una adolescente de pueblo que se hace follar por un pastor de ovejas, descrita con todos los detalles desagradables que se le pueden ocurrir a una, eso promete. Y si la chica es magrebí y lo hace simplemente porque el pastor le regala cada vez un par de botes de yogur rosa, de ése que sale en los anuncios, y se pregunta luego si Dios la hará pagar por lo que hace o si en el fondo no importa, el libro promete aún mucho más.
Sobre todo promete porque en la portada consta el nombre de la autora: Saphia Azzeddine. O sea, magrebí. Claro, imagínense la misma escena de una pastorcilla magrebí un poco putilla descrita por un autor escandinavo que se llame, pongo por caso, Christian, ya no sería lo mismo. A Azzeddine le creemos, sin embargo, que este personaje es un poco ella. No que fuera un relato autobiográfico, no no, pero que de alguna forma ha puesto en el personaje algo de su experiencia, de su trasfondo cultural marroquí, aunque ahora viva en Francia. De manera que estamos dispuestos a tragarnos… perdonen, mejor evitemos expresiones ambiguas.
El libro no es ambiguo. Puntuación alta a la traductora: mucha gente fracasa a la hora de pasar palabrotas y exabruptos de una lengua a otra, y Purificación Meseguer lo ha hecho bien: dice coño cuando hay que decir coño. Y el personaje no ahorra en exabruptos: esa chavala de dieciseis, pastorcilla que nunca ha salido de su pueblo, está bastante de vuelta de todo, tiene muy claro que su madre es una oprimida y su padre un tontolculo, capaz de regalar una oveja al ‘fquih’, o sea el predicador local, que no hace más que contar mentiras y vivir como un parásito. Eso sí, de vez en cuando se vuelve un poco Señor-Dios-soy-Anna y le intenta hacer ver a “Alá” que lo de follar por un yogur en el fondo no puede ser tan grave y a de todas formas, qué opción tiene una en la vida si ha nacido pobre; Brecht no lo diría mejor.
Les puedo contar el resto de la historia porque es la típica, la que les ocurre a tantas chicas todavía hoy en Marruecos (y hasta anteayer en toda Europa): te quedas preñada, te echan de casa, te deshaces del bebé, te pones a fregar en un restaurante de mala muerte, chupando alguna polla por si acaso, consigues ser chacha en una casa rica de gente de pasta de verdad, te follan los hijos del patrón, algún día sacas la conclusión evidente y te haces puta, porque es lo mismo, sólo que tú puedes poner el precio. Hasta que te pilla la pasma, te enchironan y cuando sales ya no eres guapa y se te han pasado las ganas de jugar a ser Sheherezade. Y zas, vas y te casas con un imán, seras su tercera esposa, te metes el velo íntegro, llegas a amarlo mucho y te haces musulmana devota e incluso, si no leo mal la última página, integrista.
¿Cómo, por favor?
No, no, perdonusté, yo ahí ya dejo de tragarme la historia. Si usted me quiere contar el cambio espiritual de una tipa que pese a hablar con Dios de vez en cuando se pasa las reglas del Corán por el forro de las bragas y llama parásitos (¡cuánta razón tiene!) a todos los teólogos, entonces métame por lo menos una caída de caballo como la de san Pablo. En Literatura hay cosas llamadas psicología del personaje, desarrollo argumental, proceso evolutivo, maduración, y si no piensa usted emplear nada de eso, no es culpa mía. Pasemos por alto las frases repartidas ahí y allá que pretenden servir de guía a los políticos franceses para que entiendan cómo tratar con el islam radical, coincidimos en que hacen bastante falta (a los políticos, no al relato), pero un poquito de por favor.
Releo. Me gustaría creer que la autora aporta algo propio al personaje de la chavala magrebí, pero cada vez estoy más convencido de que no, que simplemente lo pinta como ella se imagina que debería pensar una chavala magrebí que nunca ha salido de su pueblo. Y para que no digan que le ha salido demasiado similar a una parisina, mete la pintura en capas gruesas, kilos y kilos de maquillaje, perdón, quiero decir costras, semen, flujo y mierda. Yo tampoco soy una chavala de pueblo magrebí, pero yo diría que la pobreza no insensibiliza tanto. Y que una no se mete a follar con el pastor del pueblo vecino únicamente por un yogur, sin saber qué es la excitación sexual. ¿Me quiere decir que las mujeres de los pueblos no tienen impulsos sexuales, que eso es un privilegio reservado a la clase alta? Discrepo, señorías.
Y vamos a ver: toda esa pintura está mal aplicada, se ve el lienzo a través. Vale que usted ha difuminado adrede toda referencia geográfica: no sabemos si hablamos de Marruecos o de Argelia, porque el dinero son dinares (argelinos) pero la ciudad donde vienen a follar los jeques saudíes es obviamente Casablanca, y hasta alguien habla del rey (marroquí). Vale: usted ha intentado crear un Magreb difuso, ‘passe-partout’, y yo creía al principio que si algo no me encaja con el Marruecos que yo conozco igual es porque usted se inspiró en una chavala argelina. Pero acabo de ver en internet que usted es de Agadir y se fue a vivir a Francia a los nueve años. Dos besos: somos compatriotas. Compartimos infancia. Sólo que yo estuve hasta los quince o así. Vamos a ver, pues: en esta zona, la gente no suele vivir en jaimas sino en casas, pero eso no importa. Peor es que la chica come aparentemente todos los días “un grasiento cuscús”: debería usted recordar que esta laboriosa comida de los días de fiesta no es plato diario en ninguna casa de pueblo. Esto parece copiado de una guía de viajes. Peor es que pone a su personaje a rezar, y por ahí sí que no paso. Debería usted acordarse que en nuestra patria chica, casi nadie reza cinco veces al día, y menos las mujeres, y muchísimo menos las adolescentes, sólo faltaba. Aquí ha caído usted en el error de pensar que si los magrebíes en Francia rezan, pues por supuesto lo harán la gente del pueblo, cuanto más inculta, más religiosa ¿verdad? Pues no. Error. En los pueblos no rezamos, señorita. Y además no decimos Alá sino ‘rabbi’.
Y que el imán tenga “sólo dos mujeres”, así, sin comentarios, ya me ha dado la puntilla: como si fuera algo normal tener más de una. Lo será en Argelia, me dije al principio. Pero entonces volvemos a lo mismo: no ha usted observado la vida en un pueblo magrebí, sino que se ha inventado una conforme a las ideas que tiene sobre el islam de África del Norte, desde Francia, y que le convenían para contar una historia que se presenta como muy realista, pero que no lo es.
De todas formas, muy cuidadosa no es usted escribiendo: dice reiteradamente que la chica no sabe leer, pero resulta que sí lee las instrucciones del tinte de pelo (y las palabras en la maleta de los ‘mirikanos’). Y no sé a qué viene el juego de escribir «manicora» y «cababacines» si luego es capaz de ortografiar un Porsche Cayenne y unos Versace. O todos moros o todos cristianos.
¿Sabe? Le recomiendo una lectura. Mujer en punto cero. De la gran Nawal Saadawi. Ahí tenemos la misma historia de la chavala de pueblo que se mete en la ciudad, se hace puta, pasa a la cárcel… Con la diferencia de que lo que usted se gasta en costras y semen, ella lo emplea en psicología. Nos habla algo menos del coño de la chica, pero en cambio nos hace entender qué pasa en su cabeza. Ya me dirá. Eso es Literatura.
Grandísima reseña. Un abrazo.
Me he divertido mucho con la reseña (seguro que mucho más de lo que lo haría con el libro).