David Simon
Principal de los Libros, 2010
ISBN: 978-84-938316-2-2
699 páginas
28,50 €
Traducción de Andrés Silva
Prólogo de Richard Price
Fran G. Matute
Dicen que los escritores de novela negra se basan, casi siempre, en hechos reales a la hora de salpimentar sus retorcidas tramas con detalles escabrosos. Esta teoría se soporta, en la mayoría de las ocasiones, atendiendo al pasado de los novelistas. Resulta curioso observar cómo la gran mayoría de ellos fueron o quisieron ser en algún momento de sus vidas detectives, policías, militares, abogados o periodistas de sucesos. Tuvieron, en definitiva, un canal de acceso directo a un anecdotario colectivo de crímenes, casos judiciales y/o atestados policiales con los que nutrir su perverso imaginario. Otros sufrieron en sus carnes las durezas del sistema y pueden hablar de ello en primera persona. Horace McCoy, Dashiell Hammett, Ross McDonald, Joseph Wambaugh, James Ellroy… todos ellos responden, de una forma u otra, a lo anterior. El material del que están hechas sus novelas es la realidad, no la ficción. Así que no termino bien de ver la diferencia entre, por ejemplo, una novela como Los nuevos centuriones (1971) de Wambaugh y Homicidio. Un año en las calles de la muerte (1991), el espectacular ensayo periodístico de David Simon.
Partamos, pues, de que la no consideración de Homicidio como una novela negra viene de una mera cuestión semántica: esta es, que su autor ha querido tener la decencia de confesar desde el primer minuto que no se ha inventado nada de lo que ha escrito en esta monumental obra. Quizás apelando a su profesionalidad como periodista, quizás respetuoso por el género novelístico, pero el caso es que David Simon no quiere que nos tomemos como un mero divertimento su trabajo. Y hace bien. Porque así podemos desgañitarnos en elogiar Homicidio sin parecer exagerados.
Lo que pretende David Simon con este mastodóntico trabajo es ofrecer la visión más realista y objetiva de lo que significa, en toda su extensión, el trabajo policial en el Departamento de Homicidios de Baltimore, Maryland. Y, al final, lo que consigue, es definir todo un sistema y mostrar con nitidez los defectos y virtudes del mismo. Baltimore se convierte así en el Chicago de los años 30 o en el San Francisco de los 60. Sólo que el Baltimore de los 90 destaca por sus crímenes y su caótica dirección política y social. Una ciudad en la que mirarse; un modelo sobre el que extrapolar todos los males del capitalismo moderno. Tan ambicioso es el trabajo de un sólo hombre, de un simple periodista de una localidad pequeña que pidió a sus superiores un año de excedencia para poder dedicarlo a acompañar, noche y día, a una serie de detectives, parapetado tras su libreta, su grabadora y una brillante visión de conjunto para analizar la realidad.
Pero al margen de la impresionante labor analítica de David Simon en su completa exégesis del sistema, también debemos destacar la maestría para ofrecer sus conclusiones, aportando un valor literario innegable a sus experiencias, que convierten a Homicidio en una lectura de altos vuelos, ágil y frenética, como la materia sobre la que escribe. El modelo de escritura de Simon no es nuevo (el llamado Nuevo Periodismo ya lo cultivaron Truman Capote, Norman Mailer y Tom Wolfe, por poner un ejemplo), pero pocas veces nos hemos enfrentado a un ensayo periodístico con tanto respeto por la veracidad de los hechos y tanto cuidado por las formas. Simon da verdadero lustre a una profesión tan denostada en estos días.
Y hasta aquí hemos conseguido hablar sobre Homicidio sin referirnos a The Wire (2002-2008), pináculo de la ficción televisiva estadounidense de los últimos años, cuyo primer sustrato parte de las experiencias vividas por David Simon durante la escritura de esta obra. Dejemos claro una cosa: el serial de la HBO no es una adaptación directa de Homicidio. De hecho el libro tuvo su propia versión televisiva fidedigna, conducida por Paul Attanasio, a lo largo de las siete temporadas (y posterior film) de Homicide: Life on the streets (1993-1999) que emitió la cadena NBC. No obstante es fácil encontrar lugares comunes entre ambas obras: nombres que se repiten con otras caras, con otras intenciones, o comportamientos, anécdotas policiales, perfiles… Se trata de pinceladas que el fan acérrimo de las correrías de McNulty y compañía será capaz de identificar a lo largo del texto. Mucho más evidentes son las referencias a Ed Burns, personaje tangencial en la trama de Homicidio, que terminaría siendo la mano derecha de David Simon, no sólo en The Wire, sino en posteriores aventuras televisivas (The Corner, Generation Kill).
Pero Homicidio no es sólo el primer paso en la meteórica carrera de genialidades audiovisuales de David Simon. Es también un reconocido punto de partida para muchos novelistas que se han visto influenciados por el inconfundible estilo de su autor. Sin Homicidio mucho nos tememos que no existiría Clockers (1992) o La vida fácil (2008) de Richard Price (quien prologa esta edición). Y la influencia no termina ahí: George Pelecanos o Martin Amis han reconocido abiertamente el impacto que la lectura de Homicidio causó en sus vidas artísticas. Volvemos, de nuevo, al novelista que toma prestado de la realidad. Estamos hablando pués de la obra de un periodista ambicioso que quiso ir más allá del mero hecho de denunciar una historia. Quiso contextualizarla, diseccionarla y transformarla sin que perdiese objetividad. Quiso «explicarla». Y en ese proceso de transformación se puso de manifiesto un talento innegable que lo ha llevado a ganar en 2010 el McArthur Fellow, también conocido como «la beca de los genios». No nos cabe la menor duda de que David Simon es un genio pise el terreno que pise. Sólo hay que ver la primera temporada de Tremé (2010-¿?) o leer Homicidio para darse cuenta de ello. Suena a tópico, pero David Simon pone de manifiesto que la realidad bien contada siempre supera a la ficción.
Mr. Matute, qué razón tiene usted. Si los escritores que nos endiñan auténticos truños policíacos vieran más The Wire y aprendieran, la novela de género alcanzaría otros estadios más jugosos. En estos quehaceres siempre he admirado a Rubem Fonseca, también un escritor que mama de las ubres sombrias de las calles y de las comisarías.
No conozco la obra de Fonseca, pero le echaré un vistazo.
Y efectivamente, el thriller (en todas sus dimensiones) siempre resulta más interesante cuando mama del realismo. En este campo, ya recomendamos en EC «No hay bestia tan feroz» de Edward Bunker, que no deja de ser una especie de biografía disfrazada…