Bahaa Taher
Turner, 2013. Colección «Kitaba»
ISBN: 978-84-1583-247-8
316 páginas
21,90 €
Traducción de Ignacio Gutiérrez de Terán
Premio Internacional de Ficción Árabe 2008
Ilya U. Topper
Hay libros para una época. Para un público. Libros necesarios para una sociedad. Quizás sea más obvio en el cine: la denuncia de la pobreza que hace Ken Loach en Lloviendo piedras es sin duda vital como espejo para Irlanda, pero si alguien no se ha criado en la costumbre de endeudarse para comprar un vestido de comunión más caro que el de la vecina, probablemente sólo le produzca una mezcla de extrañeza y compasión.
O tomen prácticamente todo lo que se ha escrito y rodado sobre el genocidio contra los judíos centroeuropeos: sólo se entiende por la necesidad de Europa de trabajar sus propios traumas y de colocarse mutuamente espejos. Ídem, intuyo, por la literatura más de nuestros lares que, con cierto retraso, se dedica a la guerra civil española. Claro que alguna vez, ambientado en el ‘set’ ya preconfigurado, se puede encontrar una obra imperecedera, pero de entrada, es el escenario el que justifica la obra.
De Oasis no se puede decir que haya un ‘set’ preconfigurado. Dudo mucho de que el remoto paisaje de Siwa, un puñado de palmerales perdido en el desierto a 500 kilómetros al oeste del Nilo, haya atraído a muchos escritores. Originalidad no falta aquí. Y además, Bahaa Taher (El Cairo, 1935) se lo ha tomado en serio y ha intentado reflejar la sociedad de Siwa tal y como fue descrita en la última década del siglo XIX: un enigma rodeado por el escudo aislante del idioma local, el tamazigh.
Pero ese trasfondo de palmerales impenetrables apenas es la silueta, el atrezzo. El conflicto es otro. Es la relación del egipcio -en este caso el oficial de policía Mahmud Azmi- con su propio pasado, con el pasado de su nación. Un templo griego cubierto de jeroglíficos ¿forma parte de la historia de un ciudadano egipcio o pertenece a una cultura completamente distinta, ajena? ¿Eran los griegos los artífices del mayor esplendor de Egipto o era aquello una ocupación militar? Por lo pronto es la amante de Mahmud, la irlandesa Catherine, la que sabe descifrar los jeroglíficos, la que ha leído a Herodoto, la que está empeñada en encontrar la tumba de Alejandro Magno. Ningún egipcio conocería la historia antigua de su país, de no haber sido desenterrada por los europeos. Y eso que Alejandro Bicorne forma parte de la mitología árabe de toda la vida.
Menos mal que Catherine no es inglesa, porque los ingleses son el enemigo: hace apenas quince años que su flota ha bombardeado Alejandría y las tropas han aplastado la rebelión de Ahmed Orabi, el militar que se levantó contra el protectorado y quiso instaurar un Egipto independiente. Mahmud Azmi luchó en sus filas, pero hoy está al servicio de un oficial inglés. Resentido. Sirviendo al enemigo. Y encima hay quien opina que el dominio británico es lo mejor que le puede pasar al país del Nilo, porque los egipcios no son capaces de gobernarse por su cuenta: el populacho necesita una clase noble, a poder ser inglesa, para defender el orden.
Oasis transcurre en 1897, pero es tan actual en 2007 -año en el que fue publicado- como lo es hoy: la ecuación nunca se ha resuelto, y por mucha postal faraónica que Egipto venda, la identidad del país del Nilo lleva cada año más girando alrededor del islam. Pero para los islamistas, lo que ocurrió antes de Mahoma, apenas existe o en todo caso no es digno de atención. Mahmud Azmi no es islamista, pero no le enseñaron que la cultura egipcia en lengua griega, la de quienes sentaron la base para milenio y medio de ciencias astronómicas, sea la suya propia. Ni se enseña hoy, me temo.
Por eso no me sorprende que Oasis ganara el Premio Internacional de Ficción Árabe (el “Booker árabe”) en 2008. A Egipto, esta novela le hace más falta que nunca.
¿Le hace falta a usted, lector? Si le interesa Egipto, sí: el trauma de la ocupación británica -cambiando Londres por Washington, me temo que los resentimientos aún están ahí- es algo que hay que entender. Claro, también puede optar por Cerveza en el club de snooker, que es más divertida, no ambiciona resucitar la voz del Magno y es una obra universal de verdad.
Porque como novela de amor, Oasis se queda corta: es creíble, no dibuja mal la relación, pero permanece en la superficie, no llega a aprovechar ni el misterioso incidente de la muchacha rebelde del oasis con Catherine, ni el triángulo semiamoroso que se dibuja al llegar la hermana de ésta, Fiona. Un nudo atado no para resolver la cuestión del amor sino únicamente para acumular suficiente tensión. La tensión que, bajo la presión de cientos de kilómetros de desierto en todas las direcciones, bajo la de los bereberes levantiscos cuyo idioma nadie entiende, podrá descargarse en la explosión final.
Aquella explosión es la que Bahaa Taher se ha propuesto explicar. Para entenderla él mismo, buscarle motivo, se puso a escribir el libro. Porque para cualquiera, también para un egipcio de hoy -a no ser que sea talibán, pero el Egipto del siglo XIX no lo era- es inexplicable lo que ocurrió en 1897 en el oasis de Siwa. ¿Sería por amor? ¿Por esos celos que los hombres -desde Egipto a Irlanda- llaman amor?