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La guerra como estado mental

El-eterno-intermedio-de-Billy-Lynn-206x300REBECA GARCÍA NIETO | En nuestro imaginario América está tan ligada a la guerra como al “Dios bendiga” (y eso que ya en el 68, después del asesinato de Robert Kennedy, John Updike advirtiera que quizá Dios le había retirado su bendición). Tanto es así que hay quien opina que “La guerra es la manera que tiene Dios de enseñarles geografía a los norteamericanos”. El eterno intermedio de Billy Lynn tiene el tono satírico de esta célebre frase de Ambrose “Bitter” Bierce, pero en comparación con algunas obras de este escritor, como Cuentos de soldados y civiles, la primera novela de Ben Fountain es mucho más divertida y menos amarga y descarnada.

A diferencia de otros grandes libros sobre la guerra, como Los desnudos y los muertos, de Norman Mailer, o Árbol de humo, de Denis Johnson, El eterno intermedio no transcurre en zona enemiga, sino en territorio norteamericano. Después de un lance de batalla en Irak en el que el protagonista el soldado raso Billy Lynn, de 19 años ha perdido a uno de sus mejores amigos, Billy y sus compañeros del Escuadrón Bravo vuelven a casa, donde son recibidos con honores de héroes. En estas semanas de permiso, recorrerán algunas ciudades norteamericanas animados por los pompones de las cheerleaders y los vítores de sus exaltados compatriotas. La gira, llamada el Tour de la Victoria, culminará en el Texas Stadium en un partido de fútbol americano cuyo intermedio promete ser tan entretenido como el que protagonizaron Justin Timberlake y Janet Jackson en la Super Bowl, y que puede leerse como un reverso de la escena de las “conejitas de Playboy” en Apocalypse Now.

A lo largo de esta breve pero intensa gira, Billy tendrá tiempo de enamorarse, de visitar a su familia… y de darse de bruces contra un adversario inesperado: la cutrez y estupidez de algunos de sus compatriotas. En el entierro del soldado fallecido, algunos fanáticos religiosos no dudarán en portar pancartas que dicen: Los soldados americanos van al infierno”. Los fans de la guerra, por su parte, se flipan con el vídeo de YouTube que muestra la hazaña bélica del Escuadrón Bravo. Para ellos la guerra es como una película o el videojuego de moda, algo que no tiene lugar en la vida real. Tal vez por eso todos pregunten a Billy ¿cómo es?, ¿qué se siente? Pues “Es duro”, piensa Billy para sus adentros, “Es una puta mierda. Es la sangre y el aliento del peor aborto del mundo, como un niño Jesús excretado en forma de zurullos pringosos”. Esta contundente respuesta, a la que no se atreve a poner voz, parece estar destinada a sus vecinos, esos buenos cristianos pro-vida que hablan de la guerra con saña: “los ojos se les salían, el cuello se les salía, la voz se les volvía ronca y sedienta de sangre”. Entre todos los fanáticos de la guerra, destaca su padre, Ray, cuyo “amor por la guerra no tenía que traducirse necesariamente en amor por el hijo”. El padre de Billy ama a América por encima de todas las cosas y no se siente traicionado por su país aunque éste le haya dejado tirado en la cuneta: tras la recesión económica del 11-S se quedó en paro y ahora una montaña de facturas médicas amenaza con llevar a la familia de Billy a la bancarrota. Curiosamente, todos los personajes con los que Billy se topa en su periplo, desde la white trash que no tiene donde caerse muerta a los magnates del petróleo que no ocultan que el dólar es el padre de todas las batallas, tienen en común su insaciable appetite for destruction. Se podría pensar que la guerra cumple una función de cohesión social, que la guerra une a América como si fuera pegamento. Tal vez por eso sea tan adictivo el estado mental del que hablaba Norman Mailer en una entrevista: “La guerra es un estado mental que precede a las hostilidades y continúa después de que éstas han cesado”. Para Mailer, que expuso su visión sobre las decisiones que tomó George W. Bush tras el 11-S en ¿Por qué estamos en guerra?, el patriotismo es una droga (al alcance de todos, como el pegamento, añado yo) y no hay nada más patriótico y aglutinador que una guerra.

Hablando de estados mentales, hay que destacar la habilidad de Fountain para intercalar atinadas reflexiones en medio de escenas aparentemente triviales: El miedo es la madre de todas las emociones. Precede al amor, al odio, al rencor, a la pena, a la ira y a todo lo demás. En el principio fue el miedo (…) ¿Evolucionaron todo el resto de nuestras emociones como mecanismos de afrontamiento destinados a salvaguardar la cordura?”. El otro mérito de este gran libro es que, sin dejar de ser crítico con la locura que le rodea, la mirada del joven narrador conserva una buena dosis de compasión, como si, a pesar de todo lo que ha visto, no hubiera perdido del todo la fe en el ser humano. Aunque a mi modo de ver son muy diferentes, en Estados Unidos algunos medios han comparado esta novela con Trampa-22, de Joseph Heller. En ésta los personajes intentan a toda costa fingirse locos para no tener que pilotar en misiones arriesgadas. En este eterno intermedio se plantea, en cambio, el argumento opuesto. La hermana de Billy quiere solicitar la ayuda de un abogado para que Billy no tenga que volver a Irak: “Les pediremos que aleguen cordura temporal (…) Estás demasiado cuerdo como para volver a la guerra (…) Billy Lynn ha recobrado el juicio. Es el resto del país el que está loco por querer enviarlo ahí otra vez”.

El eterno intermedio de Billy Lynn (Contra, 2016) de Ben Fountain | 336 páginas | 21,95 € | Traducción de David Paradela López

admin

4 comentarios

  1. Gran reseña de un grandísimo libro que, creo, ha pasado demasiado desapercibido.

    • Muchas gracias, Fran. La verdad es que llegué al libro gracias a ti, así que gracias por partida doble!

  2. A mí no me pareció para tanto. Pero es que el realismo periodístico a lo Tom Wolfe no me emociona mucho. Árbol de humo, que nombras, si me parece una gran novela.

    • Buf, «Arbol de humo» es un librazo. El tono de éste está claro que es muy distinto.

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