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La generación de los pringados

JOSE TORRES | Para aquellos de nosotros que ya peinamos canas, lo que Jordi Cuissá cuenta en Caballos Salvajes nos traerá a la cabeza una cierta nostalgia y recuerdos no siempre estimulantes. Hablamos de los años ochenta, en los que la heroína era un fantasma que recorría España, dejando a su paso un reguero de adicciones, yonquis que no hubieran desentonado en 28 días después, atracos a navaja limpia, degradación y un tufo incontrolable a miseria. Y, por supuesto, sobredosis a gogó. Más de uno podríamos hablar de algún que otro colega que se quedó con la aguja puesta para no volver jamás. No es ese ambiente de barrio obrero y extrarradio lo que se narra en Caballos Salvajes. Nuestros protagonistas son hijos de la burguesía catalana, sin problemas económicos aparentes y, por tanto, sin el hándicap de la pobreza y de la necesidad de encontrar por cualquier medio el pico de los ambientes que muchos recordamos. Pero no por ello, estos yonquis bien son menos prisioneros de su adicción. Las drogas son drogas para Agamenón y su porquero. Están aquí la condena continua de inyectarse, el miedo inveterado al terrible mono, los mil y un propósitos de no volver a caer.

Cuissá sabe de lo que habla. Contaba el escritor mallorquín que deseaba que se le recordara como un escritor que en una fase de su vida fue un yonqui y no como un yonqui que escribía. Este conocimiento de la adicción se nota y mucho en la novela. Cuissá transmite toda la verosimilitud de la que fue testigo en su etapa adictiva.

Pero apartemos por un momento el submundo de las drogas, que si bien es cierto que vertebra e intoxica toda la novela, no es en absoluto el tema central del libro. Y es que los personajes de Caballos salvajes son, ante todo, amigos. Y a lo largo del libro, con los altibajos propios de sus adicciones, comprobamos que esta pandilla se quiere con sinceridad, se buscan, se aman sin prejuicios, se odian (pero qué es el odio sino una forma extrema de amor), porque la libertad sexual y afectiva es otro de los grandes temas que atraviesa la novela del autor mallorquín.

Todo este recorrido por la juventud catalana de los conflictivos 80 y parte de los noventa, lo construye Cuissá con una impecable actitud formal. El libro está narrado de forma coral. Las voces de los protagonistas se alternan veloces en la novela, haciendo que el lector a veces tenga que poner de su parte para identificar y distinguir las distintas voces narrativas. También se alternan cartas, esbozos de poemas,… Todo ello hace que la lectura de Caballos salvajes sea tremendamente ágil y que el público castellanoparlante descubra a un escritor de la talla de Jordi Cuissá Balaguer que, como tantos otros autores en las distintas lenguas del estado, esperan a ser descubiertos.

En resumen. Una gran (y honesta) novela sobre la adicción a las drogas duras y un retrato estremecedor, emocional y sentimental de una generación diezmada por el caballo y el sida y de la que Cuissá fue un superviviente y, por suerte para nosotros, un excelente cronista de esta generación de los pringados.

Caballos salvajes (Editorial Sajalín, 2021. 2ª edición) | Jordi Cuissá Balaguer | Traducción del catalán: Jordi Cuissá Balaguer | 406 páginas | 21,50 €

admin

Un comentario

  1. Jordi Cussà (Berga, 1961) muerto a los 60 años en la misma ciudad en la que nació. Su primera novela publicada fue ‘Caballos salvajes’ (2000).
    No se de dónde sacas, José Torres, que Cuissà era mallorquín. Es verdad que su novela más famosa es «Lady Formentera», y la historia transcurre en esa pequeña isla, pero Formentera no está en Mallorca, aunque como ésta forme parte de las Islas Baleares, «Ses illes».

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