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La mujer del César

La excluida

Luigi Pirandello

Funambulista, 2011. Colección «Grandes clásicos»

ISBN: 978-84-9390-455-5

308 páginas

26 €

Traducción y postfacio de Gian Luca Lisi

José M. López

Nunca me ha hecho ni pizca de gracia aquella vieja acuñación que reza que la mujer del César no solo tiene que ser honrada, sino, además, parecerlo. La apariencia, el deseo de mostrarse moral o virtuoso ante los demás supone un yugo de acero, una presión social que nos afecta a todos, no solo a las mujeres. Debido a la posición marginal a la que durante siglos ha sido sometida, es normal elegir la figura femenina para encarnar sentimientos de exclusión y opresión. A partir de las penalidades e injusticias soportadas por las protagonistas de los dramas lorquianos, por ejemplo, el lector ve reflejados todos los abusos y atropellos que puede llegar a sufrir cualquier persona, independientemente de su sexo. Cuando la Nora de Ibsen, al descubrir que para su marido tan solo es un objeto de su propiedad, decide dejarlo, todos nos sentimos algo más libres y despojados de las cargas que, en mayor o menor medida, nos subyugan. En estas grandes creaciones el autor utiliza lo anecdótico, la historia particular de su protagonista femenina para transmitir valores e ideas universalmente válidos. Y si bien es cierto que estas enormes obras suponen un válido testimonio de la situación de discriminación de la mujer en una época concreta, creo que también pueden leerse como tratados donde la figura femenina encarna a la víctima de los abusos que todo ser humano puede llegar a padecer. No así sucede con ciertos libros hoy día tildados de feministas o “protofeministas”, donde el autor parece tan solo interesado en la coyuntura concreta de cierta mujer en su batalla mísera y cotidiana contra el hombre, sin tener la menor pretensión -o quizás es que no sabe hacerlo- de reflejar afectos o inquietudes que puedan interesar más allá de la circunstancia concreta que se está plasmando. El resultado final es que esta literatura deja de interesar hasta a las propias mujeres. ¿Socialmente necesarias? Quizás, pero como objeto literario a mí no me llegan a interesarme.

La excluida, primera novela de Luigi Pirandello y publicada originalmente por entregas, podemos colocarla en el primer grupo al que nos hemos referido. El autor siciliano nos presenta la situación de aislamiento social sufrida por Marta, una mujer de un pequeño pueblo, cuando su marido la acusa de haberle sido infiel. No se ha demostrado nada, no hay pruebas de esta injusta acusación pero eso no importa. A los ojos del pueblo la apariencia ya lleva consigo, irremediablemente, la condena. Los rumores, las críticas de la gente se muestran como fuerzas creadoras de realidades ignominiosas. Sin embargo, la protagonista no se resigna a poseer a su posición de aislamiento, y, si bien su familia y amigos parecen haber sido contaminados por esta deshonra social, ella no está dispuesta a caminar, como su hermana o su madre, cabizbaja, por lo que se niega a dejar de mirar de frente a su vecinos. El personaje de Marta simboliza la mujer independiente que busca la salida a la represión a través de la formación y del estudio. Solo de este modo podrá encontrar trabajo e independencia económica para así erigirse en padre y protector de su hermana y su madre viuda. La figura de Marta aparece ensalzada a lo largo del libro, y se la caracteriza como alguien excepcional, precisamente por su normalidad, en oposición a los demás personajes que son descritos como moralmente reprobables y de un aspecto que roza lo grotesco. Su propio marido, Rocco, siempre aparece con la cara carcomida y con aspecto apesadumbrado, heredero de una maldición familiar que condena a todos los miembros de su familia a ser engañados por sus mujeres, como ya lo fue su padre y su abuelo. No pretendo caer en la siempre aburrida «falacia biografista», pero observamos aquí la alargada sombra del padre de Pirandello, que, según parece, sufrió este mal córneo en primera persona. Pero, a diferencia de lo que sucedió al padre del autor, Marta no llegó a engañar a su marido, y este, en su fuero más profundo, lo sabe. Lo que sucede es que no puede mostrar su debilidad ante el personaje con mayor fuerza e influencia en la novela, alguien que no se ve, no puede tocarse y no tiene nombre. Nos referimos al pueblo, a la gente, ese individuo colectivo contra el que nada puede hacerse, frente a cuyos dardos cargados del veneno de la insidia solo quedan los puñetazos al aire, la resignación, la derrota y la posterior condena al encierro, al igual que sucedía a las hijas de Bernarda Alba.

Aunque la edición definitiva de La excluida data de 1927, este libro comenzó a publicarse por entregas en La tribuna de Roma en 1907. En estas fechas el autor aún estaba fuertemente influido por la estética verista italiana del s. XIX, de modo que en esta primera novela predomina el tono realista en las descripciones de personajes y escenas. Sicilia, sus pueblos, sus gentes y sus costumbres aparecen retratadas con una verosimilitud tal, que el autor parece desaparecer de la página, como si estuviéramos ante una fotografía, ante un mero documento histórico cuya finalidad es tomar nota de esta realidad. Leyendo ciertos pasajes, se me han venido a la cabeza algunas secuencias de Sciuscià, Stromboli o Viaggio In Italia, obras maestras del Neorrealismo italiano. En este sentido, Pirandello realiza con su pluma lo mismo que Rossellini con su cámara, es decir, parar la narración para mostrar, como si de un documental se tratara, las artes de pescar de los atuneros o un séquito de familiares en plena marcha fúnebre tras el difunto. En esta misma línea, me parece quizás el mejor momento del libro aquel en que el narrador describe la procesión religiosa de los Santos, donde multitud de gente, ebria de vino y fervor religioso, se agolpa incluso a riesgo de perder la propia vida alrededor de los pasos, mientras que, arriba en los balcones, la devoción se vive con algo más de tranquilidad y lujo:

«En cada breve etapa, después de una breve carrera, de los balcones y de las ventanas atiborradas de gente, unas mujeres tiraban por devoción tajadas de pan negro esponjoso – desde canastas y desde cestas- sobre las andas y sobre la gente. Y, abajo, la multitud se peleaba por recogerlas. Mientras tanto, los portadores llenaban frescos de vino y se emborrachaban, a pesar de que casi todo el vino tragado, en poco tiempo, se transformaba en sudor«.

Este fresco de la devoción religiosa mezclada con la violencia y el alcohol posee, a veces, pinceladas esperpénticas, como en el siguiente pasaje, donde observamos, a salvo desde arriba, los santos zarandeados por la violencia irracional de los jóvenes que pretenden rozar la figura divina:

«Cien cabezas sanguíneas, desarregladas, de energúmenos, se pusieron entre las barras del armatoste, delante y detrás. Era una maraña de brazos robustos desnudos, morados (…) y cada uno de estos furibundos, por debajo de la enrome carga- invadido por la locura de sufrir todo lo que fuera posible por amor a los santos-, atraía hacia sí las andas, y así las fuerzas se combatían, y los santos iban como ebrios entre la muchedumbre que empujaba y gritaba salvajemente«.

La afición del autor siciliano por escribir teatro se remonta desde casi a su niñez. Este estilo o carácter dramático de su pluma se ve reflejado incluso en sus obras narrativas. En La excluida cada escena se inicia con la descripción de un cuadro, interior (habitación) o exterior (calle), pero siempre claramente delimitado y perfectamente descrito, donde los elementos adquieren cierto valor simbólico, y juegan un papel relevante en relación a las ansias y estados de ánimo de los personajes. Observamos, por ejemplo, el principio de la segunda parte, donde, a modo de acotación, el autor describe el cambio de escenario con respecto a la primera. Marta ha dejado la sombría y oscura habitación del pueblo para alojarse en un piso en la ciudad de Palermo:

«Una alegre casita en la calle del Papireto, en el último piso, bien aireada: cuatro relucientes habitaciones, con el suelo de ladrillos decorados, con papel pintado (…)».

Como bien nos preludia este pasaje, la llegada a la ciudad en primavera supondrá el retorno a la libertad y a la alegría para Marta, un volver a empezar lejos ya de los juicios inquisitoriales de la gente del pueblo. Sin embargo, ella tiene interiorizado este pecado social que no ha cometido, pero por el que la han condenado, y en lo más profundo de su ser se ve unida a esta deshonra que no la dejará reiniciar su vida. En cada esquina cree ver miradas perversas que la vuelvan a incriminar, y a cada paso teme realizar un gesto inoportuno, un movimiento despistado, otra falsa apariencia que pueda poner de nuevo en tela de juicio su moral, y corroborar la idea de que la excluida ha vuelto a sus andadas. Ella sabe, en el fondo, que no puede escapar al destino fatal que la sociedad le impone, y está convencida, ha sido educada así, de que la que pierde la honra lo hace de por vida, no hay redenciones ni posibles fugas, y de que llevará marcada, a fuego y para siempre, el estigma de su vileza o, más bien, de su “aparente vileza”, nunca demostrada, pero que no se preocupó lo suficiente en desmentir. Y aquí es donde el autor italiano decide poner fin al Verismo italiano que tanto había admirado, e incluye el elemento humorístico como mirada final hacia los personajes y desenlace de esta novela circular. Si Marta ha sido condenada, excluida por aquello que no ha hecho, deberá ser perdonada por el pecado que sí ha cometido. Es decir, el absurdo como única explicación del comportamiento humano.

Para terminar, me gustaría añadir que la edición que Funambulista nos ofrece se basa en la versión definitiva de 1927, y es especialmente interesante debido a que aporta un jugoso apéndice en el que encontramos, entre otros escritos, tres capítulos que Pirandello decidió excluir de la edición final. La lectura de alguno de estos pasajes nos puede ayudar a recomponer la estructura externa de la obra, que, en principio, puede parecer algo deslavazada y falta de continuidad. El capítulo del duelo entre el marido de Marta y su supuesto amante, por ejemplo, fue uno de los eliminados por el autor, y su lectura, en mi opinión, aporta una mayor coherencia a la novela, e incluso me parece esencial a la hora de explicar ciertos detalles del desenlace. Pecados leves, motivados, además, por la loable intención de apostar por la elipsis, de eliminar lo accesorio a la hora mostrar sin rodeos la complejidad del género humano.

admin

3 comentarios

  1. Lo que cuentas es muy interesante, y estoy de acuerdo casi en todo. Se me viene a la memoria la obra La letra escarlata de Nathaniel Hawthorne, verdadero tratado universal sobre la intolerancia, la injusticia y el sufrimiento que son derrotados por la dignidad humana, en ese caso encarnado en una mujer acusada de un pecado que sí ha cometido pero injustamente condenada por él, mientras que el hombre queda libre.

    Por desgracia, nuestra postura no es la moderna ni la bien vista desde hace años, en que se da valor a muchas cosas (desde la Academia al programa de radio) por el simple hecho de estar escritas por quien están escritas…

  2. Es cierto que el argumento ad populum y el de autoridad siguen teniendo enorme peso en nuestra sociedad, a veces demasiado. Yo me pregunto por la necesidad y conveniencia, en un mundo en el que parece que ya vale todo venga de donde venga,de la existencia de estos dos argumentos (que a veces devienen en falacias), aunque solo sea por el gozo de saltàrselos.

  3. Es cierto que el argumento ad populum y el de autoridad siguen teniendo enorme peso en nuestra sociedad, a veces demasiado. Yo me pregunto por la necesidad y conveniencia, en un mundo en el que parece que ya vale todo venga de donde venga,de la existencia de estos dos argumentos (que a veces devienen en falacias), aunque solo sea por el gozo de saltàrselos.

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