
JOAQUÍN PÉREZ BLANES | Contemplar las partículas de polvo, la moteada luz sostenida en el aire (lo que se conoce como efecto Tyndall), puede ser un hermoso espectáculo aunque proceda de la más abyecta tragedia. Hay imágenes de una potencia visual que entran en el vertiginoso equilibrio entre lo bello y lo siniestro. Esas astillas de ceniza en la luz, inexplicablemente suspendidas en el aire y el tiempo, podrían provenir de un sosegado amanecer o de la polvareda aquietada que dejan los escombros tras una explosión. Lo que, recordando a Rilke, sería aquella afirmación de “lo bello es el comienzo de lo terrible que todavía podemos soportar”. De esta premisa parte Rewind de Juan Tallón. En mitad de un día perfecto sucede la barbarie: una explosión en un edificio de Lyon. Los restos que deja la fatalidad tras la explosión, poseen una dureza descriptiva que el autor maneja como un buen ebanista para dejar huella tallada en el lector. Tallón crea imágenes portentosas, de una gran efectividad para conmover o inquietar el ánimo de quien lee la novela. En algunos momentos recuerda a los autores del nouveau roman francés, aquel Michel Butor con su descripción detallada y precisa del protagonista subiendo a un tren. La descripción a cámara lenta de la acción, la imagen de poner el pie izquierdo en el estribo y empujar con el hombro la puerta del vagón, como si fuera necesario detenerse en ese pormenor. Esa descripción detenida, sosegada, descriptiva, es, sin duda, la parte más lograda de esta novela. Cuando el tiempo parece congelarse y solo quedan cascotes del edificio y escombros de la vida de los jóvenes que sufren la detonación y de sus familiares, que han de sobrellevar ese naufragio existencial.
Esta es una novela sobre la derrota, sobre la condición humana de pensar que quien más pierde es el que se queda y no el que se marcha, el que se deshace primero en lo tangible y luego se va desprendiendo del recuerdo hasta hacerse lejano. No es así, quien verdaderamente pierde es el que ya no está, el que se queda lleva consigo una cruz que ha de soportar, pero aquí sigue, con las expectativas de vida que quiera crearse, con la posibilidad de contemplar, alguna vez, las partículas de polvo sostenidas en el aire e iluminadas por una esquirla de luz, durante un amanecer dócil, alejado de lo siniestro.
La novela está dividida en seis historias, algunas parten desde la catástrofe, la explosión, otras llegan a ella como punto de inflexión. La de Paul, único superviviente de los estudiantes que compartían apartamento en Lyon, parte de la desgracia para adentrarse en el porvenir, donde deberá reconsiderar otras opciones de futuro alejadas del deseo primigenio de pintar. Él dará voz en la última historia a Emma, quien, si hacemos retrospectiva de la novela, parece ser la protagonista principal y no así Paul o el resto de jóvenes. Porque dos de las historias, “Formas de decir te quiero” y “Ford Torino rojo del 71”, a pesar de que esta última está narrada por el propio Paul, tienen como protagonista a Emma y su compleja relación con su padre. He de confesar que a este estadista le sobra la última historia, al menos la parte específica de Emma. Primero, porque no tiene sentido que Paul, asentado ya en el futuro, saque a relucir el secreto dramático de Emma que, por cierto, ya se intuye a lo largo del libro. Segundo, porque desvelar esa historia cuando el lector reclama a la novela el sosiego y el cierre, es aportar un punto innecesario de telefilm vespertino o de telenovela. Insisto que esto, como siempre, es apreciación particular e intransferible. Por lo demás, la novela está, francamente, bien escrita, con verdaderos aciertos literarios en sus imágenes y aportando un profundo psicoanálisis a sus personajes que sobreviven, como pueden, a su propia derrota cotidiana y cómo un acontecimiento concreto, una fatalidad, un infortunio, que les afecta directamente, implica un giro de 180º en sus vidas.
En toda derrota hay un determinado momento en el que el derrotado acepta el final y, cuando lo hace, el sosiego aparece. De alguna manera es lo que hacen los personajes que sobreviven a esta desgracia, solo Paul la vivió, pero el resto de personajes son familiares que perdieron a alguien en la explosión. Es muy probable que, tras la derrota, sea complejo recuperar, alguna vez en la vida, la idea de victoria sobre la tragedia pasada, pero sí de recobrar la serenidad y cierta paz de espíritu, que no es poca cosa. Esa nueva normalidad, ahora que el término está tan en boga, es lo que irán recuperando cada uno de los personajes de las seis historias, con el devenir del tiempo y la aceptación de la derrota.
Todo para que un día, inesperadamente, observen una esquirla de luz entrando por la ventana, llevando en su avance corpúsculos de polvo que danzan en el aire, y sientan esa imagen como bella y no como siniestra.
Rewind (Anagrama, 2020)| Juan Tallón | 216 páginas | 17,90 euros