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‘La chair est triste, hélas! et j’ai lu tous les livres’

Cosas transparentes

Vladimir Nabokov

Anagrama, 2012.  Colección «Biblioteca Nabokov»

  
ISBN: 978-84-339-7845-5

168 páginas

16,90 €

Traducción de Jordi Fibla


 


Manolo Haro

Dimitri Nabokov, un ‘dilettante al que posiblemente su padre tuvo que mirar para sus adentros como un filisteo refinado, abandonó el mundo sublunar el 22 de febrero de este año. El único vástago de los Nabokov cabrioló en ámbitos tan dispares como la pintura, la ópera o la conducción de coches de carrera. La prensa ‘chic‘ lo tachó en numerosas ocasiones como un hombre dionisíaco, por dejarlo alejado de epítetos menos favorecedores como ‘playboy o dilapidador. Hace unos años, Herralde nos hizo partícipes de un borrador que el escritor ruso había dejado en forma de fichas antes de morir. A pesar de que antes de nadar a braza las aguas frías del Leteo le había dejado dicho a la futura viuda que se deshiciera de esas notas, el síndrome Max Brod hizo que Vera Nabokov se sumergiera a su vez en la laguna Estigia sin haber prendido fuego a estos apuntes. Así que fue el hijo Dimitri el que proporcionó al editor de Anagrama lo que aquí leímos como El original de Laura; en definitiva, nada, pura promesa. El mundo ha seguido igual desde entonces y los socios del club Nabokov quedamos impasibles pensando únicamente en las obras que reposaban en nuestros anaqueles a la espera de ser llevadas de nuevo a la vida. Se acabó, dijimos al menos los lectores hispanohablantes. Pero no, aún quedaba alguna cosilla por ahí (a menos que Dimitri haya dejado en una cápsula del tiempo enterrada en el jardín de su casa otra sorpresa), una ‘nouvelle‘ que aún no había pasado el filtro de la traducción para así otorgarnos una última oportunidad, el aire de un idilio con el que ya no contábamos. Parece como si Herralde quisiera cerrar el canon del autor de Lolita antes de pasar la editorial casi al completo a Carlo Feltrinelli y su sello. Se le agradece el detalle.

El futuro no es más que una figura retórica, un espectro del pensamiento”. En la primera página de la obra queda grabada esta frase que no es sino el neón que contiene el gas de los momentos más líricos, vivos e intensos de las mejores páginas del novelista. Ya se sabe que Nabokov fue un escritor de estirpe «proustiana«, que encontró en la memoria el acomodo necesario para sobrevivir al filoso presente. Sin ir más lejos, Lolita es una grito de ‘saudade‘ puesta en boca de un Humbert que no se queda en la evocación de un amor infantil, que no se conforma con recordarlo, sino que lo revive a un precio costosísimo. Pienso en Habla, memoria o en Ada o el ardor, a los que su autor insufló un aire de remembranza plástica alcanzado por muy pocos. En todos estos títulos, incluido este que nos ocupa, se aprecia cómo la técnica del recuerdo está construida en muchos casos a partir de la visión de objetos que nos llevan a instantes oscurecidos por el paso del tiempo. El narrador juguetón que nos introduce el relato –del que siempre cabe preguntarse de dónde viene y cuál es su personalidad– presenta la vida de Hugh Person con unos breves pero contundentes toques de batuta en el atril: “Cuando nosotros nos concentramos en un objeto material, sea cual fuere su situación, el acto mismo de la atención puede provocar nuestra caída involuntaria en la historia de ese objeto. Los principiantes han de aprender a deslizarse apenas sobre la materia si quieren que la materia permanezca en el nivel exacto del momento. ¡Cosas transparentes a través de las cuales brilla el pasado!”. A partir de este momento, el endiablado narrador nos contará la existencia de Person, que vuelve al hotel Ascot de una población Suiza para rememorar algo que sólo iremos descubriendo con los saltos en el tiempo. En un primer momento, será la muerte de un padre; luego, el comienzo de un amor o la visita como ayudante de edición a un viejo y moribundo novelista llamado R.

Aquí cristalizan todas las obsesiones del escritor; incluso se pueden rastrear paralelismos humorales presentes en gran parte de la narrativa que precede a este título: un sosias desfigurado de Humbert Humbert late en la vida y los diálogos del escritor R.; alguna Lolita fugaz que se enciende y se apaga entre bambalinas; el sexo contrariado y ácido de bellas mujeres a la manera en que se dan en La verdadera historia de Sebastian Knight; juegos léxicos; parodias del mundo de la edición y de la creación al ‘Pale fire style; fosforescencias líricas, sin dejar los tópicos aguijonazos a la lectura freudiana del sexo y los sueños. Todo ello hace sonreír al lector avezado y sorprenderse al recién llegado (aunque me cuesta creer que alguien se acerque a Nabokov por primera vez con este libro).

En esa inmensa broma que constituye su Curso de literatura europea (dictado en el trascurso de casi una década ante un auditorio de jovencitas) habla el ruso de, entre otros, Marcel Proust. “La iluminación se completa cuando el narrador toma conciencia de que el único medio de recobrar el pasado es a través de la obra de arte, y entonces consagra su vida a este objetivo”. Nabokov fue un ebanista del pasado porque el futuro sólo se le presentaba como una entelequia nimbada. Su proceso creativo se soportaba en rescatar del ayer y crear a partir del pasado. Recorrer las calles de la memoria como hace su ‘alter egoHugh Person (recuerden que de hoteles y de Suiza sabía Vladimir más que de moteles americanos) es lo que va dando carne a este relato. De hecho, ¡Mira los arlequines!, su última obra editada bajo su supervisión y venia, es otra vuelta de tuerca sobre los mismos temas; sobre todo el tiempo, que tan bien había sabido encapsular en Ada.

Me apena no desvelar más de esta última belleza, pero les aseguro que a medida que vayan entrando en ella notarán algo que sibilinamente se encarama en su imaginación y en sus sentimientos. El final, para un Nabokov con un pie que pronto enfilará el estribo, es de una sencillez magistral y apoteósica. Teniendo en cuenta que ya no queda nada más en los cajones de monsier Nabokov (“¡Helás! La carne es triste y he leído todos los libros”), les diré que se degusta en una tarde, pero su sabor dura muchas noches. Salud.

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