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Juegos de niños

FAUSTINO DÍAZ NISO | La última novela de Daniel Ruiz (Sevilla, 1976), Mosturito (Tusquets, 2024), se inscribe en una larga tradición de obras centradas en niños que han llevado una infancia verdaderamente difícil: desde el joven Lazarillo hasta el Nini de Las ratas, desde Oliver Twist hasta David Copperfield, pasando por el chico protagonista de Invisible (Nube de tinta, 2018). Son algunos de los personajes pertenecientes a esta galería de infancias desgraciadas, en la que podemos incluir sin ningún género de dudas a Mosturito. Con este nombre, alteración de la palabra monstruito, llaman al protagonista de la novela que nos ocupa. Sus pocos años de vida, transcurridos en un barrio del extrarradio sevillano de los años 80, han venido marcados por la violencia hacia él y hacia personas de su entorno, por la burla, dada la deformación presente en su rostro desde su nacimiento, y  por la búsqueda de afecto que marca en todo momento el comportamiento del crío.     

     Hay, sin embargo, un elemento que diferencia esta novela de las otras que hemos mencionado anteriormente. A pesar de las duras circunstancias en las que transcurre el día a día de Mosturito, hay una ausencia total de patetismo. Daniel Ruiz no ha consentido que la lágrima fácil, el tono melodramático se cuelen en su novela. Para ello, ha dotado al joven protagonista de un rasgo que lo hace muy interesante para el lector. Me estoy refiriendo a la dignidad, al amor propio del que es humilde pero no por ello se rebaja. No se trata de que Mosturito sea un dechado de virtudes, un modelo, un arquetipo como los que podemos encontrar en tantas novelas decimonónicas. Estamos ante un niño real que busca sobrevivir en un medio hostil. La vida en el barrio es dura, pero no hay por parte del autor sevillano un afán por sancionar, por juzgar comportamientos. Como la historia está contada en primera persona, deja que sea el niño el que se las tenga que ver con la realidad para evitar, o intentar evitar, el mayor daño posible. Así de duro y así de simple. Somos nosotros, los lectores, los que hemos de valorar los actos de los personajes como despreciables o dignos de elogio.    

     Como ya hemos indicado, la novela se desarrolla en un contexto muy concreto y reconocible, años 80 en una barriada periférica de Sevilla. Las referencias a estas coordenadas espacio-temporales son constantes por parte del autor: Las Vegas, el Parque de María Luisa, el Pryca, el Dulio, la Gran Plaza… Podría pensarse que estamos ante una novela de marcado tinte localista. Nada más lejos de la realidad. Daniel Ruiz trasciende lo particular para contar una historia y presentarnos unos personajes que nos atrapan como lectores, más allá de cuál sea nuestro conocimiento del lugar y la época en la que transcurre lo que nos va contando. Al fin y al cabo, casos de barrios marginales, nombres de hipermercados que empezaron a florecer en el último cuarto del siglo XX, o ejemplos del terrible azote de la heroína podemos encontrarlos en cualquier ciudad española de aquel tiempo.

     Hay otro aspecto verdaderamente relevante en la obra. Me estoy refiriendo a la manera en la que está contada. Ya hemos señalado anteriormente que estamos ante una narración en primera persona. Hay todo un ejercicio de voluntad de estilo, además de un ejemplo de  coherencia narrativa, en la forma en la que Daniel Ruiz hace que se exprese el chiquillo. Emplea lo que se denomina el nivel vulgar del lenguaje, lleno de incorrecciones, propio de hablantes de extracción social baja y con una deficiente formación cultural. Lo verdaderamente interesante de la prosa del autor de Mosturito es que combina de forma magistral una retahíla de vulgarismos con expresiones de una altura poética realmente asombrosa: “Está oscuro, pero la aguja es como un filamento de una bombilla, como un cristalito largo y frío. Sestá pinchando en el brazo, y el Zurdo muerde una goma que laprieta la carne.” “De un lado a otro lado de la calle hay tendederos con camisas blancas colgadas que son como dentaduras de viejo. Todo sucio todo viejo todo noche”. Otro rasgo de esa manera de contar de Daniel Ruiz es el uso de la metáfora para describir lo grotesco, lo desproporcionado, lo feo, enlazando con la mejor tradición de la sátira quevedesca: las manos de la Tata son “chocos gigantes”, el sexo femenino es “un murciégalo rugoso y mojado”, de la nariz del padre Cilleruelo se dice que “la tiene gorda y coloradísima, una almorrana.”  Son solo algunos ejemplos, pero hay muchos en el libro.

     ¿Realismo sucio, realismo social? Considero que son etiquetas absolutamente prescindibles. Lo que de verdad importa, y Daniel Ruiz nos ayuda a entenderlo, es no olvidar que hay lugares, cercanos a nuestro mundo a salvo de contingencias indeseadas, donde la existencia no es  juego de niños.


Faustino Díaz Niso, profesor jubilado de Literatura y poeta, es la reseña invitada de hoy en Estado Crítico.


Mosturito (Tusquets, 2024) | Daniel Ruiz | 296 páginas | 19.90 euros

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