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La música negra que alguien blanco llamó Jazz

comoescucharjazzJABO H. PIZARROSO | Nota inicial: Estimada lectora y lector, si quieres escuchar una lista de temas seleccionados de Jazz a partir de los que aporta este libro en sus páginas, abre en otra pestaña esta lista pública de spotify creada para tu lectura de esta reseña.

Pero sí creo que soy espiritual, y creo en los espíritus. Siempre he creído. Creo en que mi madre y mi padre vienen a visitarme. Creo que también vienen todos los músicos que he conocido y que ya están muertos. Cuando trabajas con grandes músicos, pasan a ser para siempre una parte de ti: personas como Max Roach, Sonny Rollins, John Coltrane, Bird, Diz, Jack DeJohnette, Philly Joe. Echo mucho de menos a los muertos, especialmente a medida que envejezco: Monk, Mingus, Freddie Webster y la Gorda. Pensar en los que han desaparecido me pone de mal humor, por lo que procuro no hacerlo. Pero sus espíritus caminan a mi alrededor, de modo que ellos están todavía aquí y de alguna manera se manifiestan. Es una cuestión espiritual, y parte de lo que yo soy actualmente son ellos. Todo ha quedado en mí, todo lo que de ellos aprendí a hacer. La música viene del espíritu y de lo espiritual, así como de los sentimientos. Creo, pues, que su música continúa aquí, en algún lugar, ya me entiendes. Las cosas que tocamos juntos han de encontrarse de un modo u otro en el aire que nos rodea, porque al aire las lanzamos y eran cosas mágicas, cosas espirituales.
Miles Davis

A comienzos del siglo veinte alguien se apropió de un término onomatopéyico originario del periodismo deportivo y más concretamente del béisbol para referirse a una revolución musical que inundaba de vida los barracones y los garitos, los antros y los lupanares negros de Nueva Orleans. El término que se utilizaba para definir el temblar de la pelota en travesía de lanzamiento contra el bate se conocía como jazz. La música había nacido por esa época. Y en ese momento se le puso etiqueta. Los orígenes terminológicos son extraños y a veces certeros y en este caso el vibrante bamboleo de una pelota sirvió para nombrar una música que seguramente sea la más característica del siglo XX.

Aunque para definir algunas cosas todavía había que señalarlas con el dedo, esta nueva música nació y fue inmediatamente nombrada, y nombrar en muchas ocasiones es encantar lo físico, darle realidad espiritual, apropiarse de algo y perderlo tal vez y ganarlo para siempre. La dialéctica del lenguaje.

Ted Gioia es un crítico de jazz e historiador musical americano. Anterior a este libro y en esta misma editorial se publicó El Canon del Jazz, los 250 temas imprescindibles. Como antesala a los festivales jazzísticos que en el septentrión y meridión peninsular hispano se suceden durante todo el verano, algo que ya está casi olvidado en las circunvoluciones de nuestro cerebro septembril, este libro publicado en marzo de este año viene a ser una manual de pedagogía estética acerca de este ritmo musical. El sustrato pedagógico que fundamenta el libro no es otro que el ejercitar en la escucha. Aunque parezca un tanto simplón conviene recordar lo que decía Duke Ellington, «escuchar es lo más importante de la música». Ted Gioia parte de aquí, de la escucha, de la mirada escuchante profunda, de la escucha extática como herramienta para descubrir las magnitudes emocionales de una música alabada por algunos, espacio de culto de muchos frikis, y despreciada por una gran parte de la población que a tenor quizá de la poca escucha o entreno con estas maneras musicales, habitualmente dicen que el jazz cansa, que no se entiende, o que sencillamente es un un plastón.

El afán divulgativo de este tomo es mayúsculo y con él, el despierto interés por parte de este crítico musical por conseguir que tanto el lector versado, como el principiante o el neófito en este tipo de música, tengan todos la oportunidad de despertar al jazz, de profundizar en el jazz, de detallar con mayor enjundia el jazz conocido.

Sin entrar en las causas que antecedieron al irrumpir de esta música negra, como le gustaba llamarla a Miles Davis, no era partidario del término jazz, Gioia nos introduce el libro con un somero repaso de los principales años de inicio de este género.

Lo primero que sorprende de la manera en la que está escrito este libro es la pasión desmedida que tiene el autor por esta música unida a la capacidad asombrosa de explicación de sus más profundos misterios. Recuerda Gioia la anécdota de un músico, un investigador musical, que hastiado quizá de los ritmos europeos clásicos se adentró mediante un viaje al continente africano en los ritmos percutores distintos de la música negra. Lo que más le sorprendió a este hombre en su trayecto a las catacumbas vivas del jazz era la distinta relación musical que establecían los ritmos africanos en comparación a los ritmos clásicos europeos.

Aprendió a tocar los tambores Dagomba y descubrió que «si intentaba demostrar (a sus alumnos europeos) cómo entrar con un tambor contando desde el ritmo de otro, no podía». Comprendió que el puro análisis de esta música africana mediante la utilización de las herramientas occidentales, ritmos trazados con batuta, pentagramas, anotaciones y partituras, no era metodológicamente efectivo para responder a esa pregunta, «¿Dónde entrar desde el ritmo del otro?», y comprobó que «la única forma de empezar correctamente era escuchar un momento y luego empezar justo ahí». Advierte Gioia que para los estudiosos de la música e instrumentistas de larga experiencia a los que el jazz se les atraganta, este tipo de lecciones pueden suponer un salto humilde no siempre querido a las praderas de la escucha, principal regla y única herramienta inicial y constante, rutinaria y abretelones. Pues bien, este libro, y así nos lo indica el autor, «se construye sobre la noción de que una audición atenta puede desentrañar prácticamente todas las complejidades y maravillas del jazz».

Otro aspecto importante que a los europeos nos suena a carnavalización bajtiana, es una de las características de las tradiciones musicales africanas donde rara vez hay distinción entre los intérpretes musicales y el público. Todos tocan de alguna manera, el que acciona, percute, sopla, o hace vibrar un instrumento y el que escucha y entra en el ritmo desde la misma emoción por la que entra e improvisa el ejecutante. No hay separación músicos-público. Como en el carnaval, todos son actantes de la misma emoción expresiva.

Con estas hojas iniciales, el libro de Gioia nos mete en esos meandros emocionales y bosques perceptivos que abonará en nuestra emoción la escucha del jazz, de cualquier tipo de jazz. Y así recorre con ejemplos musicales el pulso o el swing del jazz, el fraseo, la manera en la que en los solos modelan y moldean sus frases personales los músicos, el tono y el timbre. En este aspecto conviene rescatar una de las lecciones que los inventores del jazz de Nueva Orleans daban a los músicos que aprendían con ellos, en este caso en las palabras que Bechet* le dijo a Hadlock**, «Hoy te voy a dar una nota. A ver de cuántas formas puedes tocar esa nota; grúñela, ensúciala, hazla bemol, hazla sostenido, hazle lo que quieras. Así es como expresas tus sentimiento en esta música. Es como hablar». De esa forma las cuestiones canónicas e imperantes con respecto al timbre se pusieron en cuestión con los inicios del jazz y mucho más con su desarrollo. El timbre, tocar afinado, o el tocar en el tono adecuado ya no eran premisas garantes de una buena ejecutoria musical.

Otros de los aspectos en los que se detiene el libro es en los reguladores, las variaciones de volumen de una nota y otra, algo que la música clásica ya lo contempla desde la partitura pero que en el jazz puede ser producto de un momento, de una improvisación, algo espontáneo que surge de una determinada manera y en un ahora nuevo y de frescura limpia. Se trata de ese «No lo hagas más» gritado por Charles Mingus a uno de sus músicos tras acabar un tema en medio de un público silente y de alguna manera acostumbrado a estos consejos bárbaros y geniales de uno de los grandes. Mingus se enfadó así porque uno de sus músicos había tocado un solo excepcional, único, limpio, auténtico y maravilloso. El músico sintió que a Charles le brotó ese arrebato de ira porque había oído la grandeza de esa improvisación y temía que le hiciera sombra en su liderazgo del grupo. Lejos de ser así. Lo que Mingus trataba de explicarle con ese grito a uno de sus músicos es que aquello había estado de puta madre, pero no debía repetirlo nunca más, porque cuando algo genial y único se repite, la genialidad se licua y desaparece, muere, porque cuando un músico de jazz repite un solo que fue un día excepcional, al solo aquel le entra el rigor mortis, porque ese solo dejará de deslumbrar como aquella primera, grande y única vez, cuando se devenga en rutina tocada al ser ejecutado igual en segundas y terceras ocasiones. Por eso lo que había tras el grito «No lo hagas más» de Mingus no era más que una advertencia de este calado: «No te acomodes, compañero, no repitas eso nunca más, lo que acabas de hacer ha estado cojonudo, pero en otras ocasiones deberás frasear de otra manera, deberás buscar dentro de ti expresiones nuevas que sean tan únicas como esta que acabas de soltarnos. Eres un jodido explorador de expresiones musicales, no un puto soplagaitas de música clásica blanca».

Dentro de estos primeros compases del libro que vengo comentando, se pulsan a su vez, otros dos aspectos fundamentales y que hay que tener en cuenta a la hora de aprender a escuchar jazz, estos son, la personalidad y la espontaneidad, ambos unidos a los anteriores, pero si cabe mucho más subjetivos y menos técnicos que el resto, características que tienen que ver con la parte blanda del asunto y no con la parte dura pero que a su vez son tan fundamentales como las anteriores.

No quiero tampoco eliminar ni una gota de interés develando lo que resta de este libro que se lee con pasión y que está escrito con el rigor de alguien que quiere trasladar a sus lectores la magia del misterioso jazz y la manera en la que se puede entrar en las complejidades de Bird, Dizzy, Art Blakey, Ornette Coleman, Art Peeper, Thelonius Monk, Davis, Oscar Peterson, Billie Holliday, Pat Metheny, Jaco Pastorius, Count Basie, Etta James, Arturo Sandoval, Stanley Clarke, Chick Corea, y tantas y tantos otros.

Queda decir que el segundo y tercer bloque de compases de este libro abren o tipologizan la historia musical de este ritmo negro en origen, turbio, ritmo de maleantes y buscavidas, ritmo inadecuado y excelso, ritmo inquieto y siempre curioso, y su secuencia de estilos a lo largo del siglo veinte, desde el lindy o swing de Nueva Orleans y Kansas, hasta el jazz de pianístico de Harlem, el be bop, el cool jazz, el soul jazz, el free jazz, el jazz postmoderno, el jazz rock o los distintos jazz fusionados con hip hop, rock, y otras músicas del mundo para llegar hasta el jazz post post post moderno que sigue en su carretera infinita de búsqueda de nuevas expresiones, y ahora ya es universal, y es tocado por negros, blancos, mulatos, árabes, asiáticos, latinos y un sinfín de culturas que hoy por hoy ven en esta música una manera de expresión colectiva y personal, porque una de las emociones fantásticas de escuchar jazz es sentir la embriagadora sensación de que tanto los que tocan como los que escuchan están en el mismo universo de habla musical, y se entienden en un lenguaje tan personal como colectivo, tan fraterno como escandalosamente imparable, lanzado siempre a la deriva náutica de una nueva originalidad que surgirá, no te quepa duda, en una sesión del Jazzaldia*** de Gasteiz, Donosti, Getxo, Madrid, Nueva York, Montreal, Berlín, o ese tugurio cerca de tu casa donde un quartet de jóvenes le arranca nuevos cuerpos y retos a la música negra antigua y nueva en cada escucha y en cada actuación.

* Sidnay Bechet (Nueva Orleans, 1897, París 1959), músico y compositor de jazz estadounidense.

** Richard Hadlock, músico de jazz de los años veinte del siglo pasado.

***Jazzaldia, en eusquera, festival de jazz, o tiempo de jazz, días de jazz, cronotopos donde se disfruta del jazz.

Cómo escuchar Jazz (Turner Noema, 2017), de Ted Gioia | 232 páginas | 20,90 euros | Traducción de Inmaculada Pérez Parra

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