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La dulce sed



Los idiomas comunes

Laura Casielles

Hiperión, 2010

ISBN: 978-84-7517-976-6

77 páginas

9 €

XIII Premio de Poesía Joven Antonio Carvajal

Rafael Suárez Plácido

Hay quien piensa que la presencia de una voz nueva en la poesía ha de ser una irrupción: lo joven, lo nuevo ha de llegar con todas las pretensiones. Hay algo de cierto en eso. Pero la realidad es que casi siempre se queda en un intento, en ganas de romper. Podría citar nombres de poetas que llegan pidiendo un sitio sólo porque son jóvenes. Y en realidad no hacen más que repetir esquemas prescindibles de ruptura. A veces se escudan en una supuesta Postmodernidad cuando ni siquiera saben de qué están hablando. Les parece que es un cajón de sastre donde todo vale. Uno de los preceptos es que no admiten casi nada de lo que ya está hecho, ni como obra ni como pensamiento crítico. Piensan que eso también les favorece. Si un crítico no valora lo positivamente que quisieran su obra se evaden con reflexiones negativas sobre dicho crítico. En realidad, eso es más frecuente, no sólo se da en autores jóvenes y primerizos. Pero normalmente se entra en un debate que no anula la crítica. Estos poetas, en cambio, niegan lo que no les complace y, también con frecuencia, montan sus propios círculos donde tratan de dar la vuelta a la cuestión.

Esta reflexión no trata de generalizar. No todos actúan así. También surgen autores interesantes. Un ejemplo es la incipiente obra de Laura Casielles (Pola de Siero, 1986). Y lo es desde su primer poema publicado, toda una declaración de intenciones, para el que usa un símil bélico:

Le explicó que en el campo de batalla

debía quedarse atrás,

donde las balas llegan cansadas

y el fuego es tibio.

Que dejara

para otros el filo traidor

de las medallas.

(…)

En los tiempos de calma

sirven también las reglas de la guerra.

En retaguardia se guardan

mejor las fuerzas,

y es la única atalaya

capaz de tener por norte el horizonte.”



Con esta bella imagen comienza su primer libro: Soldado que huye (Hesperya, 2008). Yo conocí sus versos en una hermosa antología que preparó José Luis García Martín sobre los encuentros Poesía en Valdediós. Se titulaba A pesar de todo e incluía algunos de sus versos. De ahí pasé al libro ya citado. No es fácil encontrarse una declaración de humildad tan generosa en un primer libro. El libro es un camino de iniciación en la vida, en el amor, que esconde una manera de entender la Poesía que me gusta. Con el paso de los versos, la voz va tomando fuerza, hasta el punto de si no negar lo dicho, sí empezar a avistar ese horizonte.

“Un ángel y un diablo sentados sobre mis hombros,

aureas mediocritas,

el legado maldito de los que sobreviven.”

La forma de despojarse de ese peso que supone la dorada mediocridad es maldecir la propia suerte, la propia vida de quien todavía no ha dado los pasos para asentarse en el mundo, la voz que ya ha dejado de temblar comienza a hacerse fuerte y ya no se esconde. Con estos mimbres, es lógico esperar con muchas ganas el inicio del nuevo libro.

El premio de Poesía Joven Antonio Carvajal marca esta nueva etapa. Los idiomas comunes (Hiperión, 2010) retoma concienzudamente el final del libro anterior y la voz se ofrece plenamente, ya desde los primeros versos. Ya nadie se esconde. Con la expresión que ya usó recientemente Juan Antonio González Iglesias, que tomó de una tradición que va descubriéndose a lo largo de los siglos: Henry Miller, Fray Luis de León, Jesucristo antes que nadie. Ella toma la idea de Szymborska, de la cita que inicia el libro y que concluye: “Por poseer un cuerpo, se paga con el cuerpo.” Me parece no sólo justo, sino hermoso. El poema se llama «Ofrenda»:

“Toma,

este es mi cuerpo,

te estaba esperando…”

Y ese cuerpo, esa voz, no es nada si está sola:

“a veces no estás y no es nada,

a veces cuerpo,

a veces voz.”



El libro es un paseo a lo largo de la vida de la poeta. A veces nos habla de sí misma: de su infancia, de sus orígenes. A veces nos habla de las personas que le acompañan. Su pasión por conocer va más allá de los límites del lenguaje poético. La poeta sólo sabe que quiere conocer el mundo en el sentido más literal de la palabra. Hay poetas que escriben desde el silencio de su habitación y enfrascados en los límites de su biblioteca. Es una opción válida que ha dado obras muy interesantes. Lao-Tsé escribió que lo que no puedas conocer en esos límites, no lo podrás conocer nunca. Ni siquiera hablaba de la biblioteca, sólo de uno mismo reflexionando solo. Pero Laura Casielles entiende la Poesía de una forma diferente. Ella ansía conocer el mundo: las diferentes voces, los problemas verdaderos de todos y cada uno de nosotros. Y entiende que para ello es necesario aprender los idiomas de la gente. Su poesía no se detiene en las grandes voces, sino es un medio para mostrar al mundo esas inquietudes.

El libro se divide en cuatro partes, que son un camino que hay que recorrer para llegar al milagro. La voz nunca es neutra: desde el inicio nos transmite la emoción de la belleza y el extrañamiento.

“Voy a contaros algo hermoso. En esta tierra

la gente toma el nombre de sus hijos.”



En la segunda parte nos muestra su ideología, a veces contra natura, pero siempre firme y decidida. Su corazón se debate entre el ser conservador que quiere lo que ama y ese otro ser que ama lo que quiere y que cree en conceptos como el bien común, que está ahí para que todos lo podamos disfrutar. Y a esa lucha dedica su tiempo. A esa lucha dedica también sus versos. A veces con cierto sentido del humor, como cuando escribe sobre el corazón:

“Y ahí nosotros, siempre en lucha

por demostrar que sigue estando,

como afirman los latidos,

a la izquierda.”



Empecé hablando de los poetas jóvenes que se consideran postmodernos y que no asumen la ideología. Asturias es tierra de luchadores, siempre lo ha sido. Pero en este libro asoman, en forma de citas, algunos poetas del sur que piensan que no es un valor a desdeñar. Se trata de Pedro del Pozo o de David Eloy Rodríguez, influencias que se dejan ven especialmente en la cuarta parte, la más lograda, que comienza con La levedad del pájaro, uno de sus poemas más hermosos.

“Aprender

la levedad del pájaro. Respirar.

Sentir como pasa el aire

por todas las esquinas del cuerpo,

lo más parecido a volar

que puede hacer una mujer

como yo,

con el corazón

pegado a la tierra.”

Como también lo es «Habitus», ahí está todo: lo que ha sido, lo que se esperaba de ella y lo que es:

“… la conciencia siempre al borde de la boca,

sus amores sin medida, sin razón y sin nombre,

sus dudas, sus temores, su desgarro,

la aventura constante,

los amigos más dulces y más sabios,

la innegable verdad del tranquilo fluir de estas tardes…”

En el poema «Conjetura» toma fuerza la conciencia ecologista, con versos que estos días están de triste actualidad:

“Cuentan que también vieron un árbol en Hiroshima,

cuando se quedó callada.”

Y al final del viaje, con parada en la casa familiar,

“En torno al río,

una ciudad que llevará tu nombre.

Y en medio de la ciudad,

una casa.”



Al final del viaje, decía, que nunca acaba, la fe en el mundo:

“Esa fe

no se quiebra. Tu sed

Es dulce.”

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