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La adolescencia de la literatura

 

Continuando con las reseñas por el IV Aniversario de Estado Crítico, hoy le toca el turno a una lectura vergonzosa clásica de la época adolescente: Richard Bach. ¿Quién no ha visto de joven sus obras Juan Salvador Gaviota e Ilusiones en las estanterias de  casa? Juan Carlos Sierra sucumbió a ellas en un tórrido verano. No guarda buen recuerdo pero aquella lectura evitó que nuestro estadista tomara otros derroteros bien distintos a los de la literatura…

 

 

Juan Carlos Sierra

Debió de ser en el verano del 86, en plena y confusa adolescencia. Por aquel entonces, en las tórridas e interminables horas de la siesta de un pueblo de interior, medio manchego medio andaluz, y agotado todo entretenimiento analógico -porque las TIC no habían entrado aún en nuestra vida-, encontré en la casa de mis padres un libro llamado Ilusiones de un tal Richard Bach. El callejón sin salida del sol cayendo a plomo y del tedio de la tarde infinita me llevó a hacer algo que no contemplaba ni en mis peores pesadillas, ponerme a leer.

Sí, efectivamente, querido lector. Yo era un adolescente que prefería el jaleo de la calle y los amigos al silencio íntimo de la lectura, que pensaba que mi trabajo estaría ligado a una portería en un campo de fútbol y no a la literatura y que -por poner un caso extremo y casi vergonzante- me ahorraba el esfuerzo de leer los bocadillos de los pocos cómics que por aquellos años caían en mis manos. Para completar este breve retrato de desorden adolescente, hay que añadir que, al tiempo que sufría los desequilibrios típicos de una educación sentimental deficitaria, de los tabúes sexuales y morales del momento y de una rebeldía porque sí, tenía la carpeta del instituto decorada con una foto de Lenin y era miembro activo de las Juventudes de Acción Católica, lo cual contribuía a desarrollar en mí una espiritualidad de catecismo y un ramalazo pseudo místico muy acentuado.

Con todos estos ingredientes no es de extrañar que una lectura como Ilusiones calara en mí hondamente; hasta tal punto fue así que al poco tiempo continué con Juan Salvador Gaviota, otro de los ‘best-sellers’ del escritor -por decir algo- estadounidense Richard Bach.

Del primer libro no recuerdo apenas el argumento y del segundo me cuesta trabajo ponerlo en pie. Ambos hechos colocan en mal lugar, empíricamente hablando, tanto a aquellos libros como al lector novato que por entonces era yo. He tenido que recurrir a Googleantes de escribir este artículo para reconstruir sus tramas. En esta excursión digital me he encontrado con páginas donde se recogen frases de Ilusiones. Mientras las leía atentamente, el severo juez de uno mismo que llevo dentro le gritaba a aquel adolescente: ¡ridículo, cursi, empalagoso, simplón, vacío, filósofo de Tercera Regional! A la alegoría que plantea Richard Bach en Juan Salvador Gaviota y a aquel primerizo lector se les pueden aplicar los mismos calificativos y parecido sonrojo.

Lo curioso, no obstante, de aquella experiencia lectora fue que me abrió las puertas, quizá por una entrada falsa, al mundo de la literatura, porque, a pesar del bajísimo nivel literario de aquellos libros que ahora reconozco con vergüenza torera, a aquel adolescente despistado de mediados de los ochenta le cuadraron y le ajustaron como anillo al dedo. También he de agradecerles que contribuyeran a que abandonara los vestuarios cargados de testosterona del fútbol patrio, vendiera mis guantes de portero y me retiraran de las Juventudes de Acción Católica.

No sé si recomendaría ahora a un adolescente alérgico a la lectura que se aventurara con aquellos títulos. Quizá los tiempos no están para novelitas ñoñas fronterizas con lo peor de los libros de autoayuda. Aunque nunca se sabe. Todavía en algunos listados de lecturas recomendadas para adolescentes está El Principito, que también se las trae. Pero, como diría Irma la Dulce, esa es otra historia.

admin

3 comentarios

  1. La versión más alérgica y adolescente de Fran G. Matute también leyó ambas obras de Richard Bach.

    De «Ilusiones» no recuerda nada, pero de «Juan Salvador Gaviota» sí que recuerda que no sólo leyó el libro sino que vio la peli y escuchó profusamente la horrible banda sonora de Neil Diamond…

  2. ¡Qué recuerdos! Mi experiencia es muy similar a la tuya: leí los dos libros en el mismo orden, con parecidas sensaciones (eso sí, unos 5 años antes, debo de ser mayor), y tampoco recuerdo nada más que la atmósfera que después adoptaría Paulo Coelho.
    Pero mi memoria me dice que ni siquiera entonces llegaron a calar mucho en mí (ya debía empezar a ser bastante escéptico, tras mi paso por Lobsang Rampa, von Däniken, JJ.Benítez y demás); sí que conservo un recuerdo contemporáneo de gran satisfacción con «Las sandalias del pescador» y «Yo, Claudio», que por suerte para ellos no tienen nada que ver.
    Saludos

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