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La medicina de la palabra

RAFAEL ROBLAS CARIDE | Me gusta imaginarme la Literatura como una gran farmacia a la que acuden los enfermos en busca de su cura. Aterriza el desganado en la botica y le administra el mancebo un chute de Julio Verne, para que su fantasía viajera le inocule el deseo de dar varias vueltas al mundo. Luego aparece el hastiado y se marcha con los ojos como platos después de una dosis de surrealismo lorquiano en vena. Y a continuación el inapetente (“Tome cada noche un capítulo de Como agua para chocolate, señor”). O el desolado (“¿Una sinestesia colorida de Rubén, quizás, para esa depresión?”). O el angustiado por la agotadora sinrazón que nos impone vida contemporánea (“Lea a Kafka, compare y, si encuentra algo mejor,…”). En resumen, me tranquiliza pensar que cualquier achaque tiene su solución en los libros, entre el olor a tinta y papel que sustenta el todopoderoso mundo de las Letras, escrito así, con mayúsculas.

Como bibliófilo diagnosticado, los albarelos de mi imaginaria farmacia literaria se cuentan por cientos, por miles. Y, a menudo, disfruto administrándoles a mis amigos los remedios que necesitan para aliviar sus puntuales dolencias. Entre todos ellos, uno de los más recurrentes es el que guardo dentro de un botecito de cerámica de Fajalauza etiquetado con un nombre muy familiar: Carmelo Guillén Acosta. ¿Qué esconde en su interior? Optimismo, amistad y esperanza. Mucha esperanza.

Hace bien poco, la editorial Renacimiento me ha permitido –con la publicación del poemario En estado de gracia– acceder a una nueva revisión de la fórmula magistral patentada por Carmelo, profundizando de este modo en la obra de un autor que, con este, prolonga y casi culmina el camino iniciado en libros precedentes; libros, por otra parte, también comentados en este mismo blog (Alguien más que soy yo, Las redenciones). Buen pretexto, pues, para volver sobre el análisis de los ingredientes que componen la lírica medicina del poeta sevillano, siquiera sea a vuelapluma.

            En primer lugar, En estado de gracia es un conjunto de poemas plenamente reconocibles dentro del estilo formal adoptado por Guillén Acosta desde el principio de su producción, ya que su universo continúa sustentándose principalmente sobre endecasílabos y alejandrinos blancos que fluyen prosaicamente con gran elegancia y naturalidad; aunque hay que reseñar que igualmente destacan por su belleza formal hasta tres composiciones (dos en octosílabos y una en heptasílabos) que rompen la regularidad del verso de arte mayor: “Quién me iba a decir”, “En el canto de la alondra” y “Singonio”.

Por otro lado, las tres partes o capítulos en que se divide el libro (el último de ellos lo constituye únicamente el poema “Gratitud”), tampoco se desvinculan temáticamente de la trayectoria de un autor que, si por algo se caracteriza, es por elevar su voz sobre el pedestal del optimismo y la creencia en una trascendencia superior cristiana que nivela los desajustes del mundo y dota al hombre de un deseado equilibrio y de una ansiada felicidad. En este punto –reincidentemente habría que señalar en el caso de Guillén Acosta– el yo poético habrá de situarse en el “aquí” y en el “ahora” del momento presente, de la cotidiana y aparentemente insustancial vida diaria, para llegar a la meta trascendente, a la gracia, como explicita el poema “Este instante”.

Este instante sostiene mi existencia;

este tiempo fugaz en que respiro

y acojo la liturgia del perdón;

este recomenzar en un presente

que sabe a eternidad; esta alegría

de ser por un momento quien asume

la savia inagotable de la gracia.

            Una meta situada en el presente, pues, en un continuo desarrollo de la vida doméstica que, no obstante, y como ocurre en el caso de la búsqueda mística, también pide la pausa, la mesura, la contemplación, el silencio. Así se lo recuerda en bastantes ocasiones el poeta al lector durante su discurso, y con esta belleza culmina el elocuente poema “Silencio”, que incide en esta misma idea de ensimismamiento –casi monástico– como único camino para llegar a la esencia: “Y cuando uno calla, Dios se expresa a sus anchas / con sus toques de gracia y acaba comprendiendo / esa necesidad de ser contemplativo, / esa clarividencia que el silencio comporta, / esa armonía final con todo lo creado”.

Mas para llegar a la esencia –para “dar a la caza alcance”, en el verso de San Juan de la Cruz–, el amor también ha de estar presente, siendo estrictamente necesario, ineludible, indispensable. Un amor que algunos podrían entender desde una perspectiva erótica, pero que en el caso de Guillén mejor debe explicarse desde el punto de vista fraternal y cristiano: el amor como ese don que Dios otorga para que el hombre lo esparza por el mundo, uniendo al ser humano en una causa común, dándole sentido al sacrificio de la vida y sosteniéndolo anímicamente frente a las dificultades que vayan planteándosele. Amar para dar y para darse. También para recibirse, concibiendo el universo como una gran red de amigos (“De amigos ando bien y me gusta enseñarlos / en álbumes de fotos y hacerlos coincidir / y que se den sus números de teléfono, que tengan  / entre ellos un trato”, ha dejado escrito el autor previamente en otro poemario), que, con los brazos abiertos y las manos unidas, conquistan también la gracia. Una de las composiciones de En estado de gracia que mejor reflejan esta visión es, sin duda, la ya citada “Quién me sostiene aquí”, pregunta indirecta que se resuelve al final, con la respuesta de ese amor fraterno, obsesión fundamental de su poesía:

Quién me sostiene aquí para que el mundo

se ponga de mi parte; quién me impulsa

y acierta a descubrirme la bondad

de cuanto me rodea; quién consigue

sacar de mis heridas tajo fácil;

quién si no es el amor, ese destello

que arranca de mí mismo y que me lleva

a no tener a mal nada ni a nadie.

Sin embargo, tanta idealización resulta imposible encontrarla en el mundo real, y así parece entenderlo el autor sobre todo en la segunda parte de su obra, cuando el dolor, cuando la muerte, cuando la injusticia penetran en la vida y nos desgarran por dentro (“el dolor da bocados”, confiesa en uno de los poemas que conforman este segundo tramo). ¿Cómo reaccionar entonces ante el amigo agonizante en la cama del hospital? ¿Cómo enfrentarnos al dolor? ¿Cómo responder ante la muerte? El poeta asume entonces la situación y, no sin dudas ni esfuerzo, lejos de combatir violentamente contra el destino o la injusticia, abraza la cruz del infortunio y acepta las circunstancias del momento con resignación, comprendiendo que dolor y felicidad son el haz y el envés de una misma moneda, que no puede existir el uno sin la otra y viceversa. Y que el infortunio, el dolor o la muerte constituyen el inevitable camino que da sentido al amor. Fluyen entonces los poemas más emocionados del volumen, más íntimos, más vividos, más punzantes, del que el autobiográfico “P.G” –el otro es “El hilo de la vida”– destaca, al confesar:

Dudo que fuera yo más feliz si el dolor

no anidara en mi vida como ahora, vivido

desde esta mirada que no aparta sus ojos

de mí y en donde habito atento a su reclamo.

Dudo que pueda haber otro lazo más fuerte

que me ate a la vida que este dolor, el mismo

que me mantiene vivo, con el que me hago dueño

del tiempo, de este tiempo que late invariable

en su eterno tictac y siempre a mi favor.

Y es que nada me ha dado más gozo que esta forma

de hacerme con la vida, en la piel del dolor

anclado, hecho a su imagen, en cuerpo y alma hecho

a su necesidad, la de dejar constancia

de que en él el amor encuentra su sentido.

Como se ha anticipado, el libro finaliza con los versos de “Gratitud”, palabra viva con la que el poeta reafirma “su estado de gracia” y que es capaz de redimir cualquier existencia. Aunque “la Gratitud” no es una simple forma de cumplido, sino un reconocimiento sincero al Dios trascendente –siempre vivo en los versos de Carmelo Guillén como hemos visto–, que todo lo ha creado y ha fijado las leyes naturales. Y también como abierto agradecimiento al prójimo –que viene de “próximo”–, hacia aquellos que se entregan sin reparo a los demás y “que se asombran de ser / portadores de amor, de darlo y recibirlo”.

Amor, gratitud, amistad, cotidianeidad, pausa, equilibrio, gracia. También dolor. A grandes rasgos, los mismos ingredientes de siempre –con algunos matices nuevos– son los que componen la mixtura del cariño que nos ofrece otra vez el poeta de Coca de la Piñera en estos recién estrenados versos. Cuidadosamente, abro el albarelo de Fajalauza y deposito en su interior la valiosa mezcla, en espera de que alguien –yo mismo– pueda necesitar en un futuro contagiarse de esa extraña sensación de positividad y optimismo que son consustanciales a la obra de Carmelo. Gracias, amigo, por recordarnos que, efectivamente, el mundo sí está bien hecho y tiene arreglo.

En estado de gracia (Renacimiento, 2021) | Carmelo Guillén Acosta | 80 páginas | 15,90 euros

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