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La hora de seguir titubeando


La nueva taxidermia

Mercedes Cebrián

Mondadori, 2011

ISBN: 978-84-397234-17

160 páginas

15,90 €


Carolina León

He aquí una buena noticia: Mercedes Cebrián sigue titubeando. Como narradora, exprimiendo argumentos que giran en torno a la semántica inscrita en todas las cosas. Como prosista, tanteando caminos hacia una forma de decir densa como una natilla. Y sigue titubeando como actitud, como bandera de resistencia básica contra las narrativas firmes, seguras de sí mismas, tardocapitalistas y obsoletas. Al mismo tiempo, pocos y pocas de su edad pueden presumir de tener una solidez tan grande y una propuesta tan coherente.

Coherente por asumir sus limitaciones sin dejar de avanzar, por reorganizar una vez más los temas en una nueva composición que se espera más iluminadora. Y no defrauda. Esa idea de seriedad del proyecto me acompaña desde que terminé de leer La nueva taxidermia, hace ya un par de meses, y regresa ahora que releo fragmentos de las dos historias y pienso en componer esta reseña.

La nueva taxidermia es un libro en dos partes, dos relatos largos o novelas cortas, “Qué inmortal he sido” y “Voz de dar malas noticias”. Distintas historias, enfoques hermanos y un poso común, intuido, que se podría expresar como la intención de generar una narrativa que piensa. O un pensamiento narrado.

En la primera de las historias, una reflexión acerca de “lo real” que confronta las ideas del recuerdo, la memoria y el presente como parque temático, mediante el relato de una mujer que se obsesiona con la recreación de un episodio concreto de su pasado y lo representa, palmo a palmo, en un local alquilado. En la segunda, que podríamos empezar a leer creyendo que nos va a dar más de lo mismo, un giro de foco (de la primera a la tercera persona) y otros temas: la multiplicación de la voz en voces, la impostación, la búsqueda de verdad en la palabra y, a la par, la ficción que lo consume todo. Aquí la historia la lleva Belinda, quien crea entre ella y las cosas una serie de pantallas que la guarecen y fortifican, en la forma de muñecos con personalidades diversas con los que se dirige al mundo. El poso común, o la temática transversal, parece ser la identidad: en ambos textos, una mujer que desarrolla una estrategia alternativa para defenderse, experimentarse y, sobre todo, definirse. De algún modo, la mujer que instala arquitecturas efímeras queriendo crear un museo de sus vivencias y la que se sirve de muñecos antropomorfos de espectacular factura para hablarle al mundo comparten el miedo: a la falta de pertenencia o a la exposición de intimidad. A la fugacidad del tiempo o al compromiso inscrito en las palabras, de las que dice “hay que hacerse cargo de ellas”. Vivencias o palabras como hijos o descendencia. Deseo de estar, permanecer, frente a miedo a ser. Atroz miedo.

Como narradora, Mercedes Cebrián está cada vez más crecida, pero no abandona el titubeo: la exploración, el miedo, la falta de certezas, la fugacidad del propio relato, la indómita independencia y la creación de un discurso-in-progress, parco, desaliñado, pero fiero y resistente.

Hay que señalar algo que queda fuera de esa idea del “titubeo”: los territorios de los dos relatos están atados a través de un fino hilado de prosa bestialmente buena, por sus resultados. Situaciones, ejemplos, argumentario, estampas, todo son esquirlas de un discurso que está destinado a hacer pensar. Ensayo de tapadillo, escondido en dos relatos de factura impecable. Mi sensación de lectora, renovada cada vez que abro el libro, es la de que el fraseo tiene una apariencia ligera, y sin embargo está cuajado de sentido. Le pregunté una vez si había corregido mucho el libro; me dijo que no. Realmente esa prosa da la sensación de estar recortada y corregida al milímetro, se lee con un peso y una intensidad que empuja a no pasar por alto ni una coma.

“Sutil” y “precisa” son vocablos con los que se define en la contratapa. Añadiría “cargada”. Cebrián ha optado por no desarrollar los temas que le importan en una única y gran novela de largo recorrido, sino condensarlos en dos historias que funcionan como las caras A y B de un LP sinfónico, como dos actos de una opereta sobre qué ser, cómo ser, para qué ser.

Otra vez, insisto, con coherencia meridana con el resto de sus textos publicados hasta ahora. Con un esfuerzo salvaje por avanzar hacia adelante en la densidad de significaciones y la exploración de sus temas. Y con un resultado de novela delgadita donde no se dan certezas, sino titubeos. Sanísimos titubeos de narradora, en el marco de una realidad que se impone obscenamente.

admin

11 comentarios

  1. Ay, Carolink, no sé qué me gusta menos, si los libros que lees, las reseñas que escribes o los comentarios que haces.

  2. Why?, mister Anónimo. Lo de los libros lo puedo comprender, pero lo de las reseñas y los comentarios no. Esta Carolink lo hace bastante bien. Siempre que he seguido algunos de los libros que ha reseñado me ha parecido que era cierto lo que decía. ¿Puede argumentar lo que dice? Me interesa mucho saber qué opinan mis otros colegas co-lectores de este EC.

  3. A mí me parece una gran reseña que me inyecta unas ganas inmensas de un libro que ya tenía pendiente. Enhorabuena a Carolink y, en general, al resto de colaboradores de esta gran página que visito con frecuencia.

  4. Unas ganas inmensas de leer un libro que ya tenía pendiente, quería decir.

  5. Sí, a mí también me parece un ataque gratuito, y sin argumentar además.

    Los libros que reseña Carolina tampoco suelen ser mi delirio, perio su trabajo es serio y comprometido. Ánimo!!

  6. Aunque es muy difícil opinar libremente sin ofender, creedme que yo no quería atacar a nadie, sino decir que simplemente no me gusta. No me gusta la literatura feminista o escrita por mujeres (me gusta la literatura, sin etiquetas, sin eslóganes oportunistas); no me gustan las generaciones (ni la x, ni la nocilla ni la ni-ni, esto para los periodistas), y aquí podría pegar lo que ha dicho Martínez Ros por si entiende mejor; no me gusta la teoría barata de la literatura y sus expresiones del tipo «discurso in progress», con guioncitos entre palabras y todo; no me gusta el Qué leer ni su mercado de mejor vendidos ni su propagación del canon establecido sin cuestionarse; no me entero de un pimiento cuando leo sus reseñas y, por último, despacha con perezosa pedantería al que discrepa de ella con algún comentario altanero o, como aquí, una carcajada altiva desde el pedestal de su sapiencia. Pero es probable que sea un defecto mío, y no de ella. Simplemente, no me gustta.

  7. Qué Leer es una revista en la que colaboro y donde pagan las críticas. Hay medios para trabajar, y hay medios para escribir. Me parece muy bien que no te gusten ni los libros que escojo ni lo que escribo. No entiendo pues que pierdas el tiempo leyéndome. Yo no entro en Libertad Digital.
    En este blog somos muchos, yo tampoco comulgo con todo lo que publicamos.
    Me prometí a mí misma no parlamentar con anónimos. De ahí, perdóname, la carcajada. No me puedo tomar en serio a alguien que se toma la molestia de entrar, de leer y de comentar sin firmar. El tuteo lo tomo de ti, y estoy intentando no impregnarme del tono paternalista que usaste en tu primera intervención.
    Y por supuesto que seguiré haciendo crítica feminista de lo que leo. Como seguiré haciendo crítica desde lo social. La literatura -ni ninguna cosa- no es inocente, pura, inmaculada. Acabáramos.

  8. No sé a qué se refiere el anónimo por literatura feminista; aún no he leído a Mercedes Cebrián, pero si entendemos por literatura feminista los poemas de Anne Sexton, El amante de Duras, cualquier libro de Youcenar, Sexual Personae de Camille Paglia, El cuento de la criada, La señora Dalloway o El cuaderno dorado (obras todas que le invito a leer, si no lo ha hecho ya), afirmo con rotundidad que la literatura feminista ha dado algunos de los grandes libros del siglo XX. Un cordial saludo

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