JUAN CARLOS SIERRA | Como en las otras novelas que he reseñado para Estado Crítico del novelista jienense Luis Foronda –Padre Serenísimo y Verde-, al fondo de la que hoy nos toca abordar, Amor, casi viento, se encuentra el marco temporal de eso que en la historiografía patria se ha dado en llamar ‘Transición’. En esta última novela aparece con un peso mucho más liviano que en las dos obras anteriores, muy probablemente porque la acción se sitúa ya a finales de los ochenta y principios de los noventa, en las puertas de salida de esta etapa histórica, pero sin desdeñar por ello la relevancia sociológica de este periodo que se instaura como modo de vida en personajes como don Saturio, el aristócrata que le encarga la restauración de un cuadro olvidado de Velázquez, Retrato de niña o joven Inmaculada, al protagonista de la novela, Jaime García de Arrieta, el ‘divino Arrieta’, el mejor restaurador de obras de arte de la España de aquel momento. De hecho, en la página 242 se habla de este don Saturio como perteneciente a una “estirpe gazmoña enculada en la llanura complaciente de una Transición que no se termina nunca”. Y es verdad que no hay que insistir mucho en Amor, casi viento en el contexto histórico, porque parece que la sacrosanta Transición se ha instalado más allá de los manuales que tratan la historia contemporánea de España, incluso más allá de quienes gustarían de un DNI que junto a su nombre y apellidos civiles subrayara en tinta láser su antiguo origen aristocrático. En cualquier caso, creo que podríamos afirmar que Amor, casi viento es una novela que forma parte de un cuerpo más o menos unitario en la narrativa de Luis Foronda, una obra que a su manera cierra de momento un ciclo en la obra del novelista, algo que podríamos denominar el ciclo de la Transición. No obstante, estamos hablando solo del marco, del encuadre temporal de esta y de las demás obras que formarían esta suerte de trilogía, ya que las tres novelas son mucho más que historia; en las tres, como no podría ser de otra forma, lo importante es la indagación en los pliegues de la naturaleza humana.
En Amor, casi viento, esta gira esencialmente en torno al personaje del ‘divino Arrieta’, tan verosímil, tan real, con tanto relieve, tan bien construido que, como pasa con don Quijote, no es de extrañar que el lector sienta el impulso de buscarlo en una enciclopedia, analógica o digital, para saber algo más de esas partes de su vida que no aborda la novela de Luis Foronda. No quiero decir con esto que el novelista jienense sea un nuevo Cervantes. Solo advierto que Luis Foronda se encuentra bien arraigado en la estirpe narrativa cervantina, en concreto en ese juego maravilloso entre la realidad y la ficción que se inaugura con El Quijote, especialmente en su segunda parte. Puede que con el novelista jienense estemos ante uno de los alumnos más aventajados de Cervantes dentro de la literatura española contemporánea.
No es fácil que un personaje de novela salte a la realidad, como ya se ha apuntado que sucede en Amor, casi viento con Arrieta. Creo que, aunque muy bien trazados y trabajados, los que recorren Padre Serenísimo y Verde no alcanzan la potencia de este ‘divino Arrieta’, razón por la que se puede afirmar que en esta novela se produce un llamativo salto de calidad en la obra narrativa de Luis Foronda hasta la fecha, al menos en lo relativo a la construcción de personajes. Esto no significa que Amor, casi viento sea la novela de un solo individuo surgido de la imaginación del autor. Pero Arrieta es tan poderoso que los demás, especialmente los de más importancia en la trama –Eliseo, Costanza, Moritz, Zenón,…- giran alrededor de él como satélites; Arrieta los condiciona, los maneja (o eso intenta) e incluso va construyendo o restaurando artesanalmente a algunos de ellos en sus charlas y en sus silencios, en sus actos y en sus omisiones.
Como me temo que no podría ser de otra forma, la esencia de Amor, casi viento o, al menos, lo que en mi lectura se eleva como asunto central de la novela también está relacionado con este personaje central, con Arrieta, con su personalidad más bien egocéntrica, megalómana, orgullosa, hosca, que en su caso marida relativamente mal con su gran obsesión, la búsqueda de la belleza, el fin último y quizá único de su existencia. Este cóctel, de la mano de la hábil escritura de Luis Foronda, lleva al lector a contemplar en un mismo ser lo sublime y lo abominable, la capacidad de amar y la crueldad más zafia, la compasión y la culpa, en definitiva, el bien y el mal concentrados en un personaje complejo y contradictorio -valga la redundancia-. Aunque en Arrieta es fácil detectar algún tipo de desequilibrio mental una vez que el lector lo conoce de puertas de su taller para adentro, contrapunto este absolutamente necesario para que tanto el personaje como la novela funcionen, no es menos cierto que la apariencia de normalidad algo excéntrica que muestra el ‘divino Arrieta’ en su escasísima vida cotidiana y pública, otra faceta inquietante de su personalidad, conduce al lector a una conclusión igual de turbadora: algo así como que la oscuridad más siniestra es consustancial al ser humano, nos conforma de una manera natural y puede asaltarnos cuando menos lo esperemos –y complicarnos la existencia considerablemente-. No digo con esto que Amor, casi viento sea una novela didáctica, una especie de aviso moral a navegantes. Si Luis Foronda hubiese caído en esto, muy probablemente no le habríamos dedicado ya tres párrafos a uno de sus personajes y habríamos despachado a la novela con cajas destempladas, porque probablemente Amor, casi viento sería un coñazo moralista insoportable. Pero no es así.
Y no lo es por lo ya apuntado anteriormente y porque Luis Foronda posee además una tremenda habilidad para urdir tramas narrativas que no dejan hilos sueltos y que embelesan al lector, pero sin trampas de mago fullero. Esta es, a mi modo de ver, otra de las marcas de la casa reconocibles en Foronda, otro de los ingredientes comunes en lo que hemos llamado trilogía de la Transición. En cualquier caso, en Amor, casi viento quizá exista una novedad con respecto a las novelas anteriores. Se podría decir que aquí la colaboración del lector es mayor o, dicho de otra manera, el escritor le exige que vaya componiendo el puzle narrativo desde el comienzo de la obra hasta un punto en el que, planteadas las líneas maestras de la novela, ya solo debe seguir la narración. Por otra parte, lo aparentemente fuera de lugar dentro de la construcción narrativa, lo superfluo o anecdótico, lo esquinado o periférico, como puede ser el episodio en el que se narra la propuesta de restauración del San Juanito de Miguel Ángel que se encuentra en la Capilla del Salvador de Úbeda, se inserta desde su tangencialidad narrativa con naturalidad en el camino central de la trama principal. Como apuntaba Félix J. Palma en su ensayo de 2021 Escribir es de locos, la novela lo admite todo (o casi): el autor puede decidir demorarse donde le apetezca, regodearse en una escena o en una esquina marginal de la narración, introducir personajes o hechos como meandros del río central de lo que se cuenta. Pero una novela no es una riada, no se construye por acumulación o avenida, sino que debe responder a una arquitectura precisa, por más elementos aparentemente marginales que se le añadan. En esto Luis Foronda es un escritor bien talentoso y queda demostrado en todo Amor, casi viento, así como en sus novelas anteriores Padre Serenísimo y Verde.
Finalmente, no sería justo que olvidáramos otro de los aspectos característicos de la novelística de Luis Foronda, su estilo personalísimo, su voz narrativa más que reconocible. Tanto en la novela que nos ocupa como en las dos anteriores manda una prosa ágil y un manejo habilidoso de los diálogos, una querencia por una arqueología lingüística a la búsqueda de términos algo olvidados del español pero con el sabor que necesita lo narrado, y un lirismo que no obstaculiza el fluir narrativo sino que lo enriquece. En este sentido, Amor, casi viento va un poco más allá del tratamiento poético de la prosa reconocible en las novelas anteriores, ya que el autor le presta al ‘divino Arrieta’ y a Eliseo unas cuantas composiciones poéticas, se lanza con todo el respeto del mundo al difícil oficio de poeta en unos versos nada desdeñables. De hecho el título de la novela que comentamos procede de uno de estos esfuerzos líricos, en concreto del primer verso de un poema de Eliseo a Constanza que podemos leer en la página 63.
A estas alturas de escritura no sé si se podría hablar de la fórmula Foronda. Lo que sí parece cierto, no obstante, es que hasta la fecha, en la narrativa de Luis Foronda, en concreto en eso que hemos denominado trilogía de la Transición, se repiten unas constantes que hemos intentado explicar en los párrafos anteriores: un marco espacio temporal común, sobrada solvencia en la construcción de personajes, tramas bien urdidas y un estilo propio, un lenguaje característico. Y, por supuesto, una historia que contar.
Parece simple, y lo es. No es fácil de hacer, y en Luis Foronda lo parece.
Amor, casi viento (Editorial Juancaballos, 2024) | Luis Foronda | 336 páginas | 20 euros
Magnífico artículo para hablar de «Amor, casi viento», la última novela de Luis Foronda, que nuevamente nos hace recordar a Cervantes, por la brillantez que manifiesta en su narrativa. Su arte en manejar las tramas es embaucador…