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La infinitud del mundo en carilla y media

ROSARIO PÉREZ CABAÑA | Desde su arranque literario hace ya casi un cuarto de siglo con la publicación de El criterio de las moscas, Premio de Novela Breve de la Universidad de Sevilla, hasta la actualidad, Luis Manuel Ruiz nos ha ido entregando un catálogo de obras de naturaleza tan diversa como de calidad literaria incontestable. Escritor de género lo han llamado infinidad de veces. Recuerdo ahora la imagen que trazó Lázaro Carreter cuando escribió aquello de que detrás de un género siempre hay un genio: un genio que en otro tiempo ha producido obras iterables por otros escritores. Pero aunque en la cuestión del género no me detendré (solo os remito a la página 129 del libro que nos ocupa), sí repararé en que en tiempos de prisa como estos que vivimos, asumir la obra anterior, hollarla hasta sentir que estamos pisando las uvas que después beberemos, no es frecuente. No hay tiempo al parecer para detenerse en las páginas, para pisar los predios transitados desde antiguo y convertir ese paseo en una experiencia absolutamente original. Por eso, Luis Manuel Ruiz es por encima de todo un modelo de lector; un lector que bebe los jugos y destila su propio universo. Historia, fantasía épica, misterio, thriller, filosofía, pulp, humor, espacios legendarios y otras innumerables hileras de estelas componen la tejeduría de este autor incansable que ha trabajado tanto en renombradas editoriales como en editoriales independientes la tan llevada y traída cuestión del género. La libertad del creador se diferencia de la libertad de las pancartas en que aquella tiene paredes: desde intramuros se escribe el mundo. La celda del escritor como espacio de libertad se me figura un travieso oxímoron que nos permite conocer mundos repletos de mundos (en algunos de ellos me ha parecido ver a Tournier, a Borges, a Melville, a Hoffman, a Kafka y a una larga procesión de cronistas que parecen estar ahí observando cómo se les observa).

Y es que Atlas es eso: un libro repleto de libros, un “libro de arena”, una antología de relatos que fueron publicándose durante diez años en el suplemento Territorio del Correo Vasco y que ahora cobran nueva existencia en un solo volumen antológico. El artefacto simbólico de la antología, como si de un autómata se tratara (y de esto Ruiz sabe bastante), se compone de piezas que con la ilusión de fragmento se redefinen en un nuevo ser, obras completas en sí mismas que gracias al acercamiento y al contacto entre ellas, desposeídas del motor que las originó, del tiempo y del espacio en que surgieron, se acercan a la inactualidad, esa especie de intemporalidad que Baudrillard llamó “el perfecto de la perfección”. Como si de un grimorio se tratase, el libro nos impele a entrar en un laberinto levantado con la aleación secreta de apocrafías y evidencias.

La editorial Aristas Martínez nos ofrece con este libro el misterio de las enciclopedias, de las analectas y las crestomatías, del compendio de saberes y ficciones, y es bueno que lo haya hecho por la labor de rescate que supone reunir estos textos dispersos en la prensa. Salvaguardar páginas que ya desde el principio parecen prometernos que no saldremos intactos de ellas (¡bendita fantasía y bendito pensamiento!, acaso la misma cosa). Así es como este libro se me presenta, en el doble nivel de la intertextualidad y la reubicación libresca de sus textos, en un museo que custodia del tiempo y en el tiempo sus preciados tesoros. Pero, ¡atención!, si aún no han abierto este libro no sabrán qué ocurre por la noche en los museos. El título no miente: estamos ante un atlas, un mapa universal que revela ochenta y dos mundos de carilla y media y que, como buen atlas, está ilustrado, en este caso por Borja González, cuyos dibujos están hechos —no podía ser de otro modo— con el aturquesado color del mundo.

No es la primera vez que escribo sobre una obra de Ruiz. Y de más está decir que conozco bien su obra completa (aunque esto con escritores como este siempre es engañoso), lo que creo yo que me legitima a afirmar que el libro que tengo entre mis manos es lo más Ruiz que he leído hasta el momento. Cualquier amante o adicto a la literatura debería llevar este libro encima y leer y releer las historias que con una ligerísima densidad —no sobra ni una frase, ni una descripción o metáfora — nos lleva a todos los géneros posibles. Estamos ante una escritura impecable —esto es marca de la casa— con una precisión casi periodística y una espartana disciplina científica y cuasi científica a la hora de narrar la fantasía, donde se prima en el sentido aristotélico lo imposible verosímil a lo posible increíble. Y en cada historia estalla el símbolo que desvela el sentido oculto, lo que ya nos habla de relatos en un sentido estricto.

Imposible me resultaría introducir aquí alusiones directas a la ochentena de textos que componen este libro, por cuestiones de espacio y, sobre todo, por no desvelar lo preciosamente velado en cada historia. Así que no diré nada del rincón concreto del arca de Noé donde se escondía el misterio de la humanidad ni de la crítica punzante del mundo a través de un pueblo simulado ni del destino en el Congreso de la Noche ni a dónde conducía el túnel que quizá excavó un tal Edmond Dantès ni muchísimo menos de lo que ocurre cuando se celebra el Congreso de la Noche ni del juego de espejos donde se entretienen los dioses ni del libro que lee a sus lectores o de la azarosa aventura de leer un libro y que te estampe la verdad a la cara ni del profesor mago que —no diré lo que hace sino sus consecuencias— nos hará pensar en la necesidad imperiosa de la memoria y el olvido ni del perro sabio o el premio Nobel ventrílocuo ni de los borgesianos vértigos del sueño o de todos los rostros de un hombre ni del ángel que visitó a Kafka ni de la biblioteca enferma ni de cómo nació la Esfera ni del delicioso relato contado al estilo decimonónico sobre un hotelito de Niza del color del azúcar ni del heterónimo del “hombre inaugural” que pasea por Lisboa ni del hijo rebelde del rey Midas o del movimiento literario denominado “Mediocrismo” que, como todos sabemos, también se nombra como “Insignificantismo” o “Escuela Anodina” ni de lo que le pasó al emperador después de pasear desnudo por las calles de su imperio ni de las ceremonias fúnebres del país de K, ni de la común costumbre de soñar con los exámenes ni de los secretos de la literatura imposible ni de la construcción de la Torre de Babel o de la Torre Errante ni de la enigmática resistencia de la Catedral del Diablo sita en una calle de una ciudad de Alemania ni de la isla que no está ni de la invasión de los ladrones de cuerpos ni de otras pruebas científicas del saber y el fabular o del mismo sintagma sin cópula. No, no diré nada de lo dicho, solo que en este atlas interminable encontrarán analogías, metáforas destiempadas de mundos que se asemejan a mundos antiguos, a mundos desconocidos, a mundos contemporáneos; universos infinitos de fantasía y razón que, eso sí, tienen la medida perfecta con la que algunos imaginamos la infinitud: carilla y media, renglón arriba, renglón abajo. En fin, yo que ustedes me atrevería a nacer de nuevo en cada página impar. Y, quién sabe, igual por allí nos vemos.

Atlas (Artistas Martínez, 2022) | Luis Manuel Ruiz | 202 páginas |21 €

admin

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