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La modernidad lúcida del ciudadano Zweig

MANOLO HARO | No siempre las obras literarias que trascienden su tiempo y llegan hasta la orilla de nuestros días cargadas de significación son las que la historia de la Literatura entiende como canónicas o inmortales. En las historias ortodoxas de la Literatura no figura el nombre de Stefan Zweig, pues su aportación no ha estado nunca vinculada a la innovación formal ni a las vanguardias (tal como hubiera sido lo esperable dado el tiempo que le tocó vivir). La obra del austriaco tiene otro carácter más trascendental si cabe: la de ser imagen del pasado y respuesta del presente. El contenido moral (sin ser moralizante) de su obra lo sitúa bajo el auspicio ético de Montaigne. No en balde le dedicó Zweig al francés su último libro antes de quitarse la vida en Petrópolis en 1942. Montaigne fue una luminaria que lo acompañó en todo el proceso de pérdidas que sufrió durante su existencia. La obra completa del autor de su aún hoy tan leída El mundo de ayer resulta una incansable búsqueda del sentido de la existencia y una defensa del valor de los espíritus heterodoxos. De hecho, se podría pensar que la decisión de biografiar o de acometer pequeñas semblanzas de personalidades como Magallanes, Fouché, María Antonieta, María Estuardo, Erasmo, Mesmer, Goethe, Castello, etc. fue un intento de explicar al ser humano en toda su extensión y de entender el mundo que le tocó vivir.

Zweig, hombre de talante humanista y de cultura judaica, supo extraer de esta última la savia para componer un poema dramático partiendo de la figura del profeta Jeremías. Jeremías. Poema dramático en nueve actos surge como una necesidad de expresar sus dolores en torno a la 1ª Guerra Mundial. Jeremías en la noche es el único que “oye”: “Sólo mi pecho se consume en un incendio devorador”. El profeta y su clarividencia puesta al servicio de un pueblo ciego es la figura del intelectual que ya no percibe la realidad con ayudas externas (la guía de Dios), tal como hace el profeta, sino mediante la luz escrutadora de su inteligencia. En el mundo antiguo el hombre se relaciona con la realidad por medio del profeta; en cambio, en un mundo, digamos post-montaigniano, el ser humano sólo puede entender los eventos trascendentales que le rodean mediante su propio pensamiento. Jeremías en un Jerusalén cercado por el ejército de Nabucodonosor es Zweig cercado por la incongruencia de la 1ª Guerra Mundial.

Los padres de Jeremías se sacrificaron para que éste fuera sacerdote. “Rasga la red de tus sueños y sal a la luz del día”, le ruega su madre para que renuncie y se entregue al Señor. Pero él tiene presente que su misión está por encima de la oficialidad del sacerdocio y no duda de que es el medium necesario entre Dios y su pueblo. Y la madre continúa diciendo “¡Ay de ti, si anuncias esos sueños infames! ¡Si divulgas esos delirios dejarás de ser mi hijo! […] ¡Maldigo al que duda, al que prefiere confiar en los sueños antes que en la misericordia de Dios”. La gran modernidad de esta obra reside en que ofrece una figura que representa “la duda”, como dice su madre, la única condición para llegar a la búsqueda de respuestas. Sería como contraponer hoy “expertos” (esos seres anónimos que rigen veladamente –o no tanto– nuestras vidas) contra verdaderos “sabios” o “intelectuales”, en el caso de que existieran (y no me refiero a los que hablan de Caravaggio –con la que está cayendo– o los que piden la movilización del voto en Madrid). Vemos en el libro cómo funciona la retórica de la guerra en la fuerza propagandística de la masa guiada por los falsos profetas (Ananías) y el Sumo sacerdote (Pasjur) frente a la fuerza visionaria de Jeremías que pide cautela. La masa acéfala crea una victoria ficticia, enfervorizada por sus propias palabras. Como un mar de fondo, las oleadas de rumores van construyendo la mentira. El mensajero que viene del frente conserva su secreto a pesar de ser inquirido por el pueblo. Su prudencia y hermetismo se sustituye por la mentira jubilosa de la muchedumbre, que ataca a Jeremías, el cual les muestra la inutilidad de sus celebraciones sin fundamentos, incluso entre hombres que ni siquiera fueron al frente.

Zweig coloca a los centinelas en la soledad de la noche a reflexionar sobre la guerra mientras esperan la llegada del enemigo. Se cruzan hermosos parlamentos sobre el sinsentido de la conflagración. El joven soldado Baruc trae un mensaje de Nabucodonosor para el consejo y el rey Sedecías: que entregue la corona y camine desde el templo a las murallas con un yugo sobre la cerviz en señal de rendición; como compensación a este ultraje, el rey babilonio promete que no habrá más muertos. Jeremías grita encerrado, que no para de cantar. Su voz llega hasta un rey que ha decidido ya sacrificar a su pueblo por no aceptar las condiciones del enemigo. Sedecías finalmente acepta subir de las mazmorras al profeta pues siente que Dios habla por su boca: “Quien ha de velar por su pueblo no puede dormir. Yo soy el centinela, la conciencia de Jerusalén” (p. 170). El profeta vaticina la terrible caída de su pueblo en un fresco lleno de horror que se construye sin piedad.

Lo que va construyendo el poeta Zweig entre líneas es la integridad del intelectual-profeta, el cual se mantiene impasible ante el tormento y la ignominia de los suyos y el ofrecimiento del enemigo para que se una a él.

El autor austriaco sucumbió a la realidad al final de su estancia en la Tierra. El trasunto literario del intelectual representado por la imagen de un Jeremías que, a pesar del desastre, tiene voluntad de vivir, no le acompañó en su última decisión en Brasil. Con 35 años Zweig aún portaba la esperanza; en Petrópolis ya no portaba consigo el deseo de vivir de su profeta.

Este libro es un grito en la cara de los intelectuales de la Gran Guerra y de hoy mismo: su auto-enmudecimiento, el hecho de vestir la ropa de los santones y la ceguera de los líderes que no reconocen la ausencia de espíritu crítico y sí de entrega incondicional a ellos es la muerte de la consciencia de Europa y del Mundo. Por eso Zweig se lee aún y se recomienda entre la gente cercana que busca la lucidez que es difícil de encontrar si no es por uno mismo acompañado por la palabra de algunos grandes hombres.

Jeremías. Poema dramático en nueve actos (Acantilado, 2020) | Stefan Zweig| Traducción deRoberto Bravo de la Varga| 288 páginas | 18 €

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