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La importancia del reverso

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Tiras cómicas

Flannery O’Connor

Nórdica, 2014

ISBN: 978-84-16112-36-4

152 páginas

22,50 €

Traducción de Íñigo Jáuregui

 

 

Sara Mesa

En 1932 la British Pathé produjo una pequeña pieza de poco más de un minuto de duración en la que, bajo del título de “Do you reverse?”, aparecía una encantadora niñita que había conseguido adiestrar a uno de sus pollos para que andase hacia atrás. ¿Les suenan estos rasgos?

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Bueno, el tiempo pasa y más duramente aún en el caso de que se padezca una enfermedad tan devastadora como el lupus, pero sí, si se fijan bien en las fotos verán que se trata de la misma persona: nuestra muy venerada Flannery O’Connor a la tierna edad de siete años. ¿Esto es simplemente una anécdota para mitómanos? Podría ser, pero creo que hay algo más que eso. En el prólogo del maravilloso volumen de dibujos de la escritora sureña que ahora publica Nórdica, el ilustrador Barry Moser hace mención a este video que, sin forzar mucho las interpretaciones, resulta más que curioso. Si la personalidad se forma en la más tierna infancia, podríamos decir que la de O’Connor ya despuntaba aquí muy claramente. Su fascinación por las aves estuvo en ella desde muy pequeña (en especial por el exotismo de los pavos reales) pero sobre todo llama la atención un rasgo más que notable: la necesidad de ver las cosas desde una perspectiva diferente (“The wrong way to do it” es el lema con el que describe cómo sentarse al revés en un pupitre). Moser también aplica un paralelismo entre este video y los dibujos que realizó la joven Flannery antes de convertirse en escritora -o de dedicarse más a fondo a la escritura, pues también desde niña escribía-: en su mayoría se trata de linograbados, es decir, de estampaciones, en las que lo que obtiene más visibilidad es justo lo contrario a lo que se destacó en el dibujo: he aquí la importancia del reverso.

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Parece ser que esto de los ‘cartoons’ fue una dedicación relativamente frecuente entre algunos de los más famosos escritores sureños. Hasta el mismísimo William Faulkner se aplicó a ello -con resultados un poco pobres, la verdad-, y Eudora Welty hizo también sus pinitos. Como tantas cosas, estaba en el espíritu de su tiempo, esa época dorada de la viñeta marcada por el minimalismo expresivo de James Thurber en sus dibujos para The New Yorker. Pero en el caso de Flannery O’Connor su producción como viñetista cobra importancia por dos razones fundamentales: primero, por la gran calidad de sus dibujos -toscos pero fuertemente expresivos, inocentes en apariencia pero recorridos por el nervio de la sátira- y segundo, porque el mundo que aparece reflejado en ellos es, en buena parte, un anticipo de lo que vendría después en sus cuentos y novelas.

Por otra parte, en el caso de O’Connor no se trató de un mero entretenimiento secundario, sino que se dedicó con constancia y pasión a sus dibujos durante años y parece ser que incluso barajó hacerlo de manera profesional, aunque más tarde fuera aparcando la idea -los constantes rechazos de The New Yorker hicieron lo suyo, pero también su vocación creciente por la escritura, sobre todo desde que fuera aceptada en el prestigioso Master de Creación Literaria de la Universidad de Iowa-. El caso es que la producción de dibujos de nuestra escritora es temprana y se corresponde con sus años escolares, estando datados la mayoría de ellos en la década de los 40. Sin embargo, aunque aparecieron en el ámbito de las publicaciones de ‘college’, lograron una gran aceptación que incluso se reflejó en la prensa local, donde recibían a la chica (entonces todavía Mary O’Connor) como una joven promesa del dibujo. Esta recepción tan favorable -y un poco sorprendente, dado que muchas de las viñetas podían resultar muy irreverentes en su contexto- debió de ayudarle a vencer la timidez y a confiar en sus capacidades creativas. Al mismo tiempo, curtieron a la autora en la formación de personajes, tonos y enfoques. No olvidemos que, como dijo en diferentes ocasiones, para ella escribir era pintar con palabras.

Los que conozcan sus cuentos -recopilados en Un hombre bueno no es fácil de encontrar y Todo lo que asciende tiene que converger– o sus novelas –Sangre sabia y Los violentos lo arrebatan-, podrán reconocer de inmediato en estos dibujos su gusto por el sarcasmo y la anomalía, el sentido del humor y su tendencia hacia el juego y lo infantil. Solamente la firma es ya una buena muestra de ingenio: las iniciales de su nombre se combinan para formar una especie de pollito. Son dibujos muy expresivos, en apariencia rudimentarios pero con exquisitas -y creo que intuitivas- composiciones, en los que aparece un cuestionamiento constante del sistema educativo y la vida en el campus, de la autoridad, del arte, de las relaciones sociales. Organizados cronológicamente según el centro escolar (desde los primeros del The Peabody Palladium y hasta los de The Spectrum, donde la influencia de Thurber es mayor) se aprecia en ellos la preferencia por personajes femeninos, que posiblemente estaban inspirados en la realidad. Incluso aparece ella misma -o lo que podría ser un trasunto de ella misma- en algunos de estos dibujos.

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En el enjundioso epílogo que acompaña el volumen, Kelly Gerald analiza este trasvase entre realidad y contexto histórico -muchas de las escenas de la vida del campus están fuertemente ancladas a su tiempo, por ejemplo las relacionadas con las WAVES, ‘Woman Appointed for Voluntary Emergency Service’-, y posteriormente, entre los dibujos y los textos. Entre otras cuestiones, plantea Gerald la influencia en sus viñetas de la ‘buddy comedy’, la del poeta Ogden Nash -en la aparición de animales, y especialmente de aves, en su obra- y la del viñetista John Held Jr., además del mencionado Thurber. El libro contiene también unas prolijas notas sobre cada viñeta, explicando su contexto de aparición y su significado.

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Al igual que el video del pollo que anda al revés, creo que este conjunto de viñetas va mucho más allá de la anécdota y la mitomanía. Ofrece otro perfil del mundo creativo de su autora, en sorprendente coherencia con el resto de su producción literaria. Todo lo que escribió Flannery O’Connor -insisto: «todo»- es bueno o buenísimo, y estos dibujos, a pesar de su encantadora inmadurez, de su rudeza, de su candidez a veces, ofrecen también una buena muestra de su talento y su fortísima personalidad. La edición de Nórdica es, además, de una calidad exquisita, así que no me queda menos que recomendarla con fervor, porque es un privilegio tenerla, regalarla y, también, por qué no, recibirla de regalo.

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