LEONOR RUIZ | A pesar de tener Bomarzo conmigo desde niña (regalo de abuelo paterno), no había leído al argentino Mujica Láinez —alias «Manucho»— hasta llegar a este muchacho hipnótico, Sergio.
La novela fue escrita entre 1975 y 1976, coincidiendo con los primeros meses de la dictadura argentina, presente ya en las últimas páginas del libro. Sergio, como el Tadzio de Mann, porta una belleza subyugante y fuera de lo común ante la que se perece sin remedio. El autor nos advierte así: «Su hermosura era muy notable, téngalo en cuenta el lector, porque de no ser así, buena parte de lo que se referirá en esta crónica resultará incomprensible».
Sergio Londres, catamarqueño de origen humilde, vive con su tía y sus primos en el hotel New England, lugar de veraneo donde abundan las murmuraciones, las ansias de distinción y los residentes excéntricos. La tía trabaja allí de cocinera pero es Sergio el que marca el comienzo de la historia: «He aquí el punto de partida […]: un muchacho desnudo, solicitado por un sueño suficientemente lúbrico, que en lugar de experimentarlo en la intimidad de su cama, pasea exponiéndolo, sobre la cornisa de un hotel».
Un chico sonámbulo que, ajeno a lo que provoca su lindura, trastorna la rutina del hotel y altera sin quererlo el destino de varios de sus huéspedes. «Inteligente y haragán, con buena memoria y facilidad para la música. Tierno, pero ido», acostumbrado a habitar un mundo alejado de la realidad y «a que la vida lo transportase». Cualidades todas que despiertan en los otros un deseo de posesión que se probará irrealizable.
Son varios los elementos que hermanan esta obra con La muerte en Venecia. Sin embargo, es el relato de Lázaro de Tormes —para servirles— el que más se le asemeja, amo y huida por capítulo incluidos. Sergio abandona el hotel a los trece años con madame Aupick, junto a quien aprende piano y francés y de la que pronto escapa corriendo. Amplía su cultura en el seminario franciscano. Será huésped de ricos, aprendiz de anticuario, ayudante de cómicos, secretario de artistas y enamorado. Pero, sobre todo, y durante los casi diez años que narra la novela, Sergio será un tránsfuga. «¿Sería eso la vida, una serie de fugas inexplicables?», se pregunta a mitad de camino.
Mujica Láinez usa frase larga y de sintaxis rebuscada, y cierto tono condescendiente, como de mofa, salpicado de un fiel barroquismo. «Para que el lector comprenda…», «Recuerde el lector que…» son fórmulas que ralentizan y adensan la lectura, en consonancia tal vez con la hipocresía social que el relato intenta plasmar.
«¿Era eso, ese cuerpo, lo que buscaban? ¿Qué tenía, para que los desesperase así?». Durante diez capítulos Sergio esquiva persecuciones y carece de amigos verdaderos. Es Sergio el ausente, el hadado, el candoroso. El desconocedor de su aura indefinible y misteriosa. El «atisbador de quimeras». Se enfunda en su timidez, elude decidir, se fía del destino y desea, las más de las veces, que simplemente lo dejen disfrutar en paz de su aislamiento.
Un carácter que, como el autor sabe, entraña el riesgo de optar por el camino equivocado y no enfrentarse a su verdad auténtica. Le ocurre de nuevo a Sergio al conocer a los hermanos Malthus, Juan y Soledad, pieza clave en su destino, ante los que vuelve a sentirse, como siempre, confundido.
Menos mal que la voluntad del destino actúa como un protagonista más. Cansado de la vida frívola y pomposa que lleva junto a su último dueño y de la vanidad con la que convive obligado, se deja llevar por Juan cuando este lo busca en Venecia, «aquel paraje propicio para evocar a la muerte y al amor», momento a partir del cual se precipita el fin del viaje.
De regreso a Argentina, Sergio traduce la Eneida en el avión. «Las azafatas se desvivían por atenderlo. Hacía tiempo que no veían un hombre tan hermoso —sobre todo así, de una hermosura simple, directa, desprovista de teatro y arrogancia—», leemos en el epílogo.
Temía abrir un libro cargado de vacío y ampulosidad. No ha sido esta la experiencia. Si el exceso de belleza puede llegar a destruir la vida de una mujer, en Sergio el impacto pareciera ser algo más leve. Exuberancia, romanticismo y un final (¿feliz?) raro, necesario.
De Luis Antonio de Villena, eso sí, esperaba mayor esmero en el prólogo.
Sergio (Drácena, 2018) | Manuel Mujica Láinez | 229 páginas | 15,95 euros.