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La disolución del yo

TránsitoCAROLINA EXTREMERA | La primera novela de Rachel Cusk de la que se tuvo noticia en España fue la que escribió en quinto lugar: Arlington Park, editada por Lumen en 2008, una descripción minuciosa de un día en la vida de varias mujeres que viven en un barrio periférico ficticio cerca de Londres, donde la sátira heredera de Jane Austen sobre las trampas de la maternidad, las frustraciones profesionales o las luces y sombras del matrimonio se hace tan certera que asusta. Después llegó Las Variaciones Bradshaw (Lumen, 2010) donde analizaba como lo podría haber hecho Ivy Compton-Burnett las relaciones entre varios miembros de una misma familia. La sátira había disminuido y los personajes se habían vuelto más complejos y menos arquetípicos. Y después llegó el fin del mundo.
En 2012 publicó en Reino Unido Aftermath: On Marriage and Separation, una obra de no ficción donde analizaba la desintegración de su propio matrimonio. Rachel Cusk reconoció que aquí había llegado al final de su capacidad creativa y pensó que no volvería a escribir. Afortunadamente, lo que le sucedía se podría explicar con las palabras que pronunció Josep Guardiola en la rueda de prensa en la que anunciaba que dejaba de entrenar al F.C. Barcelona: “Me he vaciado y necesito volver a llenarme”. De modo que, después de tres años sin escribir, vino A contraluz, publicada por Libros del Asteroide en 2014, la primera parte de una trilogía de la que Tránsito es la segunda parte.
El cambio después de Aftermath es bastante notable. Lo primero que descubrimos al abordar esta novela es que parece que el yo ha desaparecido por completo a pesar de tratarse de una narración en primera persona, al igual que sucedía en su predecesora A contraluz. La protagonista de ambas, Faye, apenas está dibujada y toda la acción está depositada en los personajes que va encontrando. En Tránsito, la encontramos divorciada, con dos hijos y recién mudada a Londres, con una casa en reformas y una situación financiera casi desesperada. Esto es todo lo que vamos a saber de ella. En realidad, la obra se compone de su colección de encuentros y escenas con desconocidos o apenas conocidos: un agente inmobiliario, un peluquero, un ex novio, un grupo de escritores, un contratista, una estudiante de escritura creativa, todo un abanico de personas que, por una razón o por otra, se sinceran con ella como si hubieran tomado un suero de la verdad y le explican anécdotas de su vidas en una abundancia de historias digna de Paul Auster. Algunas de ellas parecen ser simbólicas –aparecen animales con un claro valor casi de fábula-  y otras solo son escenas de una vida a la que nos asomamos antes de que nos cierren la puerta. Estas narraciones nos son transmitidas por la protagonista –cuyo nombre solo se pronuncia una vez– en estilo indirecto y no se limitan a ser descripciones, sino que contienen toda clase de sentencias y análisis sobre los sentimientos o intenciones de los personajes. Les está empezando a sonar mal, ¿verdad? Apenas tiene argumento y, no solo eso, sino que además incumple estrepitosamente el mandamiento de “mostrar, no decir”. Les comprendo. Pero no. Resulta que la suma de todos estos elementos termina siendo genial.
Un ejemplo: “Para ser completamente sincero, él sabía que el potencial de Saba, el esplendor de aquella criatura, nunca podría desarrollarse en Sevenoaks, la pequeña ciudad provinciana en la que vivían. Era casi como si la hubieran capturado, ese ejemplar raro y exótico, pero no como si la hubieran capturado por sus propios esfuerzos, sino a través de la larga historia de posesión a la que estaba destinada y que la había ido alejando en pasos sucesivos de quien era en realidad”. Este es el tono general del libro, un estilo denso y sentencioso que cuanto más se acumula menos pesado se hace. Ahí está la magia, el gran truco que parece imposible: estamos hablando de una novela  plagada de opiniones sobre la vida en la que no pasa nada que cuesta trabajo no devorar de una sentada. Tal vez el secreto sea la abundancia de símiles, comparaciones y explicaciones que están manejados con una brillantez absoluta, muchas veces al servicio de simples descripciones, como la que hace del peluquero que: “empezaba en la raíz, pero cuanto más bajaba, más minucioso se volvía, como si hubiera aprendido a resistir la tentación de concentrar sus esfuerzos al principio”.
No es necesario haber leído A contraluz para disfrutar Tránsito, que cumple religiosamente con lo establecido para la segunda parte de una trilogía, esto es, que quede incompleta pero que haga avanzar la trama (aunque sea muy lentamente) pero puede que después de finalizar el fabuloso último capítulo donde volvemos a ver la crueldad refinada de Arlington Park deseen ir corriendo a leerla. Cuidado, porque no es tan buena como esta.
Tránsito (Libros del Asteroide, 2017), de Rachel Cusk | 224 páginas | 18,95 euros | Traducción de Marta Alcaraz

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