
Reconozco que me llamó la atención esta autora mexicana cuando leí de ella que había sido destacada por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes de México como unas de las jóvenes escritoras más importantes de su país, y que en mayo de 2017 fue incluida en la lista Bogotá39, que selecciona a los 39 mejores escritores de América Latina menores de 40 años. Con estos datos convertidos en premisas inicié mi lectura. No era necesario. No es necesario si en estos cuentos se nos habla, por lo poco, de la generosidad, más que humana, mucho más, de los elefantes; de la muerte, el duelo y el encuentro con uno mismo; de los fantasmas de los celos y el poder de una liga roja para el pelo olvidada en un lavabo; de la música malograda (recuerdo a Bernhard aquí, y no es cosa mía); de las demasiadas flores amarillas capaces de devolver milagrosamente la vista (o todo lo contrario); de la extendida costumbre de robar los botecitos de champú de los hoteles (y de su poder de anagnórisis); de lo que bulle dentro de uno, de todos; de lo nocivo de las lociones de naranjas verdes regaladas por un amor que ya no es; del rabino gigante que viaja para encontrarse con el hermano enfermo y sobre el que una niña, a todas luces, pija, se mea en un avión; del gorila que, como todos los gorilas, detesta a los hombres, sobre todo a los bajitos, como algunas mujeres…. En fin, de todas esas cosas cotidianas que nos pasan, como es de esperar, a diario. Pero, claro está, no se dejen engañar por estas palabras mías. El libro, suele ocurrir, nos habla de otras cosas. Es el momento de agradecer a Brenda Lozano que nos aleje de esa rutina falsa en la que creemos vivir.
Hay, en otro orden de cosas, un dominio del lenguaje que, y esto lo digo con gusto y regusto, registra hermosos giros gramaticales y léxicos locales de nuestra lengua, este pequeño resquicio de español expandido y agigantado más allá del Atlántico. Hay también en los catorce relatos que componen este libro, como es usual en los compendios, momentos sobresalientes, en cuyo centro sitúo el relato fragmentario titulado “Cables”. Y, por no negarme alguna impresión, también cierta falta de unidad, que, por otra parte, no sería necesaria si no existiera un supuesto hilo argumental subterráneo subyacente en el título. No me parece en absoluto necesaria la inserción recurrente de la piedra, y no me lo parece porque creo que basta y sobra (basta porque es más que suficiente lo que se cuenta en estos relatos y el modo en que se hace; y sobra…, bueno, según mi modesto entender, un relato, uno solo). Al margen de esta nimia salvedad, recomiendo la lectura de este libro y el seguimiento de esta autora. Porque estas páginas deslumbran frescura, parodia punzante, delicioso descaro, historias en las que pesan más los minutos que las horas…, y en todos estos destellos, la grata sorpresa Mi condición de diletante en el arte de la crítica me impide el arte del augurio. Pero puedo esperar, eso sí. Y espero que la voz de Brenda Lozano siga oyéndose, esperemos.
Cómo piensan las piedras (Alfaguara, 2017), de Brenda Lozano | 160 páginas | 15,90 €