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La imaginación al poder

9788494571923CAROLINA LEÓN | Si Grace Paley siguiese viva (murió hace justo una década) habría sido una de esas mujeres de edad que sostuvieron pancartas con lemas como «Noventa años, asquerosa y no me rindo» (Ninety, nasty and not giving up), «Mis brazos están hartos de sostener este cartel desde 1960» o «No me puedo creer estar protestando por la misma mierda» hace unos días. Terminé de leer La importancia de no entenderlo todo pocas semanas antes de que tuviese lugar la manifestación feminista más grande que haya conocido este joven siglo, que ha sido sentida como prueba de la existencia de una fuerza que creíamos perdida. Sé que Paley habría hecho todo por estar entre ellas. Una de las muchas cosas que se encuentran en este volumen, de factura irregular, que reúne artículos, reflexiones y conferencias de la autora norteamericana de origen ucraniano-judío, es una voluntad por trascender generaciones y organizar la rabia con moderación y sin descanso.

Digo que es de factura irregular como lo es cualquier “colección” que no se ha pensado como tal en su escritura y secuencia textos nacidos de diversas circunstancias, pero la forma de tratarlos como conjunto está pensada con denuedo (no necesariamente cronológico) y encabezada por una introducción de la misma autora, circa 1998, sin desperdicio: «La realidad es que 1954 fue un año en el que muchas cosas se pusieron en marcha. Las suficientes, desde luego, como para añadir una dedicación política diaria a mi vida familiar, a mi desordenada rutina de trabajo y a mis noches batallando por escribir poemas y cuentos», escribe. Y casi que todo lo que nos va a contar a través de estos artículos está resumido ahí: sus orígenes migrantes en el Bronx, su infancia transcurrida en barrios comandados por mujeres, su sentido de la implicación social y política desde los años cincuenta, su conciencia pacifista, su condición de madre, su condición de escritora. Ahí se inscriben todos los temas, pero sobre todo la mirada, que marca la colección.

Con esa mirada, que plantea algo esencial de la escritura de las mujeres del siglo pasado, escribe sobre las experiencias del aborto cuando era delito y la necesidad de dar seguridad a un derecho, sobre sus seis días pasados en la cárcel de mujeres por una sentada pacifista –ama de casa entre yonquis y prostitutas–, sobre el movimiento de rechazo a la guerra de Vietnam y su embajada anti-belicista en el país asiático, sobre la vida de las mujeres entre las que creció («La calle está llena de madres que se han escapado del agobio de sus casas y salen a tomar el aire. Hablan sobre mi vida»), sobre el racismo incrustado en ciertas leyes que segregaban aún cuando era joven, sobre la educación pública o la labor política constante que le impidió sentir su propia menopausia… Ese hecho fundamental (no femenino, sino propio de la literatura de las mujeres del siglo XX en razón de sus experiencias) es el de amalgamar en la escritura lo público, lo privado y lo íntimo como un todo, las circunstancias personales y el anecdotario enredado con la función de designar la realidad que tiene toda literatura. Y hacerlo sin pedir permiso. Además, y como sostén de todo eso, Paley se ejercitó en el activismo desde poco después de tener a sus hijos, y también son experiencias de las que ella extrae material: contando, ni más ni menos, lo que vivió. Cuando habla de política, entre otros brillantes momentos, Paley no da lecciones sino experiencias: «Fue solo un esfuerzo por cambiar las cosas, cambiándolas», dice desde su madurez sobre la acción no violenta, que vivió tanto en colectivos ecologistas y feministas como en asociaciones de madres y padres de alumnos.

Y así todo el tiempo: preparando esta reseña me han salido cinco páginas de anotaciones y citas. No cansaré con muchas más. Pero hay una cosa más que atraviesa estos textos, tanteantes, imperfectos, y es todo aquello que nace de su condición de profesora y escritora: una voluntad de pedagogía sin alarde, de estar ahí transmitiendo lo aprendido y reflexionado, de volcarse hacia la generación que la sigue. Es su defensa, salpicada en varios textos, de la imaginación como motor, como la fuerza que produce la empatía para la acción política y el estupor del que puede nacer la escritura. No escribas sobre lo que conoces, dice, escribe precisamente de aquello que no entiendes. Usa tu imaginación y trasciende. Utiliza el cerebro, le dice a los jóvenes, «tenéis que proteger la importancia biológica del cerebro», y su capacidad para estar donde no se ha estado nunca.

La guerra del Golfo, la guerra de Iraq que tenía que devolver a Estados Unidos su idea de nación imperial y acabar con el «síndrome de Vietnam», es el tema que la movió en los últimos años de su vida. Venía de haberlo probado todo, de haberlo conocido todo, pero seguía sin presumir: «A algunos todo esto les parecerá ingenuo. Es una ingenuidad a la que he llegado después de mucho tiempo y pensamiento», contesta a un entrevistador. Ésa también es una condición de la escritura de estas mujeres: se acerca más a la verdad cuanto menos segura se muestra. Y he ahí lo que ella llama «imaginación».

La verdad es que resulta bastante indecente tener que estar protestando «la misma mierda» aún en 2017. En esas imágenes de hace veinte días veo la rotundidad, la exposición y la fuerza de mujeres como Paley, y de tantas otras que han marcado el camino literario o político. Pero también es indecente que hayamos pasado varias décadas sin mirar ni tratar de entender a estas referentes que abrieron y designaron la agenda, a las predecesoras capaces de escribirse con sesenta años: «Conforme más rápido pasa el tiempo, más feminista soy». Es probable que no conocieras a esta autora –yo no la conocía– puesto que sólo se tradujeron algunos libros en los ochenta; no obstante, el año pasado Anagrama reeditó (por fin) sus Cuentos completos. Es probable, pero por suerte ahora podemos leerla, comentarla, disfrutarla y sacarla del olvido.

La importancia de no entenderlo todo (Círculo de Tiza, 2016) de Grace Paley | 235 páginas | 24 € | Traducción de Arturo Muñoz | Prólogo de Elvira Lindo

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