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La ciudad con forma de mujer

ROCÍO ROJAS-MARCOS | ¿No es acaso acercarse a la locura descubrir que el pasado ha desaparecido? Con esa pregunta se plantea Josephine, la protagonista que da título a la novela que tenemos entre manos, su realidad, ese pasado que no recuerda y, por tanto, las opciones de un futuro incierto por no tener donde aferrarse y, por tanto, desde donde comenzar a caminar hacia ese porvenir. Una mañana al despertarse Josephine no sabe dónde está, cree reconocer la habitación, pero ni sabe cómo ha llegado allí ni quién es el hombre que está durmiendo a su lado. Todo son interrogantes, pero movida por un miedo que le hace pensar que es un problema de pérdida de memoria y no una especia de teletransporte de literatura de ciencia ficción, Josephine decide actuar con la mayor naturalidad posible. No quiere levantar sospechas, no quiere que ese hombre desconocido, Abraham, como sabremos más adelante, se dé cuenta de que no sabe quién es ni porqué están ahí los dos juntos. A partir de todas estas incertidumbres se despliega esta novela.

Ahora bien, una de las claves que aún no he nombrado es que todo eso ocurre en un piso de la cuesta de la playa de Tánger. En un tiempo no definido, pero que por algunas alusiones podemos situar en los primeros años del siglo XXI, pues, por ejemplo, el puerto aún no se ha trasladado y sigue con las grúas funcionando y el ruido se filtra constantemente por las ventanas de la casa. Entonces la ciudad de Tánger vuelve a convertirse en una de las piezas fundamentales, hasta llegar al punto en que según avanzamos por las constantes incógnitas de Josephine empezamos a dudar de quién realmente se está haciendo todas esas preguntas, quién está más aterrado por perder su pasado, la mujer de memoria borrada o la ciudad que con el paso del tiempo está perdiendo su esencia y por tanto está dejando de ser ella misma. O tal vez, Josephine y Tánger son dos caras de una misma moneda, son dos representaciones de un mismo pasado escurridizo.  

Luis Salvago se alzó con el premio Tiflos con esta novela. Una obra en la que plantea una de las dudas constantes de la literatura desde el principio de los tiempos: quién soy, de dónde vengo y a dónde voy, por resumirlo en tres brochazos, pero lo hace convirtiendo en el sujeto de esas dudas una ciudad de Tánger que con el avance del siglo XXI teme por su propia esencia, teme por su disolución en una vulgarización homogeneizadora acorde con otros tantos lugares que ya han sufrido el mismo mal. Pero Tánger es más fuerte que todas esas suposiciones, Tánger ha sobrevivido toda su historia y cual ave Fénix ha salido revivida, ha remontado el vuelo y nos ha sorprendido reinventada, manteniendo su esencia, pero joven. Esa es la realidad innegable de la ciudad puerta de África a la que Luis Salvago va a convertir en estas páginas en una mujer en busca de su pasado. Tánger ha sido mujer en la literatura ya antes. Tánger es Juanita, es Isabel, es Paulina y Cora y Kitt, Jane y Cristina, una larga sucesión de nombres reales y ficticios que se entremezclan para componer ese pasado que Josephine necesita recordar, para convertirlas a todas ellas en su memoria escurridiza. Para ello Salvago las hará aparecer reunidas en el personaje de Juanita Narboni, una de las figuras literarias tangerinas más emblemáticas. El fortísimo personaje creado por Ángel Vázquez las sobrevive a todas, las aúna y las representa asomándose a las páginas de esta nueva novela tangerina para recordarnos de quién es heredera directa. Así, memoria y literatura, realidad y ficción irán trenzando esta novela plagada de añoranzas de un pasado tan singular como el tangerino.

Josephine (Galaxia Gutenberg, 2024) | Luis Salvago | 200 páginas | 17.50 euros

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